PERSONAJES
INOLVIDABLES
Del libro “Historias Escondidas de Tecoluca”
Escrito por Ramón F. Chávez Cañas
Cuarta y ùltima entrega
X
¿1946-47?... ¿marzo?... TECOLUCA empezaba a calentarse con
el sol veraniego tropical, pues eran las diez de la mañana cuando, desde la
estación Tehuacán de IRCA, dos kilómetros al norte del lugar, apareció,
agrupado y cobijado bajo el techo de los portales exteriores de mi, —para
entonces ya difunta abuela paterna, doña Segunda Henríquez v. de Chávez—, un
“batallón” constituido por quince personas, entre hombres y mujeres, cuyas
armas estaban representadas por igual número de ese libro judío llamado Biblia.
El capitán de tal contingente era un
señor de apellido Ábrego. Éste, dueño de un negocio de talabartería localizado
en el Centro Histórico de San Salvador, el cual se distinguía por la presencia
a la entrada y en la sala de ventas, de un gran caballo (corcel) y de un enorme
lagarto, ambos disecados.
Al
instante el somnoliento Pueblito sacudió su secular modorra. Todas las señoras
del mercadito (“viejas placeras”), los
tenderos de los portales, buhoneros de paso, y habitantes de las casas
cercanas, acudieron sorprendidos y curiosos para escuchar las buenas nuevas
llevadas por aquellos forasteros pacíficos. Hablaban en nombre de una
secta cristiana: Iglesia Evangélica,
Misión Centroamericana. Era la primera vez, —decían los ancianos de esos
tiempos—, en aparecer predicando en público, a grandes voces, una numerosa
cantidad de personas no católicas.
No habían transcurrido cinco minutos
cuando, de repente, se escuchó el tañido de las campanas parroquiales
católicas, —distantes a cuarenta o cincuenta metros al nororiente del portal de
mi antepasada; esas campanas tocaban arrebato—. De inmediato, los centenares de
biatos y biatas locales, acudieron
presurosos al llamado del señor cura bélico: un español calvo y ronco
apellidado Martínez Pescador, quien pregonaba, orgulloso, haber sido miembro
activo de las falanges de Primo de Rivera (ultra derechista español); también
en ese entonces, admirador de: Francisco Franco Baamonde (el casi eterno
dictador nazi-fascista español); del cura Escribá de Balaguer, fundador del
Opus Dei, y de los curas claretianos. Ambas congregaciones españolas eran
falangistas. Además, decía: “Ustedes, los
latinoamericanos, ni con el oro de todo el mundo, alcanzarían a pagar a España
y a Roma, el precio del idioma y del catolicismo traído por nosotros”. Asimismo,
una serie más grande de estúpidas peroratas.
Con leños, machetes y piedras, el
amargado cura armó a los fanáticos católicos tecoluquenses. Les condujo,
encabezándolos, hasta la presencia de los otros cristianos protestantes.
A otros cincuenta metros, al sur,
estaba observando, en la calle, frente a la primera puerta de su hogar, un
hombre alto, delgado, blanco ladino, de mediana edad y pacífico. Observaba con
preocupación a los mansos predicadores hincados y a los bélicos, acercándose.
Cuando este larguirucho señor, de cuarenta y cinco años en esos días,
comprendió la inminente agresión fanática, de inmediato, en pechos de camisa
tal estaba, corrió los cincuenta metros con velocidad de gacela para interponerse entre las leves
ovejas y los colmilludos lobos. Iba desarmado con sus brazos balanceándose y
las blancas palmas abiertas. No encrespadas. En su rostro se dibujaba la
sagrada ira provocada por el injusto atropello a cometerse. El desarmado
Personaje practicaba la fe católica sin fanatismo. Era conocido de todos;
asimismo, querido del conglomerado por sus gestos positivos anteriores en caso
de calamidades públicas o privadas.
Los evangélicos cristianos, —también farsantes
porque no son capaces de hacerse pobres, según los preceptos atribuidos a Cristo—,
permanecían arrodillados, con sus brazos alzados, sus rostros mirando hacia el
cielo y sus biblias abiertas sobre sus manos derechas; mientras, el español les
insultaba sin amenazarles con un arma de fuego calibre .45 apuntando vertical
hacia el suelo. Fue cuando mi Personaje Inolvidable de siempre, intervino en
forma decidida hablándoles de esta manera:
—¡¡Pero
hombres, pero mujeres: estas personas no les están causando daño alguno!!...
Ellos predican, de otra manera, lo mismo creído por ustedes… Invocan al mismo
Cristo, al mismo Jehová, a la misma biblia… ¡¡¡Si van a intentar algo malo en contra
de ellos, empiecen conmigo!!!
Dicho
lo anterior, mi Personaje Inolvidable de siempre, se despojó de su fina camisa
manga larga color caqui, quedándose sólo en camiseta; fijó su penetrante mirada
contra los ojos de los endemoniados; abrió en cruz sus largos brazos; las
ovejas y los corderos agredidos hasta ese momento sólo de palabras, se
agruparon más en torno al improvisado defensor. Éste continuó dirigiéndose a
los agresores:
—Nuestro país tiene libertad de cultos… Ustedes están queriendo volver
trescientos o cuatrocientos años hacia atrás: a los tiempos tenebrosos de la
mal llamada Santa Inquisición, cuando se asesinaba a los sabios pacíficos
invocando razones religiosas dogmáticas… ¡¡Lancen, pues, la primera piedra!!
El ronco-afónico, viejo calvo Martínez
Pescador, pretendió responder con más palabras violentas a lo manifestado por
el héroe pueblerino; pero, se desmoronó cuando observó, a su izquierda…, a su
derecha…, los leños y los tetuntes abandonados sobre el fino colonial empedrado
de la calle. Al ver sobre sus curcuchos hombros a todos los iracundos alejarse
de ese escenario buscando sus respectivos hogares, el falangista guardó su arma
en la pretina, cubriéndola con las faldas de una bata beige sustituyendo a la
sotana. Con las manos encrespadas y profiriendo insultos ininteligibles,
encaminó su desconsuelo hasta la casa parroquial.
El Inolvidable, entonces, púsose la
fina camisa e invitó a los quince forasteros religiosos a continuar con sus
ritos al interior de su casa de habitación, en donde doña Carmela, su esposa
con sus pequeños hijos, les ofrecieron un suculento refrigerio-almuerzo
constituido por: iguanas doradas con huevos de las mismas en alguaishte;
tamales pishques rellenos de chicharrones y frijoles; dulces de batidos en miel
de molienda; atole de piñuelas, y fresco fermentado de cáscaras de piña.
Ese personaje Inolvidable mío hasta el
final de los siglos, falleció en ciudad Santa Tecla, un cuatro de marzo; de
muerte natural a noventa años de edad.
Falleció en el exilio interno por la guerra civil nuestra; pero sepultado en el
camposanto de su amada Tecoluca. Él se llamó: DON RAMÓN FRANCISCO CHÁVEZ HENRÍQUEZ (DON MONCHO), mi sabio y
diligente padre.
01 de diciembre de 2001
*****
XI
DON CARLOS JOAQUÍN CORNEJO MERINO es recordado con
cariño por todos sus familiares y por todas las personas a quienes él brindó su
sincera amistad. Fue un ciudadano forjado en el trabajo honesto, hasta haber
alcanzado una posición cimera en las áreas económicas y sociales. Propietario
del primer supermercado vicentino llamado Súper Altagracia y de
numerosos bienes raíces urbanos y rurales; además, comerciante mayorista de
granos básicos, cuyos graneros siempre estaban repletos con frescas cosechas,
en especial de arroz en granza, el cual vendía a los fuertes molineros de San
Salvador, transportándolo en camiones propios; magnánimo con todo mundo sin
importarle razas, religiones o credos políticos. Perteneció al Partido
Demócrata Cristiano de los primeros tiempos, cuando José Napoleón Duarte
era José Napoleón Duarte (1962-72); también contribuyó, en gran medida, con las
obras sociales de la local Iglesia Católica renovada por el Concilio Vaticano
II del venerable Papa Juan XXIII. En fin: teníamos a un vicentino ejemplar
quien, después de haber trabajado como obrero carpintero sin taller en su
primera juventud, logró escalar las posiciones arriba resumidas.
Amigo-benefactor del presbítero Rafael Palacios. —A este joven sacerdote, por
su enorme estatura esbelta y extrema delgadez, los feligreses, con cariño y a
hurtadillas, le apodaban “Seis en Punto”. Este curita fue martirizado
por la extrema derecha salvadoreña en ciudad Santa Tecla a inicios (¿1979?) de
la locura bélica civil salvadoreña—.
Cierto día, a
principios de mil novecientos sesenta y siete, el presbítero Palacios llegó de
visita al Súper Altagracia sólo para saludar al señor Cornejo Merino. Cuando aquél se despedía ya en la acera del
negocio, éste, al observar las cuatro llantas del humilde 4 x 4 (“yipito”
antiguo) del cura, suspendió la mutua despedida para hablarle así:
—Padre:
¡¡no es posible!!… ¡¿Por qué las llantas de nuestro flamante señor cura
párroco, hombre de bien, van a rodar en puras lonas?!
— ¡Ah, Don Carlos Joaquín!— exclamó el
“Cocotero” Palacios y prosiguió—: mi
feligresía es paupérrima… Por eso no puedo pedirle ni llantas usadas; mucho
menos engrase y cambios de aceite, pues apenas logra darme el combustible
cuando voy a visitas rurales.
—
¡Espéreme, padre, ya regreso!— dijo Don
Carlos Joaquín quien se introdujo al negocio buscando su oficina privada.
Cinco minutos después el hombre
retornó trayendo un sobre cerrado. Otra vez frente a frente el comerciante
habló:
—Padre: tome este sobre. Lléveselo a don fulano de tal; él balanceará e
instalará las cinco nuevas, incluyendo la de repuesto, pues ésta está en peores
condiciones; además, le hará el engrase y el cambio de aceites con sus filtros;
asimismo, le alineará todo el rodaje. Ya
hablé por teléfono con él. Con usted, me enviará la factura correspondiente.
El joven presbítero no pudo ocultar su
sonrojo; quiso rechazar la espontánea y generosa oferta; mas, Cornejo Merino casi lo obligó a tomar
el timón del anciano yipito. Tres horas después, “Seis en Punto”
regresaba y partía de nuevo llevando el cheque respectivo. Tres meses más
tarde, este novato ministro católico, allá en su Iglesia El Calvario Vicentino,
impartió la bendición nupcial a María
Elsa, la hija mayor de Don Carlos Joaquín, la cual contrajo
matrimonio con este subdesarrollado relator: veintisiete de mayo de mil
novecientos sesenta y siete.
*****
En las numerosas campañas políticas
electorales locales y nacionales, DON
CARLOS JOAQUÍN CORNEJO MERINO contribuía en forma muy positiva para ello:
sus camiones y sus automóviles privados recorrían los cuatro puntos cardinales
vicentinos haciendo propaganda a favor del “Pescado” (partido opositor
al militarismo de moda), acarreando gente desde lo rural hasta las urnas de
votación localizadas en los alrededores del parque central llamado “Antonio
José Cañas”; también sus numerosos empleados, ahijados, familiares, amigos y
correligionarios, desvelábanse la noche anterior para preparar la comida de los
vigilantes de urnas democristianos de aquellas lejanas épocas. Todo esto ocurría en el interior de la casa de
habitación del señor Cornejo Merino.
DON CARLOS JOAQUÍN nunca tuvo ambiciones
personales para cargos de elección popular; no obstante, colaboraba hasta con
importantes sumas monetarias. En una elección municipal fue conminado por sus
correligionarios a aceptar la postulación como primer regidor vicentino. Junto
con el resto de la planilla inscrita visitaba barrios urbanos, cantones y
caseríos (con frecuencia utilizando los vehículos de su propiedad); pero, los
compañeros de fórmula habían observado el silencio de Cornejo Merino frente a los numerosos conglomerados en las plazas
públicas. Entonces, empezaron a reclamarle por tal mutismo. Él alegaba no tener
la elocuencia básica para expresar en público su fervor patriótico. Uno de
ellos, —Don Raúl “Flecha” Miranda—, le dijo:
—“¡¡Mirá, Carlos Joaquín: la gente
está aburrida de mirarnos las mismas caras y de oírnos las mismas voces; vos, por ser el más conocido y
querido en el campo y en la ciudad, sos
el perfecto indicado para subir a las tarimas y terminar de convencer a las
pequeñas masas populares indecisas!!”
— ¡¡Gϋechos!!… ¡¡No!! — repetía cada vez
el huraño político.
El
cántaro se rompe de tanto ir al agua: así reza un viejo refrán. ¡¡Cabal!!. Al
enésimo ruego, CORNEJO MERINO respondió así:
—
¡Bueno: yo tal vez me animaría a dirigir la palabra al público, pero con un par
de tragos entre pecho y espalda!
—“¡¡Bueeena!!” — gritaron todos aplaudiéndole y mandando a comprar
una botella de finísimo coñac.
Mientras
uno de los tres fatigados o fatigadores oradores dirigíase a la numerosísima
concurrencia del enorme cantón San Diego, —rumbo
a, y haciendo límite con el municipio de Tecoluca—,
el resto le medía y le servía el primer trago doble del exquisito licor. De inmediato,
querían subirlo al podio popular para su debut como orador. Él se resistió
alegando aún no estar en forma. Pidió el segundo y tercer “tacón alto”, los
cuales tragó en un santiamén. Cuando había deglutido la cuarta dosis doble en
menos de media hora, y el tercer orador en turno ya redundaba en los mismos
conceptos, CORNEJO MERINO en forma inesperada irrumpió sobre la cama del camión
usada como tarima de oradores… Apartó al ya cansado tercer orador diciéndole: “¡¡Préstame esa bocina vos, pues ya me tenés
harto con la misma perorata!!”… Se
terció al pecho la correa del megáfono portátil… Tomó el micrófono con la mano
derecha… Lo percutió insistente con los dedos de la izquierda… Medio se
tambaleaba de un lado para otro; pero no de adelante para atrás… Repitió varias
veces el trillado: uno-dos-tres- probando. En este punto, sus compañeros de
campaña casi a grandes voces le susurraban: “¡Empezá ya, jodido!… ¡La gente se puede aburrir más!” CORNEJO
MERINO los inundó con la luz de su mirada… Lanzó su caro sombrero italiano
‘Barbissio’ contra el techo laminado de la cabina del camión… Sacudió su canosa
tallada en “pato bravo”… Sacó un “aperjumado” pañuelo blanco con el cual
secó el sudor de su frente… Se sonó con el mismo y con escándalo, ambas fosas
nasales… Pegó más de tres pujidos tosigosos voluntarios para aclarar su voz…
Llevó el micrófono a cinco centímetros de sus labios. Con timbre metálico
alegre de un beodo inspirado, y palabras pausadas, se expresó así:
-—
¡¿Sa-ben us-te-des qui-én
es Car-los Jo-a-quín
Cor-ne-jo Me-ri-no,-- hi-jos
- de -
pu-ta?!…
La cariñosa e inmensa muchedumbre al unísono respondió:
—¡¡¡Siiii!!! ¡¡¡Siii!!! ¡¡¡Lo
sabemos!!!
Más entusiasmado, el improvisado
agitador de masas prosiguió:
—¡¡Muuuyyy bieeen!!… ¡¡Muuuyyy bieeen!!… Ahora, cabroncitos, paren las
de
conacaste1 porque van a
escuchar un mensaje vergonísimo…
(Aplausos prolongados)
De inmediato, los quince futuros
ediles presentes desconcertados, —en especial Julio
Alfredo Samayoa hijo, quien estaba postulado para primer diputado del pescadito—,
subiéronse a la tarima y debieron forcejear con él para quitarle el micrófono;
luego subirlo a la cabina del camión para llevarlo hasta su hogar. Mientras, en
el recorrido de los distantes diez kilómetros, y media hora del regreso, DON CARLOS JOAQUÍN le había dado fin a
la cara botella de coñac francés. Al día siguiente se estaba disculpando con
todos sus compañeros y acompañándoles en otras jornadas propagandísticas.
Nadie, por supuesto, volvió a insinuarle algo al respecto.
DON
CARLOS JOAQUÍN CORNEJO MERINO dejó este mundo por muerte natural a los setenta y
tres años de edad: dieciocho de octubre de mil novecientos noventa y cinco.
24 de febrero de 2004
Árbol cuyos frutos parecen orejas humanas
(Artículo editado en Jyllinge, Roskilde, Dinamarca en
23 de junio de 2012)