VERDADEROS TRAJES TÍPICOS SALVADOREÑOS
Por Ramón F Chávez Cañas
No hay registro histórico fidedigno al respecto, debido, sin duda, a poca o nula importancia dada a vestimentas humildes de nuestros ancestros: pipiles, pocomames, izalcos, nonualcos y lencas, principales etnias aborígenes, —subdivisiones de mayas—, habitantes en 21,000km2 constituyentes del actual El Salvador; porque en tiempos coloniales San Salvador sólo fue Alcaldía Mayor, similar a Sonsonate, San Miguel, San Vicente y, por último, Santa Ana. Nada está registrado en anales oficiales respecto a vestimentas masculinas y femeninas de nuestros humillados tatarabuelos: ladinos o mestizos de mujeres mayas con sifilíticos soldados españoles en uniones libres y rarísimas legales. Tales mestizos ladinos se avergonzaban de sus inmediatos abuelos pipiles o nonualcos y, por ende, despreciaban todo cuanto oliera a, o pareciera cultura indígena pura. Desde ese punto de vista razonable se puede explicar el por qué ladinos, re-ladinos, criollos, re-criollos salvadoreños hasta ahora, han estado difundiendo y hasta exportando a lejanas tierras en tarjetas postales y en otros suvenires de espejismos, imágenes fantasiosas con lujosos vestidos ¿”autóctonos”?, en especial del sexo femenino al maquillar y fotografiar a señoritas ladinas quienes jamás han pisado cafetales, ni algodoneras, ni lavado de ropa en ríos con mascones sobre bateas ordinarias, ni moler nixtamal sobre lajas sui géneris con piedra de moler respectiva, ni otras faenas nada campesinas ni agrícolas.
Desde enero de 1932, hasta mayo de 1944, nuestra tigra de palo (de acuerdo con Roque Dalton), —cuya cara visible era la de un chafarote-testaferro apellidado Hernández Martínez—, a fuerza de metralla diezmó poblaciones indígenas del Occidente salvadoreño; de manera especial en comunidades rurales de: Sonsonate, Ahuachapán y sur-poniente de la Libertad. Tal etnocidio se calcula en 30 000 calaveras durante primer año del genocida Hernández Martínez. Leyes mordazas o medios de comunicación masiva propiedad de tigra sarnosa, no permitieron ni permiten saber cuántos hijos del dios Tlaloc abonaron cafetales hasta aquel esplendoroso 09 de mayo de 1944, fecha cuando oligarcas dieron patada en trasero a Hernández Martínez, esclavo mayor; pues no fue la huelga de brazos caídos quien lo tumbó, lo tumbó el asesinato, perpetrado por un policía nacional, contra del joven José Alcaine Wright, ciudadano estadounidense.
Quienes escaparon a genocidio ordenado por latifundistas, bendecido por clero católico y efectuado por soldadesca analfabeta bajo órdenes de militares subalternos de Hernández Martínez, siendo el más “conspicuo” en negativo, cierto general de apellido Calderón, apodado “Chaquetilla”. Entonces, nuestra indefensa indiada sólo tuvo dos caminos simultáneos: cambiar de inmediato la milenaria manera de vestir, y apresurados aprender idioma español porque, cuando esbirros al mando de Chaquetilla y otros similares, miraban mantas curtidas transformadas en camisas, sencillos driles hechos pantalones u oían conversaciones en náhuatl, de inmediato hacían sonar sus rifles Máuser, o fusiles marca “Siete”; —éstos, mucho más largos que sus portadores ladinos envenenados de mentes, a quienes casi arrastraban tales fusiles, ya para entonces piezas de museo—. Similar fenómeno pero con menores asesinatos sucedió con: niñas, adolescentes femeninas, señoritas, señoras, hasta ancianitas de raza maya, sub-raza pipil y otras.
Por tan repugnante genocidio después del 15 de septiembre de 1821, fecha de falsa independencia centroamericana, tal genocidio negado o minimizado o tergiversado por historiadores oficiales, generaciones posteriores a 1932, —casi octogenarias las primeras—, desconocemos verdaderas vestimentas humildes de aquellos descalzos e iletrados ciudadanos indígenas salvadoreños, acusados de comunistas a fin de justificar tan injustificable barbarie terrorista. Se les llamó comunistas porque ese era el sambenito de moda. 200 años atrás hubiesen sido quemados al acusarles de herejes. Ahora, nuestros inditos e inditas, por efectos devastadores de fuertes bombardeos publicitarios en comerciales consumistas o neoliberales, más silencios de historiantes oficiosos e ignorantes de verdadera Historia, tales inditos-mestizos no tienen ni vaga idea del vestir ni del hablar hasta antes de 1932; pues sus trajes de costura moderna, en 90% son USA2: finos zapatos: Niké, Puma o Adidas; pantalones vaquero: Levy, Búfalo, Pierre Cardín o Renzo Facchetti; camisitas: Lacoste, Polo, Pingüino o Versacce; teléfono móvil de última generación, aunque vivan bajo puentes o portales públicos y sólo coman una vez cada 24hrs; además, gustos musicales degenerados son oídos o cantados en jerigonzas que nunca entenderán. Dicen: Vicente Fernández, Tigres del Norte, Ricardo Arjona, Palacagüinas, Hermanos Mejía Godoy y más, son fósiles antediluvianos.
Por ser Guatemala, hermana mayor centroamericana, quien aun habiendo sufrido tremendo genocidio (1982-83) similar o superior al efectuado por aquellos tres hermanos Chávez, —militares españoles extremeños, entre 1529-31, en Esquipulas y quebrada de Ocotepeque, donde el teniente Juan de Chávez cayó abatido debido a certero flechazo lanzado por Cacique Lempira—; tremendo etnocidio moderno ordenado por un gran tal apellidado Ríos Montt. Sin embargo, Guatemala continúa presentando al mundo actual su gran variedad de trajes típicos regionales, sencillos y vistosos; muy diferentes entre cachiqueles, zutuhiles, lacandones y más, tanto en varones como en hembritas.
Podemos deducir: nuestros antepasados inmediatos, hasta 1932, vistieron de manera similar a guatemaltecos: con huipiles, refajos, enaguas, camisas y pantalones; caites, zapatos femeninos tacón bajo, sombreros no de lana cuales sombreros chapines, escapularios y sinfín de menores atuendos; Asimismo, hablaron lenguas vernáculas similares a vivos dialectos mayas chapines.
16 de noviembre de 2009.-