VICISITUDES DE UN ESTUDIANTE UNIVERSITARIO
TECOLUQUENSE
Del libro “Historias Escondidas de Tecoluca”
Escrito por Ramón F Chávez Cañas
Al conocerse que
este muchacho había sido aceptado en Universidad de El Salvador, decenas de “biatas”
pueblerinas se escandalizaron. Durante 30 ó más días, éstas desfilaron a diario
por el hogar de doña Carmela Cañas de Chávez, tratando de disuadirla de ese mal
paso a dar. “Beata” doña Carlota era la principal. No obstante, su piadosa pero
errada intención era sincera. Doña Carlota Belloso viuda de Fernández,
argumentaba así: “En esa Universidad de
El Salvador se corrompe a jovencitos, de manera especial a nuestra juventud
pueblerina. A don fulano de tal ahí lo hicieron bolo; a don zutanito, lo
hicieron comunista, ateo y masón. ¡No! ¡No!, Carmelita: todavía estás a tiempo
para evitar tan magna tragedia en tu joven hogar. Además, si monseñor Pedro
Arnoldo Aparicio y Quintanilla (Tamagás)
llegase a enterarse, de inmediato lanzaría excomunión para ti y para todo tu
grupo familiar. ¡¡Dios les guarde de semejante anatema!!”
Joven madre del flaco bachiller la
escuchaba con atención silenciosa y respetuosa. Cuando dicha infatigable anciana
beata viuda de Fernández había agotado argumentos y “juelgos”, esposa de don Ramón, madre del bachiller Ramoncito, con
dulzura característica de familia Cañas-Merino, le respondió:
—Usted habla con sabiduría, doña Carlota; pero único
camino posible para mi hijo querido, es nuestra Universidad. Si no se hace así,
él y mis futuras generaciones, o sea: mis nietos y mis bisnietos, estarán
condenados, hasta final de los siglos, a
ser burdos iletrados campesinos o pueblerinos; porque nuestro refundido
Pueblito, aún con postizo título de ciudad, “concedido” por politicastros electoreros
de ayer, de ahora, y siempre, no ofrecerá mejores niveles de vida. Titulillo
dado al Pueblito Tecoluca allá por 1930. San Vicente y Zacatecoluca (Virola), otras
falsas grandes ciudades, no reúnen requisitos internacionales para ello. En
Centroamérica, sólo las cinco o seis ciudades capitales, en especial Ciudad de
Guatemala, reúnen, raspadas, mínimas condiciones para ostentar el título de Ciudad—. En vista de sus cariñosas y sinceras intenciones, yo
suplicaría a Usted; también al resto de buenas personas interesadas en feliz porvenir y en salvación del alma de mi
pobre e inocente hijo, acompañarme a diario en oraciones para que él no vaya a
torcer el camino ejemplar marcado por cristianos católicos habitantes de este
piadoso Pueblito.
Doña Carlota, terca o tozuda, repostaba
así:
—No Carmelita, no. El diablo de la capital superará a
todas nuestras oraciones. Es más: sólo el ser bachiller, es suficiente motivo
para no dejarse engañar por estafadores o rufianes luteranos enquistados en esa
pérfida Universidad de El Salvador. Con terrenitos agrícolas o guatales y
hortalizas, más ganadito vacuno de ustedes, es suficiente, hasta sobra, para
que este casto imberbe permanezca entretenido. Además, Nicolás Cañas Merino, tu
único hermanito varón, le puede enseñar a tocar guitarra, mandolina o violín.
Don Chepe Montes Argueta, telegrafista jubilado, le pudiese enseñar la clave de
Morse para que nunca llegase a morirse de hambre. El profesor don José Ricardo
Chávez Cruz, —me ha dicho tu cuñada, doña
Carmen Chávez viuda de Orantes—, le puede conseguir
beca en “Escuela Normal de Maestros Alberto Masferrer”, para evitarle a tu hijo
caer en fauces de comunistas-ateos-masones-luteranos de tan malvada
universidad”.
—Oiga, doña
Carlota, —respondía sumisa la madre del bachillercito—: yo estoy en total acuerdo con Usted; pero, no tengo autoridad suficiente para cambiar ese buen o
mal destino hasta ahora trazado para mi hijo. Hable Usted y sus compañeras, con
mi esposo. Sólo él puede poner marcha atrás.
—¡¡Ave María Purísima!! ¡Cállate Carmelita! Tu
esposo es tan terco, superior a mula. Él nos mandaría al carajo en un dos por
tres. …(¿…?)... ¡Claro que sí! Hace
diez o doce años, tu esposo mandó al carajo al reverendo padre don Iñigo
Martínez Pescador, español, nuestro dignísimo señor cura-párroco, cuando
vinieron por primera vez aquellos satánicos predicadores de la mal llamada “Iglesia
evangélica misión centroamericana”, dirigida por cierto luterano de apellido Abrego,
¿recuerdas?... No, niña, no. Preferimos la perdición de tu muchacho a
enfrentarnos contra la fiera atea de tu esposo.
******
En 1960, tal pescuezón
tecoluquense cursaba tercer año lectivo de carrera universitaria médica en
pacientes humanos. Mal gobernaba o desgobernaba el país, la camarilla comandada
por falso presidente-poeta-escritor, de origen hondureño, milico José María
Lemus.
A mediados de aquel mes de agosto en
citado año, masiva concentración estudiantil universitaria, frente portón
principal de antigua Facultad de
Medicina y de hospitales: José Rosales, antiguo Benjamín Bloom y Hospital de Maternidad,
se estaban organizando para marchar hasta Centro Histórico de San Salvador,
para protestar allí, contra desgobierno del falso poeta-escritor, milico-hondureño
coronel José María Lemus. Joven bachiller, después doctor Rodolfo Paniagua
(Popo†) —verdadero, moderno y genuino “ilustre” sanvicentino—, presidente de
“SEMEA” (Sociedad de Estudiantes de Medicina doctor Emilio Álvarez), entre
otros representantes legales de AGEUS (Asociación General de Estudiantes
Universitarios Salvadoreños), dirigían aquella marcha patriótica. Caminarían
libres hasta Paraninfo o Rectoría Universitaria (antiquísimo local del colegio
de señoritas “popof” llamado Sagrado Corazón); en cercanías del otro local de
ANTEL Centro (ahora privatizado por neoliberales).
Tal marcha de protesta se desplazaba por
Calle Arce, frente a iglesia católica
Basílica Sagrado Corazón de Jesús. El bachiller Chávez de súbito fue
interceptado por otro muchacho tecoluquense “benemérito
o correyudo” vestido de civil: Antonio Salinas Molina (Toñito Pepa), quien
le dijo:
—Yo
estoy con licencia militar temporal. De inmediato voy para el cuartel central
de la GN. a uniformarme y ponerme, ahora mismo, a disposición. Mira Monchito: tenemos
orden de tirar a matar. Además, acabo de encontrarme con Luis Alejo o “Chucha-cuta”,
te acuerdas de él, ¿verdad? Pues él
también es tecoluquense del cantón Agua Caliente. Me ha dicho: “A ese
bachillercito Chávez Cañas le llevo hambre. Hasta balas curadas le he puesto a
mi fusil. Sólo espero tenerlo a tiro para acabármelo”.
Luís Alejo o Chucha-cuta, servía a la otra
criminal “policía de hacienda” que, junto con la guardia nacional, la policía
de “línea” y cuerpos para-militares
represivos, defendían, asesinando, los injustos privilegios de las bien
llamadas catorce familias ladronas desde la conquista y colonización, constituyentes
de la oligarquía salvadoreña.
El correyudo coterráneo Toñito Pepa se retiró
de prisa. En menor tiempo del cantar de gallos, policías nacionales urbanos y policías
municipales capitalinos (1960), estaban aporreando con garrotes “topekas”; (topeka: en referencia burlesca
al nombre de un buque militar gringo en el cual venían millares de garrotes de
tosca madera para reprimir a protestantes en contra del falso
presidente-escritor-poeta, milico hondureño Lemus).
El desamparado joven tecoluquense, tal
vez valiente estudiante universitario de medicina humana a nivel del tercer año
de Áreas Básicas, recibió fuerte bastonazo de hule, (no topeka), en plena media
frente, —donde empezaba su cuero cabelludo de entonces, ahora visible en su
mediana calva—. Sangrante fue esposado. Luego metido al interior de la
ambulancia municipal o “palomita” (1960),
para ser llevado, junto con docena más, a bartolinas del cuartel general de la PN (no civil), cerca de la Cuesta
del Palo Verde. Ahí fueron fotografiados de frente, de perfil y fichados con
sus huellas digitales. —Roque Dalton tenía meses de estar guardando prisión en
antigua Penitenciaria Central, ahora oficinas del Fondo Social para la Vivienda, FSV,-já, já,
já, frente al parque Simón Bolívar.
Por no haber atendido sugerencias de
“be-a-ta” Carlota, este infeliz tecoluquense estaba “disfrutando” por primera y única vez, de una “suite” de 60m2 (10mx06m.), con
más de cien estudiantes universitarios dentro quienes, por hacinamiento, ni
siquiera podían ponerse en cuclillas. Había cierto agravante: cada 15mins, un
cuilio o su relevo, les bombardeaba con agua helada, similar a cuando el
aprendiz de brujo, patas peladas o chuña, en otro episodio de estas Historias Escondidas de Tecoluca,
bombardeaba al zacapín Peñate.
¡Siempre hay un Ángel Guardián!
A
05:00am siguientes, incierto policía nacional (1960) de aproximados 50años de
edad, se aproximó a rejas. Por fortuna, el preso tecoluquense estaba inmediato
frente a aquellos barrotes. Dicho Ángel Guardián preguntó:
—Jóvenes: díganme a quiénes debo telefonear para que
vengan a abogar por ustedes.
Varios dieron nombres con respectivos números
telefónicos. El abandonado bachiller tecoluquense dio nombre de don Rafael Melgar (Don Lito). Don Lito era
jefe del telégrafo en barrio Santa Lucía de capital salvadoreña, (calle Roosevelt, cercano
al hospital militar antiguo, a la Escuela
Nacional de Enfermería, ya desaparecida, y al parque
Cuscatlán aún existente). Este noble varón salvador era padre biológico ejemplar de la encantadora,
por bella e inteligente, señorita Rosario Melgar Meléndez, ahora de Varela.
Chayito es, en la actualidad, alta autoridad y catedrática en Universidad
Francisco Gavidia. Ena y Rafaelito, eran los otros dos hijos de Don Rafael Melgar. Tenía una nietecita
llamada Lupita, hija de Rafaelito.
A 08:00am de aquella mañana, Don Rafael Melgar padre, estaba
presente en oficinas de aquella jauría despreciable. Se hacía acompañar de dos
abogados democráticos. Éstos hicieron cambiar el parte policiaco de “subversivo
comunista”, por otro nuevo: “ebrio escandaloso”.
El Viejo Don Rafael Melgar pagó la multa. Esperó le fuese entregado el
subversivo-comunista o ebrio escandaloso. Contrató taxi para llevar al fichado
hasta pieza-habitación de su pupilaje. Llamó al viejo bachiller Luís Felipe Torres
(sanvicentino), quien suturó, a domicilio, aquella herida frontal
corto-contundente. Ocho días más tarde, el Negro Torres llegó a retirar los
puntos. En ese ínterin, Doña Isabelita
Meléndez de Melgar, curaba la herida y suturada frente del tecoluquense, pues
no era prudente acudir a servicios públicos de salud porque la jauría lemusiana
estaba rabiosa. Doña Isabelita no le
tenía fe al yodo, ni al agua oxigenada. Ella curaba a diario al bachiller
“bochinchero” con cierta masa fresca de hojas de arbusto medicinal: el chichipince. Santo remedio. Apenas se
le nota la cicatriz.
Gracias a vuestros angelicales padres,
Chayito, Ena y Rafaelito, ahora se puede contar esa desagradable historieta.
F1 N
8 de diciembre en 2006.