F U
N E R
A L U
T Ó P
I C O1
Del libro “Historias Escondidas de Tecoluca”
Escrito por Ramón F Chávez Cañas
El Chelito Orlando Chávez Cañas estaría
iniciando su sexta década en este planeta cuando murió, de muerte natural
senil, la última tía paterna, quien concluyó 120 años del cacicazgo en tan
paradisíaco Pueblito, de la casi sesquicentenaria2 dinastía Chávez-Henríquez.
Este lindo Pueblito está cimentado
frente a las dos enormes tetas del majestuoso volcán Chinchontepec, —ambas tetas
visibles a perfección desde lado sudoriental—. O, cimentado 02kms al sur de las
“Ruinas de Tehuacán”, capital del Imperio Nonualco precolombino. Desde esas
Ruinas se contempla el maravilloso litoral para-central y parte del oriental
del diminuto país, con profundo Océano Pacífico sirviéndole de fondo.
Chelito Orlando, a sus 52 años bien vividos y bebidos,
con su estampa de dos metros aproximados (1.94m.), más doscientas veinte libras
libres y de atlética estructura muscular (100kgrs.) se parecía al mitológico
Sansón bíblico o al Hércules helénico. Además, se distinguía por profesar profunda
veneración a todos los mayores; sobre todo a sus consanguíneos maternos y
paternos. Fiestas o lutos familiares, este enorme varón los gozaba o sufría ingiriendo
cataratas de cerveza negra danesa Carlsberg,
importada por él para su consumo cotidiano privado, sin llegar al mareo ni a
perder la correcta compostura. La difunta tía del Chelito Orlando, quien
entregó su alma al Creador a 95 años de edad, había sido elegante dama de
estatura mediana y de complexión maciza sin sobrepeso; pero, por culpa de su
excepcional longevidad, con agravante de
ser fémina, osteoporosis la había reducido a una talla-peso similares a los de
una niña bajita, delgada de entre 10 a 12 años de vida. Su muerte fue algo
súbita, pues 24hrs antes había estado en amena charla con otro de sus queridos
sobrinos: Don José Ovidio Chávez, hermano mayor del Chelito Orlando, hermano
mayor propietario de la edénica hacienda El Jiote donde, en enero de 1933, por
primera vez se escucharon aullidos de la desventurada Coyota Teodora. La tía falleció
durante primeras horas de una madrugada, en último julio del siglo XX, ─06
meses antes del catastrófico terremoto del 13 de enero en 2001. De inmediato se
dio tan infausta noticia a todos los numerosos familiares residentes, a causa
de Guerra Civil nuestra recién pasada, en lo ancho y largo del pequeño país y
en el extranjero. Al amanecer de ese lúgubre día, calles y avenidas aledañas a mansión
fúnebre, estaban colmadas de automotores.
A 06:00pm del mismo, centenares de automóviles no encontraban adecuado
sitio urbano para ser aparcados; habiéndose habilitado, para tal efecto,
algunos terrenos agrícolas contiguos al Pueblito, propiedad de la dama yaciente,
con la consecuente vigilancia efectiva ordenada a colonos. Vigilancia sufragada
con dineros de las arcas dejados por la misma. Tiernos arrozales y milpas ya en
jilotes, fueron arrasados para solucionar dicha emergencia automotriz. Fue
necesario contratar a dos docenas de “valetparkins” para acomodar a
tanto automotor, evitándoles molestias a
dueños de los mismos.
Goliat familiar fue el primero de los sobrinos
distantes en hacerse presentes. Llegó desde la próxima y colonial ciudad de
Austria y Lorenzana (cabecera departamental) a eso de 04:00hrs. Junto con el
hijo mayor de la finada, auxiliados por respectivas nietas de la misma,
vistieron el fresco cadáver para esperar el correspondiente ataúd pedido de
inmediato a ciudad cabecera ya mencionada. A 06:00am, tan venerada tía estaba
siendo depositada al interior del recién llegado finísimo féretro. Dinásticos
lejanos en distancia, pero cercanos en genética y cariño; asimismo, incontables
amistades de éstos y de aquélla, desfilaron durante 48hrs frente a los casi
centenarios despojos. Chelito Orlando, con similares horas de desvelo, parecía
viejo pero fresco lirio, saludando con abrazos a quinimil3 parientes
y a centenares de amigos llegados para
tales exequias. Por momentos, este sobrino derramaba abundantes lágrimas y
copiosos mocos salídosles de ambas fosas nasales, los cuales él limpiaba con
sus perfumados blanquísimos pañuelos de algodón peinado. Apesadumbrados
sentimientos, medio los mitigaba con más Carlsberg,
sin llegar a la ebriedad; y con rubios tabacos importados (habanos Cohíba o Partagás) hasta parecerse a una
antigua prieta locomotora IRCA, movida por leña o por petróleo, ya desaparecida.
¿Por qué Chelito Orlando, siendo sólo sobrino paterno
carnal de la querida tía parecía uno de los principales anfitriones dolientes
cuando, tal Chelito gozaba de sólida solvencia social, empresarial y económica?...
Tal respuesta es fácil: cuando Chelito nació, esa tía le escogió los nombres. Así
se llamó: Héctor Orlando. Junto con su esposo (muerto 45 años antes) lo
llevaron a pila bautismal católica. Y, por otras cien mil buenas razones
presentes a torrentes en memoria del gigante. Es más: apodo de Chelito le fue puesto por ella con benevolente
complacencia de su distante finado esposo. Mentado Chelito tenía, además de a su
legítima madre biológica viva, —otra singular positiva matriarca: Señora Doña Carmela Cañas de Chávez, aún saludable—, a su paterna tía-madrina a
quien siempre le llamó “mamá”, seguido del primer nombre de ésta. Hijo mayor de
la fenecida también le expresaba y le expresa particular aprecio respetuoso. El querido padrino de don Orlando
falleció a causa de accidente ecuestre cuando el ahijado frisaba entre 06 u 08
años de edad.
* * *
A 02:00pm de aquel tercer grisáceo día,
las cuatro campanas católicas parroquiales empezaron a sonar con tristes
primeros repiques o dobles para recordar irrefrenable carrera cotidiana del
Sol; asimismo, aproximación de la hora
para concelebración, por tres ministros, incluyendo al obispo vicentino, de solemne
misa fúnebre cantada y acompañada por calificada orquesta de cuerdas llegada
expresa desde la ciudad capital del pequeño país; orquesta cuyos barítonos,
tenores y sublimes sopranos, pondrían nostálgica emoción en toda aquella
doliente concurrencia. Al sonar el tercer repique o doble, o último, (02:30pm) los
edecanes funerarios contratados, vistiendo rigorosos ropajes negros en trajes
enteros tipo smoking, disponíanse a trasladar tan fina caja en forma de zeppelín,
elaborada en maderas preciosas (caoba), con la inerte decana familiar en su afelpado
interior, hasta compartimiento de la no menos lujosa limosina funeraria. Al
momento de apresurarse aquellos elegantes oficiales servidores de pompas
fúnebres, a cerrar el ataúd con caóbica4
tapadera, de entre la multitud de acongojados presentes emergió aquella
hercúlea figura de las tantas veces mencionado sobrino quien, entre sollozantes
palabras educadas, retiró a los bien vestidos hombres, diciéndoles:
—Un momento, caballeros: mi tía-madrina
no debe ser llevada, ni a la iglesia, ni al cementerio, en esa carroza
mortuoria... En artefactos como ése, sólo viajan difuntos pobres, cuya única
riqueza de su vida fue el dinero... Mi tía era más rica en bondad, en
comprensión y en amor para con todos sus semejantes; por tanto: ella merece ser
llevada sobre brazos de este su humilde
sobrino a quien ella tanto quiso—.
(En realidad, no decía “mi tía-madrina”, sino: “mamá”... seguido del primer
nombre de la inolvidable anciana).
Dicho lo anterior, aquellos seis catrines enterradores, sin articular
palabras e impotentes, perplejos miráronse unos a otros, cediéndole el espacio
al gigante. Inmensa sala de casona luctuosa atestada de familiares y amigos,
mantenía silencio sepulcral, expectante, prolongado. Hijo mayor de la fenecida
estaba anonadado; pero complacido por inesperado extraño gesto de su primo-hermano
menor. Éste, sin titubear, absorto retiró con delicadeza al Cristo Negro de la
cabecera; a las coronas, candelabros y floreros más próximos; a las ocho
ancianas quienes rezaban el último rosario, (no por la juzgada, sino por sus
propios temores a la huesuda); luego desarticuló tan pesadísima tapadera; tomó
con sus manotas aquella inanimada nonagenaria anatomía; la sacó del ataúd
acomodándola horizontal entre sus musculosos brazos, caricaturizando a inmortal
escultura vaticana “La Piedad”, esculpida por
Miguel Ángel Buonarroti hace 400 ó más años. Con velo fino de seda natural la
cubrió de cabeza a pies; abriose paso entre tan expectante multitud, saliendo
al portal exterior de la céntrica colonial casona pueblerina de la difunta;
ordenó al uniformado chofer de la negra limosina, recibir el vacío ataúd o
zeppelín, colocarlo dentro del compartimiento respectivo y ponerse en segundo
lugar del cortejo, porque él, el Chelito, chineando los livianos restos (100 ó
110 libras) iría en primer plano, o sea: encabezando luctuosa procesión para
caminar, a pie, aquellas 15 ó 20 cuadras periféricas del singular Pueblito. Así
llegar hasta iglesia parroquial. Ya en la calle, algunos otros cercanos
parientes, incluyendo al hijo menor de la finada, no pudieron persuadir de lo
contrario al gigantesco llorón, habiéndose ellos resignado a colocarse en primera
fila del séquito, después del solitario ataúd llevado por la limosina. En
seguida de carroza fúnebre vacía y de sollozantes dolientes más cercanos (plañideras
no encontraron espacios para lucir sus artes), iban dos soberbias bandas
musicales regimentales completas, llegadas éstas de las dos ciudades cabeceras departamentales
más inmediatas al incomparable Pueblito. Estas bandas musicales se turnaban
ejecutando diversas marchas fúnebres a cuales más sentidas, quizá para
demostrar, a tan apesarada audiencia, la secular rivalidad mantenida entre
ellas. Tales marchas no envidiaban nada a las tocadas durante viernes santos en:
Antigua de Guatemala, Sevilla de España y en ciudad Sonsonate, El Salvador.
Después, iba resto pedestre de otros consanguíneos, familiares afines,
servidumbre neo-esclavizada pero tratada con justeza cristiana, más numerosas
amistades. Por último, aquella doble fila de 200 ó más automóviles de modelos recientes
llevando, sobre de parrillas, caperuzas y techos, infinidad de coronas, más arreglos
florales respectivos. Indigentes y bolitos5
pueblerinos quisieron aproximarse durante el recorrido para tocar,
por vez postrera, restos de aquella querida y respetada matriarca llevada sobre
fuertes largos brazos de su inconsolable sobrino; pero, 30 policías nacionales
civiles antimotines, con gran esfuerzo, paciencia y cortesía, los retiraban.
Mientras tanto, el Hércules llevaba empapado en sudor su impecable traje entero
oscuro de legítimo casimir pakistaní de Cachemira, aunque la rosada blancura de
su tez lucía fresca, pero consternada. Su altiva testa iba cubierta por sombrero
fino de color negro, alas extendidas, fieltro italiano Barbissio; sus melancólicos ojos eran disimulados por lentes
verde-gris de manufactura holandesa marca Baruch
de Spinoza; su camisa blanca con corbata negra, ambas de exclusiva seda
francesa Lacoste, destilaban sudor; calcetines
de algodón egipcio fabricados en El Cairo, anegaban el delicado cuero de
cabritilla charolado de sus zapatillas elaboradas a mano por eficientes
operarios de don Paquito Cornejo; los tres mega diamantes anulares engarzados
en oro de 21 quilates, heredados por él de próceres Cañas (1767-1840), junto
con otros doce diamantes del genuino reloj pulsera Rólex montado en oro macizo del mismo quilataje, incluyendo
brazalete, cegaban a: policías
antimotines, indigentes, cirineos y verónicas. Doña Lolita, esposa del
Sansón, exhibiendo cara pedrería colonial heredada de sus antepasados: Merino,
Quintanilla, Caminos, etc., y las tres hijas de ambos, le pedían al Santísimo
no permitir, al esposo y padre respectivo, un traspiés sobre aquellas
adoquinadas callecitas, evitándole así rodar por los suelos con la casi sagrada
reliquia. En apesadumbrado trayecto, algunos simón cirineos le
aligeraban la vía crucis mientras el Chelito descansaba por breves segundos
para rehidratarse con más Carlsberg
las cuales, enlatadas y en hielera portátil, eran suministradas por el Sancho
Panza de don Orlando: Carlos Mendoza o, Mendoça, a secas. Mendoça marchaba
paralelo a pocos metros de su Don Quijote, confundido con la plebe desheredada.
Varias verónicas, al paso, secaban al Hércules el copioso sudor de su guapo y rosado
rostro.
Después de darle 02 ó 03 solemnes vueltas a periferia del utópico
Pueblito, tan magno acontecimiento estaba por llegar frente al altar mayor de iglesia
parroquial. Ahí ya se encontraba el soberbio zeppelín vacío esperando a su llorada
dueña; los tres ministros católicos (luciendo sus mejores galas litúrgicas),
desesperando por los restos terrenales de aquella magnífica difunta; orquesta
de cuerdas, integrada por 44 filarmónicos,
revisando partituras y colocándolas en atriles respectivos. La iglesia se
estaba llenando y agotándose los reclinatorios. o5mins más tarde, por puerta
principal de la fachada, don Héctor Orlando, con su preciosa carga, hizo regio
ingreso: con paso firme marcial —casi un paso de ganso al estilo hitleriano en
cámara lenta—, éste recorrió los 60 metros largos desde puerta principal hasta
el altar mayor, donde depositó, dentro del mueble luctuoso, aquel querido
despojo. Esto sucedía a 04:00pm o sea, 90mins después de iniciado lúgubre
recorrido fabuloso. Misa cantada por tres ministros duró otra hora y media;
habiéndose escuchado, por primera vez en tan fantástico Pueblito, el “Libérame Dómine” y “Stabat Máter” compuestos
hace cerca de 150 años por Giuseppe Verdi
en honor al fenecido poeta Alessandro
Mansoni; también se escuchó música sacra nacional parida por los nunca bien
llorados maestros sanvicentinos: don Domingo Santos, don Esteban Servellón y don
José Napoleón Rodríguez; además, réquiems originales de fenecidos filarmónicos originarios del lírico
Pueblito: don Rafael Villegas Chávez,
don Emilio Martínez Molina y don Santiaguito Morales Quintanilla, (en
iglesia y en cementerio hasta bien entrada aquella noche). A 05:30 de esa misma
tarde, con cielo canicular azul, más calorcito de 38ºC a la sombra, Chelito
retomó el cuerpo rígido. En similar forma, la “benjamina” de don Francisco
y de doña Segunda (fundadores del clan Chávez-Henríquez allá por 1888), fue
llevada a su morada final —a su sarcófago del mausoleo familiar—, en Cementerio
Municipal del añorado Pueblito. Ahí, con cariño conmovedor y más llanto, (ya en
penumbras vespertinas), tan elegante sobrino volvió a depositar, dentro del
féretro, los residuos mortales de su incomparable tía-madrina o “mamá Carmela”,
cuyo nombre legal completo fue: Doña Juana
Francisca del Carmen Chávez Henríquez viuda de Orantes Vela; mientras, dulces
sopranos, tenores y barítonos, en sublime coro entonaban melodías fúnebres,
siempre acompañados por la antes mencionada orquesta.
Durante siguientes nueve días después
del entierro, por las tardes, nuestro héroe cervecero-fumador, viajaba 12kms desde
cabecera departamental hasta el ahora enlutado Pueblito, para acompañar, en l
rezos respectivos, al huérfano hijo mayor, —primo hermano-compadre de quien
esto relata— a nietos y bisnietos de aquélla... Por las mañanas, todos ellos
marchaban hasta el camposanto para depositar, sobre la tumba en el mausoleo, frescas
flores, más caras coronas recibidas el día anterior. En el cabo de nueve y de
cuarenta días, el devoto sobrino hizo vela hasta el amanecer, acompañando a su
primo-hermano mayor. Al presente, jamás ha faltado a una misa anual
conmemorativa.
Y, colorín colorado, esta historia ha terminado.
1—UTÓPICO = De utopía o ensoñación; 2--
SESQUICENTENARIO = 150años; 3—QUINIMIL = Incontables; 4—CAÓBICA = De caoba, madera
preciosa; 5—BOLITOS = Ebrios consuetudinarios pero inofensivos
F I N
25 de enero en 2005.-