EL CAMPEÓN DEL
CONQUIÁN
Tomado de “HISTORIAS ESCONDIDAS
DE
TECOLUCA”
VOLUMEN II
(Inédito en papel)
Recién entrado
a cuartas edades vitales (80 años), Don Moncho
Chávez Henríquez disminuyó sus
casi cotidianas actividades hortelanas e infatigables faenas políticas
electoreras de oposición democráticas casi continuas por aquellas comarcas
nonualcas-tehuacanas al sudeste exacto del imponente Volcán Chinchontepec;
siempre combatiendo con su majestuosa estampa, delgada y alta, a descarados
abusos de ladrones oligarcas enriquecidos por medio de sus esclavizados
guardias, policías y soldados estatales.
Para combatir tediosos momentos causados
por ocios cotidianos, Don Moncho
Chávez Henríquez con sus
incontables barajas o naipes, a cada hijo, nieto, bisnieto o sobrinos que casi
a diario lo visitábamos en su apacible hogar tecoluquense, de inmediato les
obligaba a aceptar uno o varios retos o desafíos para jugar conquián hasta por
seis horas consecutivas; levantándose él, Don Moncho, hecho una
panda caramba o arco sin flechas, pero carcajeándose por haber derrotado, seis
a uno, al hijo, nieto o sobrino desafiado en esa mañana o tarde-noche. Él
gozaba mirando cómo aquel joven rival familiar se quedaba anonadado o
boquiabierto e inmóvil sin explicarse
porqué dicho octogenario varón le había propinado tan tremenda
vapuleada; pues, viejo Chávez Henríquez, de antemano
proponía jugar conquianes en series de siete consecutivos juegos cada una, para
así imitar a series mundiales del béisbol gringo.
Una de tantas mañanas, desde San
Salvador, en tren IRCA, llegó a visitarlo uno de sus tantos nietos, hijo de la
primera hembra nacida de su también primer matrimonio: Doña Amalia Chávez viuda
de Morales, venida al mundo en 1923. Dicho nieto: José Joaquín Morales Chávez, quien tres días
antes había regresado de París,
Francia (¿1981?), después de haber cumplido tres años de estudios médicos
especializados en Cirugía Microscópica Mayor de humanos en acreditado hospital
parisino; pues él, José Joaquín Morales Chávez, en
Universidad de El Salvador se había doctorado en Medicina General, cuando
nuestra Alma Máter era dirigida, con Maestría o Sabiduría, por el Filósofo
Rector: Doctor Don Fabio Castillo Figueroa†, ─difunto desde
hace tres meses─; con dos años más como Médico Residente en Instituto
Salvadoreño del Seguro Social.
Después de abrazos con risotadas, y de
entregar el nieto múltiples recuerdos
materiales de su estancia en Francia, tal abuelo lo invitó a jugar una serie de
conquián. Aquél argumentó carecer de mínimas nociones al respecto, pues en
Francia no había tiempo ni lugar para practicarlo. Octogenario Chávez Henríquez, de inmediato
comenzó a explicarle al nieto, paso a paso, naipe en mano, generalidades sobre
dicho juego de salón. Después de media docena de ensayos, tan vicioso abuelo
obligó al fingido inocente nieto a iniciar primera serie, sin poner atención a
múltiples excusas aducidas por el joven Doctor José Joaquín Morales Chávez, quien fingiéndose
algo humillado se había sentado frente a frente del gran maestro de la baraja
en tal especialidad; pero, para refrescarle el cacumen y calmarle aquella sed
tropical, ordenó a una de sus tres empleadas domésticas servirle al nieto
enorme guacalada de horchata a base de morro con alguaishte de pepitoria, nuez
moscada y abundante hielo; pues la inmediata futura víctima venida de París así
lo requería.
Nuestro querido e
inigualable octogenario se quedó absorto cuando aquel joven galeno, o cirujano
microscópico en cirugías mayores, le ganó, al hilo, aquellos siete juegos de la
primera serie. Al llegar a la 14^
pérdida consecutiva, pareciendo quinceañero atleta, tan despampanante campeón
tecoluquense del conquián de súbito
irguió su matusalénica osamenta con escuálidas carnes¸ pegó dos puñetazos
sincrónicos sobre tabla-mesa del comedor; más seguidilla inenarrable por
ininteligibles pujidos guturales; pero que denunciaban su senil furia por haber
sido vencido por aquel su nieto “culo de rábano” quien, con toda parsimonia se
levantó de silla conquianera y se dirigió hacia otra estancia hogareña donde su
abuela confeccionaba miniaturas propias de nacimientos católicos; ignorante
ella del soberbio ataque de ira sufrido, y aún no digerido por su esposo: el
derrotado o destronado rey del conquián quien, zapateando allá en lo más
recóndito del traspatio, rompió la baraja española causante de las catorce
derrotas al hilo.
Aquel Doctor Morales Chávez, después de haber charlado durante 30mins con
su honorable abuela, aceptó quedarse a almorzar con ellos y dejar resto de tarde-noche
para visitar a otros pocos familiares Chávez que aún no habían abandonado la
comarca tehuacana combatiente con hidalguía contra tropas o soldadesca
democratacristiana al servicio siempre de enriquecidos ladrones u oligarcas,
culpables directos de 200 ó más años de nuestro infra desarrollo en general;
pero ahora, dicha soldadesca comandada por sanvicentino General J G García.
Mientras la hora almuercera llegaba, Morales Chávez fue a
recostarse sobre hermosa hamaca colgando en el patiecito central de aquella
amplia decimonónica construcción de adobes con extensos patios y traspatios;
hamaca refrescada por enorme sombra de naranjero traído desde Chinandega,
Nicaragua, allá por 1948, cuando el profesor Don José Ricardo Chávez Cruz regresó de su luna de miel gozada en tierras de
Darío; y traía tal vegetal para obsequiárselo al ahora destronado rey del conquián:
tío materno de Ricardo.
A 01:10pm, esposa y abuela respectiva
llamó a la mesa a nieto y marido también respectivos. Tal comida se había
retrasado porque el nieto doctor deseaba saborear caldo de patas no saboreado
ni en el Molino Rojo parisino. Mientras tripas de res, tendones, otros
ligamentos, verduras y tuétanos óseos terminaban de ablandarse o de soltar
riquísimas sustancias tisulares con más fuego, el Doctor Morales Chávez saboreaba, todavía de espaldas sobre la hamaca, par de naranjas de Chinandega tan
grandes y jugosas hasta llegar a pesar 03 ó 04kgrs cada una. Aquel campeón
destronado ya había recuperado la calma o cordura. Sobremesa doméstica fue
empleada para hablar pormenores acerca de estancias del nieto en aquella Ciudad
Luz renacentista. A 03:00pm, PPKing, ─cariñoso nombre
formulado o compuesto, empleado por todos los Chávez Henríquez tecoluquenses para
referirse al Doctor José Joaquín Morales Chávez─, fue de visita a
inmediatos y escasos hogares de
familiares aún quedados: Chávez-Orantes; Chávez-Rodríguez; Chávez-Sánchez;
Chávez-Martínez; pues, 90% de aquel clan fundado en 1888, había migrado, por
exclusiva causa bélica civil, hacia otras ciudades o hacia el extranjero.
Conviene aclarar: cuando PPKing estudiaba Plan Básico o
Bachillerato en Instituto Simeón Cañas de Zacatecoluca (¿1965-67?, a sus 14-16
floridas primaveras, casi todas las noches, temprano hasta 09:00pm. y en fines
de semana, este jovenzuelo acudía a casa del abuelo Moncho Chávez Henríquez, o Papá Moncho, donde recibió, de éste,
múltiples clases del mentado juego; pero, a 70 años cumplidos, aquella
enfermedad de Alzheimer empezaba a desarrollarse; y, cuando PPKing lo desconoció con el 14 a cero, tal ancianito no pudo
evocar al adolescente alumno de 15 ó 17 años atrás. Él, Don Moncho, falleció en cuatro de marzo
de 1989, a 90 años cumplidos.
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A 09:00pm, cuando el nieto científico
regresó a casa saltándose tapiales familiares comunes, ─porque ley marcial
asesinaba a todo transeúnte encontrado en calles reales─, halló al abuelo
absorto con el naipe; éste le prestó poca atención, señalando habitación-dormitorio
designada al nieto parisino; pues él, el abuelo campeón recién destronado durante
aquella mañana-mediodía, estaba desquitándose el capote con otro joven: Rubén
Belarmino Chávez Sánchez: sobrino-nieto del campeón conquianero.
Santa Tecla, febrero 12 en 2013.-
Ese doctor Morales Chávez cometió tremenda injusticia contra su abuelo Moncho; pues el pobre don Moncho fue engañado por el tal PPKing, quien por ser médico famoso, debió haber diagnosticado, al chilazo, la insipiente enfermedad de Alzeimer padecida por su abuelito al iniciar la octava década vital (1981)... Por lo demás, esta pasadita familiar está muy chistosa; además, a lo lejos se adivina de que este fino abuelo tenía hijos, nietos y bisnietos pertenecientes a clases intelectuales de primerísimas categorías como: médicos, abogados, ingenieros, dentistas, filósofos y comerciantes no ladrones ni en pesas, medidas o calidades.
ResponderEliminarMe causa grande alegría enterarme de cómo vivían las familias salvadoreñas pueblerinas-campesinas en tantas pequeñitas ciudades de la región Nonualca-tehuacana; y me da inmensa tristeza pensar que esos paternales ancianos abuelos y bisabuelos quizás se han perdido para siempre, como se nos perdió el Jaguar o dios sagrado del pueblo nonualco, subraza maya venida al Chinchotepec como rama de mayas copanecos fincados en Copán, Honduras; asimismo, como se acabó el tan elegante puma, el jabalí o cuche de monte, el venado de ramazón o cola blanca, la danta, el manatí, el caimán, el tepezcuintle, el pajuil o pavo silvestre, etc.
ResponderEliminarMi abuelito, Don Tiburcio Contrras, tecoluqueño puro, quien vivió en terrenos suburbanos propios, donde antes estuvo el rastro municipal y ahora está el complejo deportivo de Tecoluca; allá por 1950, le contaba a mi padre:Tomasito Contreras Urrutia y a mi señorita tía: Martita Contreras Urrutia, cómo había sido su juventud y adultez tecoluquenses entre 1900 y 1940; cómo las principales familias: Chávez Henríquez, Chávez Molina, Miranda JIménez, Parras Martínez, Alférez Ayala, Cañas Salinas y más, eran solidarios hasta con Coronado Roque y Pío Mejicanos: dos de los últimos jornaleros agrícolas quedados sin tierras ejidales o municipales cuando, en 1879 y en 1932, sus padres y abuelos fueron despojados de sus tierras labrantías, por padres y abuelos de actuales riquitos pueblerinos tecoluquenses.