DON SILVESTRE CORNEJO
Por Ramón F Chávez Cañas
Éste era anciano de la 5ta edad, pues con creces había superado el centenario. Murió el día de haber cumplido 118 inviernos. Falleció con olor a santidad no religiosa. Era originario de San Pablo Tacachico; pero avecindado en ciudad Quezaltepeque desde su primera juventud (22 años), tales poblaciones situadas al norte en departamento La Liberad, El Salvador, Centroamérica. Fue anciano alto rondando 02mts; espigado, delgado, nunca curcucho, ni petacudo ni jorobado; anatomía craneal pequeña en relación a su estampa; su cara fina de europeo alemán hacía juego con volumen craniano; blanco-ladino e inteligente. Demencia senil (Alzheimer) y temblor degenerativo (Parkinson), jamás estuvieron presentes, ni al momento de su deceso (1982). Usaba sombreros de pelo o fieltro: uno: gris-rata vieja; otro: café antiguo algo desteñido. Anteojos, por ser miope, parecían culos de botella vinatera montados en aros de grueso carey. Dentadura estaba ausente, excepto por dos incisivos superiores amarillentos debido a nicotina, protuberantes como en cotuzas, por lo cual no hacían contacto con encías inferiores. Estos dientes más bien parecían incisivos de un conejo de tiras cómicas, o solitario número 11. Era de poco hablar, pausado cuando fuese menester. Siempre estaba vistiendo saco sin corbata. El botón superior de la camisa nunca estuvo afuera del ojal correspondiente. Tres jóvenes bisnietas o tataranietas lo cuidaban cual reliquia religiosa. Cada tarde calurosa o fría, cuando pared exterior de su hogar proyectaba una amplia sombra sobre la empedrada calle, ellas sacaban a espaciosa acera externa una vetusta silla mecedora enjuncada, donde el maravilloso anciano miope se entretenía mirando pasar a pocos transeúntes o conversando con alguno de los mismos. Había un numeroso grupo de jóvenes adultos admiradores de él, en su mayoría estudiantes universitarios; unos pocos eran doctorados. Entre los primeros se encontraba el joven bachiller Napoleón Quesada Coto (Napito†), estudiante de Derecho Internacional en Universidad de El Salvador. Con mucha frecuencia estos jóvenes caballeros llegaban hasta silla mecedora del andén público. Durante varias horas platicaban discutiendo con Matusalén Cornejo, hasta cuando éste, medio enfadado o aburrido, con cortesía les mandaba al carajo. El interlocutor más apremiante era Napito, quien lo interrogaba:
—Don Silvestre, ¿en qué año nació? ¿En qué año llegó a esta ciudad quezalteca, y por qué?
—Nací en 1864. Un año después de haber sido fusilado el llamado capitán general Gerardo Barrios; pero, según contaba el sabio por viejo, doctor Miguel Ángel Gallardo, ─médico suchitotense domiciliado en la entonces fresca Santa Tecla─, este capitán general era un dechado de vulgaridad prepotente. Ambicionaba, sin ideología, el poder absoluto, disputándoselo al otro ambicioso llamado Francisco Dueñas, también burro patas arriba, ladrón. Éste, rompiendo la palabra de honor dada a Tomás Martínez, presidente nicaragüense, quien había capturado a Barrios; el 29 de agosto de 1863 fue asesinado-fusilado al pie de una frondosa y centenaria ceiba frente al cementerio general de San Salvador. En 1886 me radiqué en esta linda ciudad. Aquí me casé. Me vine huyéndole a una mujer cuarentona... (¡¿…?!)... ¡No sean mal pensados! La homosexualidad jamás ha pasado por mi mente. Esa mujer me acosaba insistente. En dos ocasiones intentó violarme. No acepté. Entonces me amenazó de muerte por medio de sicarios... (¿…?)… No. No era fea; más bien era elegante. Cuando leo “La casada infiel” de García Lorca, recuerdo ancas de nácar y muslos de esa lujuriosa potranca cuarentona. Ella, a 14 abriles, contrajo matrimonio por primera vez; al cumplir 35 había enviudado por 4ta ocasión. Todo el conglomerado de Tacachico la acusaba de tener “bazo blanco”. Yo no quería ser 5ta víctima. También era señalada de ser muy ardiente por padecer furor vaginal o de clítoris; pues los maridos y esposos terminaban disecados, presentando toses crónicas con gargajos sanguinolentos... (¿…?)... Sí. En mi adolescencia tuve media docena de novias; pero no se pasó a más... (¿…?)… Bueno: la naturaleza sexual de esas edades yo las mitigaba con tiernas matas de huerta, cabras, jolotas, o con la “manuela palma”. Aunque después me quedaba un terrible complejo de culpa, pues curas católicos decían ser pecado mortal semejantes ociosidades. Cuando estaba cometiendo tales pecados lo hacía a la salud de Sarah Bernhardt, quien era una exquisita actriz dramática francesa; o de las deslumbrantes bailarinas del cancán y el minué en Molino Rojo parisino… (¿…?)… Muy sencillo, muchachos: un tío paterno mío, doctor José María Cornejo hijo, radicaba en Ciudad Luz; desde ahí me enviaba abundante literatura fotográfica del “burlesque” europeo. ¡Eran fotografías nítidas, aun estando en blanco y negro! Otra de mis inspiraciones fantásticas en momentos supremos del éxtasis orgásmico, aún ya casado, era la sensual Reina Guillermina de Holanda: ¡una preciosidad sólo comparable con Bella Otero o con Mata Hari! Ésta, insuperable bailarina holandesa fusilada por los franceses en 1917, acusada de espiar para Alemania… (¿…?)… No. Bella Otero, la despampanante querendona española quien, durante cuatro décadas paseó su belleza por toda Europa, no me apetecía; pues se “endamaba” con cualquiera que le aventara buenos morlacos, entre ellos un káiser alemán, un Príncipe de Gales inglés, un zar ruso, dos reyes: uno belga, otro español; un banquero multimillonario vitivinícola, judío-francés, de apellido Vanderbilt; ¡hasta el moralista José Martí, prócer cubano, cayó en sus redes!, quizá ad honores pues el patriota era un paria peregrino en europeo mar de diamantes. Esa mujer no tenía bazo blanco; pero hervía de sífilis, siendo peligroso poseerla, incluso con el pensamiento. La tal reina Victoria de Inglaterra, nunca llegó al “paraguay de la palmera”: además de estar muy vieja, era obesa y cachetona. ¡No me explico por qué, el apuesto príncipe Alberto pudo haberse casado con ella! … (¿…?)… Es lo mismo, muchachos: acostarse con hembra “desinfectada” sobre petate barato, da igual a hacerlo sobre carísimo y mullido camastrón acolchonado con plumas de avestruz. … (¿…?)... Repítame la pregunta, por favor …(¿…?)… ¡Lástima! Nunca pensé en una pregunta tan puntual. Si la hubiese sospechado, hubiera llevado varias libretas empastadas, con nombres de tantas hembras pasadas por mis armas... (¿…?)... ¿Qué cuáles serán las mayores frustraciones llevadas por mí al bajar a la tumba? Todas mis metas trazadas las he cumplido; mas una, aun viviendo millones de años, nunca la cumpliré. Ella es: “haber dejado burra”… (¿…?)... ¿Que qué debe hacerse para no dejar burra?... Bueno: simple y sencillo: ¡morir encaramado!
Al haber sido necesario hospitalizarlo en bastantes ocasiones cuando rondaba o sobrepasaba el paquete entero de inviernos, hospitales estatales no lo soportaban. Tataranietas se veían obligadas a buscar nosocomios privados, turnándose en vigilancia permanente del mentado pícaro tatarabuelo; pues don Silvestre, cuando bonitas o feas enfermeras privadas se aproximaban a cumplir indicaciones médicas respectivas (inyecciones, sueros, sondas, cucharadas, pastillas, aseo, etcétera), el erótico senil, prostático centenario, pretendía introducir sus arrugadas manos por debajo de blancas faldas, con el consiguiente sonrojo de las tres educadas y bonitas bisnietas o tataranietas. Esto relataba, por haberle constado de vistas y oídos, el afamado urólogo, doctor Hugo Eduardo Iraheta Calderón†.
Empero, no deberíamos pensar que nuestro desdentado y matusalénico biografiado sólo hablaba de erotismo decente; pues conocía a fondo de política nacional e internacional. Hablaba con soltura de sabio sobre presidentes salvadoreños desde último cuarto del siglo XIX, hasta un tal presidente derrocado el 15 de octubre de 1979. Por su clara narrativa desfilaron los siguientes mandatarios guanacos (cobardes y ladrones, en su mayoría). Escritos en negritas los nombres a quienes don “Silver” llamaba Honorables. Por orden cronológico, viniendo desde el pasado: Francisco Menéndez, Ezeta, Regalado, Escalón (siglo XIX); Fernando Figueroa, Doctor Manuel Enrique Araujo (asesinado por un tal Alfaro oligarca), Meléndez I, Meléndez II, Romero Bosque, Ingeniero Arturo Araujo, Hernández Martínez, Castaneda, Osorio, Lemus, Sánchez, Molina, etcétera. Con misma pasmosa soltura hablaba de: Garibaldi, prócer italiano; Pío Nono, el peor papa decimonónico; káiseres alemanes, zares rusos con su despotismo y triste final; imperio inglés, Lenin, Stalin, con inmortal Revolución de Octubre; Gandhi, Hitler, Hirohito, Roosevelt I y II, Truman con su genocidio atómico sin paralelo en la historia; Perón con sus descamisados argentinos, Mao, Che, Fidel Castro, y un sinfín de etcéteras. Al hablar sobre todas las religiones del mundo, concluía:
—Al creer en uno o en varios dioses, es porque existe duda. Nadie: ni pastores o curas; ni ateos o masones; nadie, repito, tiene la infinita Verdad. Científicos y filósofos, en últimos 500 años: Galilei, Bacon, Spinoza, Descartes y Copérnico, pasando por Newton, Kant, Darwin, Hegel, Marx, y Marconi; hasta llegar a Bertrand Russell, Sartre y Einstein, han investigado, con minuciosidad, continuando hasta el presente, todos los misterios guardados por Natura. Ellos pueden estar equivocados; mas, estarían tal vez equivocándose después de arduos estudios con honrados y profundos razonamientos apegados a lógica científica o filosófica. En cambio, todos los falsos, ambiciosos e ignorantes haraganes dirigentes religiosos auto-nombrados, nunca, hasta ahora, han analizado capas geológicas, ni átomos, ni microorganismos, ni la verdadera bóveda celeste. Ellos, los falaces religiosos estafadores, sólo se limitan a repetir, cuales loras, algunos versículos bíblicos, ocultándoles a sus tímidos, haraganes e ignorantes fieles, las barbaridades, —invocando a su dios nacional—, cometidas por Jacobo e hijos; asimismo, antes y después de ellos, contra pacíficos vecinos en tierras palestinas. Al mirarse entre la espada y la pared, por preguntas razonadas de algún fiel dudando, responden con prepotencia iracunda: “¡Esto es un dogma impuesto por Dios! ¡Esto no se discute! ¡Te estás ganando el infierno! ¡Debe aceptarse así! ¡Nuestro dios todo lo puede; para él no hay imposibles! ¡Punto final!”. En este momento recuerdo al gran filósofo Voltaire cuando dijo al obispo que llegaba, “convídame-solo”, a confesar al filósofo en una de sus postreras dolamas: “Agradezco, señor obispo, el celo por salvar mi alma. Usted afirma venir a confesarme para absolver mis pecados; además, dice venir en nombre de Dios. Yo creeré lo afirmado si usted, señor arzobispo, me muestra credencial firmada por Dios dándole poder notarial de representar, ante mí, despreciable microbio, al Divino Personaje”. El obispo, lanzando improperios contra el filósofo, dando media vuelta a sus pasos, se marchó.
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Cierta vez, fecha 20 ó 22 de julio de 1969, Napito y compañeros llegaron hasta silla mecedora enjuncada de la acera. Napito habló:
—Mire, don Silvestre, ¡el hombre ya llegó a la Luna!, ¿qué le parece?
El filósofo o sofista rústico, forjado en fraguas de antiguos herreros, sobre yunques y con martillos, impertérrito respondió con mansedumbre usual:
—No jovencitos, no crean tales patrañas gringas. Eso no puede ser cierto. Esa es una treta tratando de ganar la inútil guerra fría... (¿…?)… Es sencillísimo, verán: Ustedes, durante educación primaria, complementada con educación secundaria, aprendieron cultura general (matemáticas, geografía, historia, física, química, literatura, etc.). En educación universitaria están aprendiendo o, deberían haber aprendido ya, a estudiar más lo ya sabido; pero siempre profundizando con razonamientos científicos y filosóficos experimentales. Así: ustedes, en una fecha cercana, podrían descubrir algo maravilloso en inmensos campos desconocidos al saber humano. No sería nada extraño ni remoto en absoluto, un Premio Nobel salido de Quezaltepeque, nunca obtenido en nuestro El Salvador. Hace 2400 años aproximados, Sócrates, empleando razonamientos filosóficos puros, enseñó y descubrió conceptos sublimes considerados fantasías, dogmas, herejías o diabólicos. Por favor, razonen: ¿Cómo podrá ser posible que imbéciles humanos gringos, alemanes o soviéticos, puedan llegar a este satélite natural?... ¡¡Imposible!!... ¿Por qué?... Los selenitas o lunáticos están a miles de kilómetros por encima de nuestras cabezas. Por eso, digamos: ¡Con que los lunáticos no pueden venir hasta acá, a quienes el camino les queda en bajada; mucho menos podríamos ir, nosotros, hasta allá, por quedarnos, ese queso del tío coyote, en una infinita subida!
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Si se desea saber más sobre este filosofillo hecho a cuma, debe leerse “Las Profecías de Adán Cangrejo”; libro interesantísimo escrito por el biólogo profesor universitario en UES y en Palo Alto, EUA, doctor Rutilio Quesada, editado por Clásicos Roxil de Santa Tecla.
23 de enero de 2007.