Del libro “Historias Escondidas de Tecoluca”
Escrito por Ramón F Chávez Cañas
*****
En ese año, 1952, el sacerdote católico: presbítero Juan Bautista, llegó a administrar aquella parroquia, nombrado por obispo diocesano vicentino apodado Tamagás, pues esa inmensa comprensión siempre ha necesitado de buenos, humildes y diligentes pastores. El cura Bautista era sacerdote joven, — ¿tres décadas?—, quizás recién salido del seminario San José de la Montaña en San Salvador; tal vez era su primera sede parroquial. Fue originario de pueblito San Isidro, departamento Cabañas del mismo minúsculo país; blanca amarfilinada su tez; cabellera negra con barba azul entera rasurada; algo narizón y de tamaño mediano, con cierta corpulencia medio atlética; su voz: suave en pláticas con laicos; pero enérgica en sermones dominicales. Humilde, sin parecer tímido ni tonto. Con alguna certeza parecía practicar la castidad jurada.
Había llegado a relevar al Pbro. Abraham Rodríguez, otro piadoso sacerdote amante de actividades deportivas para juventudes sanas y descarriadas en tan devoto Pueblito. —Este sacerdote Rodríguez introdujo práctica del baloncesto, para ello, construyó, con aquella muchachada y con sus propias manos, dos canchas para tal deporte; ambas localizadas en patios y traspatios de casa parroquial o convento. También, el cura Abraham, practicaba natación en soñadas piscinas de hacienda Tehuacán, propiedad de don Nicolás Angulo y hermanos… Fueron tiempos de Pérez Prado con el mambo; de bailarinas exóticas: Amalia Aguilar, Tongolele, Rosa Carmina, Ninón Sevilla y de otras medio desnudas del cine mexicano-cubano; del trío Los Panchos y de Luís Alcaraz con su afamada orquesta. La señorita Josefina, hermana menor del cura Rodríguez, era otra Tongolele bailando el mambo con el señorito bachiller don Jesusito Orantes Chávez, en casa de éste o en la de señoritas Parras. Además, lo bailaba con cuatro o seis ágiles jovencitos de aquella dorada etapa—. Perdónennos si redundamos sobre esto en otra historieta.
El presbítero Juan Bautista hizo todo lo contrario: excomulgó a tantos mamberos por órdenes expresas del obispo Tamagás; exiló del convento parroquial a basquetbolistas, enviándolos a practicarlo en otra cancha, siempre parroquial; pero afuera del sagrado recinto. El mambo, pese a excomuniones, se continuó practicando durante fines de semana o vacaciones estudiantiles. Se practicaba en residencia de don Chusito Orante Chávez o de señoritas Parras: Tinita y Elisita.
*****
Los niños: Robertito Cabrera (12 primaveritas), hijo de doña Tina Cabrera con chino Andrés Avelino Hernández; y Francisquito Pérez 14 abrilitos), hijo de señora purera Tiburcia Pérez, servían de acólitos, junto con el otro niño, Carlitos Borromeo Chávez Cañas, hijo de don Ramón padre y de doña Carmela Cañas de Chávez; mientras, don Daniel Chacón, hombre mayor, piadoso, ágil e inteligente, era sacristán; pues el otro, don Chico Hueco, había fallecido. Las “biatas”1 Carlota viuda de Fernández (decana), Sarita Cañas de Alférez, y señoritas: Cecilia Ayala Bustamante, Soledad López, Amalia Reyes y otras sin cuenta más, eran encargadas en mantener viva la fe religiosa de aquella enorme parroquia (desde volcán Chinchontepec hasta playas en Océano Pacífico), ocupando toda la parte sur del departamento de San Vicente, siendo municipio y parroquia más extensos del diminuto país.
Un día de noviembre en 1952, el cielo amaneció gris de tristeza. Nortes alisios comenzaron a soplar cada vez con más furiosa intensidad; repitiéndose otro ciclo de lo ya narrado. Ese día, el cura Bautista, acompañado por los dos primeros acólitos mencionados, ─pues Carlitos Borromeo, el tercero, no obtuvo permiso de su padre: don Ramón Chávez, por ausencia prolongada de éste (en salineras del estero Jaltepec). Doña Carmela Cañas, su madre, no se creyó con suficiente autoridad para dejarlo partir, aun con sacra compañía del sacerdote Bautista─. Ese día, el señor párroco tomó su desvencijado “yipito”2 para encaminarse hasta remoto cantón la Pita, donde oficiaría santa misa mayor en honor al santo Patrono de dicho cantón: cantón situado en triángulo formado por: al oriente, Río Bajo Lempa; al norte y noroeste, por cañadas del estero Jaltepec y, al sur, por Océano Pacífico. Cantón o caserío la Pita pertenece a esa parroquia y municipio. Luego de terminados sagrados oficios, los tres, párroco y acólitos, se enrumbaron hacia riberas del estero, en cañada comunicante con delta del Lempa, cuando éste muere en Océano Pacífico. —Es misma cañada donde don Raymundo Nicolás Cañas Merino, jineteando su caballo Pegaso para pasar a la otra orilla del estero, pescaba, con ambas espuelas sin quererlo ni saberlo, enormes y sabrosos peces marinos al quedar éstos trabados en rayos filosos de sus espuelas—. Por ser veraniega tarde sabatina, tal cañada estaba bastante concurrida por turistas criollos llegados, en gran mayoría, desde ciudad capital. Éstos, pertenecientes a ricachonas familias. Entre esos numerosos turistas capitalinos, hallábase dos jovencitos navegantes tripulando hermoso yate impulsado por dos fuertes motores fuera de borda con potencia de 150hp cada uno. Tales jovencitos, pertenecientes a familia Vilanova Kriete, —una de aquellas catorce poderosas familias de entonces. ¿Lo serán todavía?—. Invitaron a los humildes pastores católicos para ir a dar un paseo hasta el entonces cantón la Herradura, en departamento la Paz, al otro extremo del largo estero, a 60kms desde el punto de partida. Para llegar hasta la Herradura era imprescindible atravesar la bocana El Cordoncillo, ésta, cordón umbilical del estero con el mar. El sacerdote quiso declinar tan amable invitación, hablando así:
—Miren, jovencitos: el mar, el río y el estero, están muy picados. Esto se debe a fuertes vientos bastante huracanados presentes desde hace dos días; por tanto, es demasiada peligrosa la navegación, incluso en potentes y modernos aparatos como éste, propiedad de ustedes.
Uno de ambos jovencitos adinerados, con apariencia de mayor edad, timonel de la embarcación, contradijo así:
—No padrecito, no. Este yate es muy estable, pues su centro de gravedad está diseñado a perfección; además, nuestros potentes motores son capaces de vencer hasta la más bravía corriente de Humboldt; asimismo, tanques de combustible están repletos con capacidad para navegar hasta por 24hrs sin interrupción… Súbase, padrecito: confíe en mis palabras y en mi pericia; también contamos con su santa presencia para aplacar cualquier oleaje adverso… Lo pasearemos por El Astillero, por bocana El Cordoncillo; lo llevaremos hasta Los Blancos, hasta la Herradura. En término de una a dos horas, estaremos de regreso sanos y salvos, pues son las 03:00hrs, una hora bastante temprana para regresar con luz solar.
El señor cura y sus dos menores acólitos fueron entusiasmados más por numerosos feligreses acompañantes hasta el primitivo muelle cantonal del embarcadero, aceptando abordar la aparente fuerte embarcación. Tales cinco varones se hicieron a la mar. Aquellos dos motores bramaban al despegar; mientras, los quedados en tierra aplaudían tan valiente decisión de su pastor. Embravecido oleaje fue roto, durante algunos momentos, por la calle acuática dejada atrás por tan veloz embarcación; en tanto, los cinco tripulantes se perdían de vista cuando cruzaron los todavía espesos manglares y cincagüitales.
Tres horas después (seis de aquella tarde), Sol veraniego estaba empijamándose, y vivísimos celajes vespertinos de irisados tonos, desvaneciéndose; mientras, cinco turistas no daban señales de aparecer por alguna de tres o cuatro rutas posibles. Para entonces, Luna llena empezaba a emerger en dirección al delta del Bajo Lempa, reflejando su plateada hermosura sobre follaje del tupido bosque salado y sobre encrespadas aguas del río y del estero. Ráfagas alisios estaban volviéndose más fuertes; zumbido de las mismas, al chocar contra árboles y contra del agua, recordaban Misa de Réquiem compuesta por Giuseppe Verdi en honor a Giacomo Rossini, otro maestro músico italiano. Olas, al estrellarse contra riberas esterinas y, rías lempinas, al chocar contra aquéllas, sonaban cual lúgubres violoncelos o contrabajos de alguna sinfónica famosa, preludiando noche interminable y luctuosa. Cuando Luna llena estaba formando ángulo de cuarenta y cinco grados con respecto al horizonte oceánico, relojes marcaban las nueve de esa noche. No se escuchaba ni triste canaleteo o remar de un tan sólo primitivo cayuco, mucho menos el rugir desbocado de una máquina marina. Feligresía campesina, seis horas atrás entusiasmada por el paseo de su pastor, empezó a desesperar; pronto, a rezar. La hostia argentina nocturna llegaba al cenit. Lágrimas empezaron a aflorar en la mayoría de aquellos rostros. Casi nadie durmió. A cuatro de esa siguiente madrugada, silencio tropical de aquel paraje fue interrumpido por bramar de otros más potentes motores marinos: flotilla de catorce yates, uno por cada poderosa familia, se estaba haciendo presente. En rostros de aquellas guapas mujeres y musculosos hombres bien alimentados, se adivinaba estragos de angustia e incertidumbre. Preguntaban, preguntaban, repreguntaban, sin obtener respuesta positiva alguna. Dos horas más tarde, al momento de emerger el rey de nuestro sistema planetario por oriente, como todo caballero inglés, incertidumbre de miserables y millonarios, también emergía o crecía con más sospechas de segura zozobra; sin embargo, posibilidades de haber encallado en algún islote del manglar, renacía nuevas esperanzas. Motores oligarcas continuaban rugientes, a la vez que atravesando múltiples cañadas y callejones navegables del estero. A ocho de esa misma mañana, guardacostas de Marina Nacional, aviones de Fuerza Aérea Salvadoreñas, y sin cuenta avionetas algodoneras privadas, surcaban mar y cielo en búsqueda de aquellos posibles náufragos, pues nortes habían amainado en forma significativa, permitiendo tales maniobras. A doce horas de tan triste domingo, numerosos helicópteros y aviones gringos, procedentes de base militar estadounidense en Canal de Panamá; y los de fuerza aérea-naval del nicaragüense Anastasio Somoza García, — verdugo del “General de Hombres Libres” y testaferro de imperialistas gringos—, se unía a la cada vez más incierta búsqueda. Lo mismo hacía aparatos chapines, pues jóvenes Vilanova Kriete eran sobrinos afines del coronel Jacobo Árbens Guzmán, casado con una Vilanova salvadoreña. Árbens era presidente constitucional de Guatemala. Honduras, Costa Rica, México y Colombia, también colaboraban en tan penoso caso.
La búsqueda intensa se prolongó por más de dos semanas; luego fue disminuyendo poco a poco, junto con esperanzas. Al cabo de dos meses, sin alguna mínima evidencia, se suspendieron tales operaciones. Nunca, hasta esta fecha, ha sido encontrado indicios del naufragio: ni remos de emergencia, ni casco de la embarcación, ni alguna otra prenda o pertrecho. Brujos y pitonisas no han podido ubicarlos. Se decía, en ese tiempo: Alguno de tantos buques soviéticos o de otros países comunistas, los había rescatado. Para aumentar tan cruda guerra fría contra EUA, fueron llevados hasta aquella, entonces, gran potencia bélica rival de Occidente, en especial de EUA. Si el Doctor Don Fidel Castro Ruz hubiese existido con el poderío político y filosófico presente, a él se le hubiese endilgado tal secuestro.
F I N
1—BIATA = Beata; 2-- YIPITO = Pequeño y rústico automotor 4x4 marca Jeep, algo viejito.