L A S C H I
N C H I N T O R A S1
Del libro “Historias
Escondidas de Tecoluca”
Escrito por Ramón F Chávez Cañas
Sucedió en nuestro Tecoluca de 1910, cuando cometa
Halley estaba en glorioso apogeo.
Nuestro ilustrado padre, ─ahora difunto don Moncho─, era niño Monchito de once
años de edad, estudiante del quinto grado de educación primaria en colegio
Santo Tomás, dirigido por canónigo Raimundo Lazo en ciudad San Vicente. Era
“día de finados”. Niño Monchito iniciaba vacaciones escolares finales, feliz
por haber ascendido al sexto grado.
Eficientes obrajes añileros de don Francisco Chávez
Rivas, ─padre de niño Monchito─, estaban finalizando una de las últimas magníficas
cosechas de la ya agonizante agroindustria añilera nacional: agonizante por
culpa de química alemana descubridora, a finales del siglo XIX, de la anilina
sintética. En cambio, trapiches movidos por bueyes, peroles de molienda
azucarera y panelera operados con leña, propiedad del mismo don Francisco
Chávez Rivas, empezaban a ser preparados para iniciar, a mediados de ese
noviembre, tan larga molienda de caña azucarera para producir típicos, coloniales
y morenos dulces de atado, envueltos
con tuzas de maíz, amarrados con mecates
de plátano, y blancos pilones de fina
azúcar artesanal. Tales operaciones agroindustriales primitivas finalizarían seis
meses después o sea, en primera semana de mayo del año siguiente. Por supuesto,
ese día de fieles difuntos aquellos
obreros agrícolas gozaban de asueto para ir a enflorar a sus respectivos deudos;
pero no lo gozaban los dos criados asignados
a protección y cuidados de niño Monchito. Éste, acompañado por cierto
adolescente de 17 primaveras, apodado Sordo
Rafay, peoncito de casa grande, y del adulto José María Peñate, con 25 años,
mayordomo al servicio del padre de niño Monchito, llegaron al fondo de profunda
quebrada cuyo nombre es El Burro para
cortar varillas de cierto arbusto llamado Huesito
y ganchos de otro arbusto conocido con el nombre de Tizate. Objetivo inmediato era ir, ese mismo día de guardar, a
manufacturar e instalar cimbras o trampas para atrapar migrantes palomas alas blancas, pues en arrozales de su
padre recién habíase iniciado la cosecha o aporreo, y enormes bandadas de
palomas, incluyendo las lis-lis o güisisilas, casi opacaban iniciales
soles veraniegos tropicales de ese año. Esa liviana maderilla serviría para
instalar, al menos, 60 trampas palomeras en treinta hectáreas ya aporreadas.
A la altura del ahora desaparecido puente
ferrocarrilero también nominado El Burro,
—tampoco existente en 1910—, niño Monchito, con jovencito Rafay, avistaron enorme culebra no
venenosa de aproximados 02.5mtrs de largo, más 10cms de diámetro en su parte más gruesa.
Dicha sierpe, con parsimonia de un elegante ofidio, se introducía en estrecha
cueva a pocos metros de altura con respecto al fondo del profundo acantilado o
quebrada El Burro. Para llegar a
entrada o boca de esa cueva, había cierta pendiente de 30º y distancia de
25mtrs hasta alcanzar al cauce del riachuelo. Tal quebrada nace en donde anudan aquellas dos cúspides del imponente
volcán Chinchontepec, para morir tranquila en planicie costera del Océano
Pacífico en para-central departamento o
provincia San Vicente, a la altura del cantón Santa Cruz Porrillo, —feudo entonces
propiedad de padres de don Isabel de Jesús Salinas Vasconcelos, (quien, 33años
después, fue yerno de niño Monchito) —. Mayordomo Peñate sólo alcanzó a ver los
últimos 50cms de tan acérrima enemiga bíblica de Eva. De inmediato, dijo: “Es culebra chinchintora…¡¡Cuidado!! No
intenten taparle la cueva porque, entonces, esa mansa sierpe se volvería peligrosísima
fiera en contra de cualquier persona que, tres o cuatro días después, la
destape. Además, quien se enfrente a una chinchintora endemoniada, deberá
poseer garrote de mongollano bendecido por señor cura, también haberse confesado
y comulgado por lo menos 24hrs antes del desafío. Si la chinchintora es
vencida, no asesinada, con el garrote sagrado, —terminó de hablarles el
mayordomo—, ésta arroja una piedra negra,
lisa brillante, la cual, con pañuelo blanco
y limpio debe ser recogida por el vencedor quien, al poseerla y portarla dentro
de sus bolsillos o alforjas, estará protegido de todo maleficio diabólico o
brujérico”. Dicho lo anterior, trío de tramperos continuaron cortando el
material para elaborar sesenta cimbras flexibles, incluyendo palillos para
hacer 60 bulinches, en donde se ata la pita
de Manila, hecha gasa, para enlazar aquellas rosadas patitas de esas aves.
120 yardas de pita nueva, niño Monchito las portaba en su infantil doble
mochila de mezcal, antes llamadas alforjas.
Obtenido todos los materiales necesarios, retornaron subiendo a gatas aquellos
empinados acantilados hasta alcanzar planicies orientales cultivadas de
diversas gramíneas, leguminosas, forrajeras y más. Bajo sombra de frondosos amates
aparrados, Peñate, ayudado por otros tres peones colonos en terrenos del
patriarca Chávez Rivas, dispusiéronse a darle formas a flexibles brotones para
luego, con ganchos, bulinches, falsas gradas y pitas de Manila, formar cimbras
arqueadas, y, en seguida, sembrarlas repartidas en área arrocera aporreada.
Mientras esos cuatro adultos peones hacían tan
paciente y divertida tarea, inquieto niño Monchito y mozalbete Rafay, a
hurtadillas regresaron al fondo de la profunda quebrada en búsqueda de la
famosa culebra. Eran 11:00hrs. A pesar del tupido follaje formado por altas
copas de árboles de diferentes especies; pero casi todos de maderas
preciosísimas (laurel, caoba, funera y más), con fabulosas, por bellas,
parásitas o matapalos (orquídeas) y
epifitas respectivas, aquel fondo del barrancón y estribaciones laterales
estaban clarísimos porque ese dos de noviembre en 1910 era día soleado a
plenitud. Los entonces puntuales vientos de octubre removían y secaban hojas
muertas. Caminando con pasos de cuerda
floja para evitar ruidos de hojarascas medio secas, niño y muchacho se
aproximaron a la boca de tal cueva, llevando sendos trozos de madera para
obstruir entrada o salida del ofidio animal. Faltándoles aproximados 06mts para
llegar a peligrosa meta, ruido sui géneris de otra serpiente de menor tamaño
les llamó la atención. Les hizo ponerse, otra vez, los pelos de punta con carne
de gallina. Pasado ese pequeño susto, ambos osados menores llegaron al objetivo.
De inmediato procedieron a lo que iban. Regresaron ascendiendo rápidos hasta
planicies vergeleras del padre del entonces niño Monchito y abuelo de quien
esto relata.
A 02:00pm todas las trampas estaban sembradas y
activadas. A 05:00pm, tres horas después, aquel ‘inocente’ niño, con sus dos fieles sirvientes llegaron a céntrica y
nueva casona paterna, localizada en mero-mero centro portalino del macondiano2 pueblito,
—inmensa casona de adobes, donde falleció y fue velada la protagonista
principal del “Funeral Utópico”; y,
06meses más tarde, destruida por aquel
terremoto del 13 de enero en 2001—; llegaron 150 alas blancas, 60 lis -lises,
más 20 golornizas (codornices).
Similares cantidades atraparon en días subsiguientes. Doña Segunda Henríquez viuda
de Chávez, madre de niño Monchito y abuela paterna de este relator, repartía el
silvestre manjar entre su servidumbre, vecindario y amistades; sin olvidarse de
todo indigente a quienes, con palomas o sin ellas, siempre les socorría.
* * *
Cuatro días más tarde, ─uno después de aquella fecha
del primer grito de falsa independencia
centroamericana─, rapazuelo Rafay con niño Monchito solos, a eso del mediodía,
partieron rumbo a la cueva tapada por ellos. Sigilosos descendieron hasta
atravesar cauce del límpido riachuelo, saltando sobre dispersadas piedras superficiales; luego
ascendieron por leve cuestecita de 25mts ya descrita, hasta llegar a la cueva.
Allí se inicia lo más escarpado del
terreno: a ocho aproximados metros de altura con relación al cauce. En esa
pared poniente del acantilado estaba la caja de Pandora3 tecoluquense.
Sordo Rafay, con huisute (tosca
herramienta agrícola), se dispuso a retirar el tapón vegetal colocado por ellos
cuatro días antes; mientras, a dos metros distantes sobre mínima meseta del
terraplén, niño Monchito observaba curioso e impaciente. Por varios golpes
dados, aquellos tacos o tapones de madera se habían aflojado. Rafay alzó la
herramienta por última vez para retirar el tapón. Al instante, de profundidades
ignotas de aquella caverna emergió, impulsado, quizá por energía atómica
diabólica, incontable número de sierpes de la misma familia, variando dimensiones
entre uno y medio y dos metros. Tan veloces cual relámpago, tres de las más
largas atacaron al pobre sordito Rafay. Éste sólo tuvo tiempo para exhalar par
de destemplados guturales pujidos pidiendo auxilio antes de rodar, abatido por elásticas,
prietas y duras colas, hasta el lecho del escaso pero cristalino riachuelo
donde, aquellos tres ofidios, más furiosos, continuaron castigándolo; mientras
tanto, niño Monchito había sido agredido, en similar forma, por cuatro reptiles
de menor tamaño; pero no rodó hasta el agua: cayó sobre cráter de un nido terrestre de bravas hormigas coloradas u
hormigas de cachito, famosas por
intenso dolor de sus picaduras.
Latigazos ofídicos fueron fugaces, pues dos o tres
minutos más tarde, varios campesinos leñadores en quebrada El Burro, escucharon
desesperados pujidos del imberbe, más desaforados gritos del niño, habiendo
acudido en auxilio de ellos y habiendo destrozado a machetazos limpios a
mayoría de agresores vertebrados rastreros. Por supuesto: aquellos ofendidos
ofidios tenían razón. Los dos
imprudentes agredidos quedaron tendidos: el mayor, con el cuerpo sumergido en
la débil, pero pura y superficial corriente acuática, con la cabeza recostada
sobre de piedra pacha y sostenida, la cabeza, por fuertes brazos de dos
leñadores. El menorcito, retirado por otros leñadores a tres metros distantes
del cráter del hormiguero, había sido desvestido para quitarle incontables
hormigas de piel y ropas. Ambos
imprudentes mostraban en pechos, espaldas, muslos, piernas, antebrazos y
brazos, exagerados verdugones rojizos, tendiendo a violáceos, recuerdos de
tremendos latigazos infligidos por ofendidas culebras. Otro grupo de campesinos
leñadores, a prisa subió empinada y larga ladera para llevar tan mala nueva a padres
de niño Monchito. Un tercer grupo, todavía anda buscando la, o las piedras vomitadas
por aquellas vencidas culebras; pero no las encuentran, pues las sierpes no
fueron vencidas con garrote bendito, por tanto: no echaron la piedra.
Esposos Chávez-Henríquez, informados al
pormenor sobre el asunto, ordenaron preparar dos carretas con dos yuntas de
bueyes para posible viaje de emergencia médica hasta la entonces lejana ciudad
de San Vicente (12kms) en procura de asistencia quirúrgico-hospitalaria. Don
Francisco ordenó llevar dos hamacas, dos largas fuertes varas de bambú a manera
de palancas, más 12 peones cargadores por si fuese necesario sacarles en
ambulancias guzilandesas (Trucutú) de semejantes profundidades, partió a pie
hasta el lugar escarpado de la tragedia, distante, en línea recta, a 01.50kms
del centro del pijigüilítico (Miguel
Ángel Asturias en “Hombres de Maíz”) pueblito.
Además de aquellos 12 peones cargadores,
le acompañaba el joven (30 años) Juan de
la Cruz Chávez
Rodríguez, hijo de don Francisco; pero del primer matrimonio, pues señor Chávez
Rivas fue viudo y vuelto a casar con mamá de niño Monchito. Don Juan de la Cruz era el joven médico primitivo de aquel feliz conglomerado. Dirigía, en esos momentos, a
la también primitiva e improvisada Cruz
Roja tecoluquense.
En fondo de profunda hondonada, don Juan de la Cruz
examinó ambas víctimas aporreadas, constatando varias fracturas costales y claviculares en aquellos imprudentes menores de edad; además de incontables
laceraciones y contusiones cutáneo-musculares provocadas por látigos vivientes.
De las mejores formas posibles fueron acomodados en hamacas. Con tres
cargadores en cada punta de palanca buscaron hacia el sur otros senderos de
ascenso menos abruptos, habiendo caminado 03kms río abajo, hasta encontrarlo en
la llamada “Poza del Mango”, contiguo a calle real hacia Zacatecoluca; ambas,
poza y calle, ya no existentes por modernismo asfáltico. Al momento de llegar
las hamacas a casona patronal, ya estaban preparadas esperando, dos “lujosas” carretas pegadas a
sendas yuntas de bueyes; carretas con tapicería de cuero crudo de res en forma medio circular sirviéndoles de
techos o bacas4; colchón de bagacillo seco de caña azucarera
aprisionado en largas bolsas de manta-dril, cual piso o lecho; fuerte bagazo
prensado de la misma planta, a manera de costillares laterales. 12kms toscos
hasta ciudad San Vicente fueron recorridos a pasos de “buey-tortuga” durante
03hrs. A 06:00pm aquellos “vergueados” por chinchintoras estaban siendo
examinados por el doctor José Rivera, cercano tío materno de niño Monchito y
director del hospital Santa Gertrudis de esa ciudad. 12 días después, los dos
azotados, siempre transportados en carretas de semovientes, estaban de regreso
al encantador Pueblito. Ambos parecían momias egipcias, pues traían torniquete
en forma de ocho acostado o signo de infinito, entre ambos hombros, axilas y
nuca; con tupido vendaje blanco alrededor de costillares; además de estar
pálidos cuales papeles de empaque o candelas de sebo amarillento. Cuando el
joven don Juan de la Cruz
Chávez Rodríguez, curandero, cambiaba vendajes, encontraba la
piel tornasolada: entre negruzco, moraducho y amarillento, simulando a
sinfonolas o cinqueras de años 50’s del siglo XX o, en forma tosca, al precioso
pelaje del tigre real de Bengala, o al de nuestro desaparecido Jaguar.
*****
En sus años adultos y seniles, el ya
para entonces don Moncho abuelo, mi ilustrado padre, con vívido relato narraba
lo recordado por él de aquel fenomenal ataque, decía: “Cabezas de tres primeras animalas terminaron de remover el tapón. Al
levantar sordo Rafay el huisute para terminar la operación, las tres enormes
diablas, en perfecta sincronía, medio enterraban sus cabezas en seca hojarasca
y, al unísono, levantaban sus colas para dejarlas caer, primero: sobre pecho
del pobre Rafay. Al tratar éste de huir, atacaban espaldas del indefenso sordo.
En lapso de 15 fugaces segundos, —antes
de caer sobre riachuelo, donde continuó el ataque—, desconcertado muchacho
recibió, al menos, 10 tríos de acialazos bien pegados…Después no miré ni oí
más, pues empecé a ser atacado por cuatro ofidios más pequeños, hasta ser
arrinconado sobre el montículo hormiguero. Grité, grité. Luego perdí el sentido por golpes
contundentes y por la ponzoña inyectada en mi cuerpo por malditas hormigas
coloradas. Por tanto, mis queridos hijos, nietos, sobrinos, ahijados y amigos, —concluía aquel
primer defensor de los derechos humanos de los más desheredados en el injusto
Pueblito, cuando ni en sueños esos magnos derechos eran respetados—: nunca se atrevan a taparle el hoyo a una
de esas fieras también llamadas ‘Zumbadoras’, porque, cuando están atacando,
silban o zumban los latigazos”.
1—CHINCHINTORA
= sierpe o culebra no venenosa;
2—MACONDIANO = Relativo a pueblito Macondo en libro “Cien Años de
Soledad”; 3—CAJA DE PANDORA = Mitología
griega: caja donde los dioses griegos guardaban todos los vicios y otras
bajezas humanas; pero, al abrirla la diosa Pandora, esos crímenes se regaron
por todo el mundo; 4—BACA = Techo o capota en parte superior de carruajes
tirados por caballos o bueyes.
FIN
23 de
septiembre en 2005.-