EL PROFESOR DE
INGLÉS
Por Dr. Ramón F Chávez Cañas
A
09:00am de lunes, miércoles y viernes, puntual cual astro rey estaba el profesor
de inglés iniciando clases de ese idioma; pero especializado sólo para poder
leer o escuchar textos y grabaciones referentes a Ciencias Médicas. Era médico
oftalmólogo afamado en dicha especialidad. Moreno de mediana edad aún sin
peinar canas; de talla regular si se le compara con talla del “Anaconda Parada1”. Efectivo en metodologías pedagógicas de ese idioma
extranjero. Cumplía al segundo exacto los 45mins exigidos por ley en cada
sesión. Regalaba el cuarto de hora restante para dedicarse a frivolidades con
sus jóvenes alumnos del primer año de Medicina Humana (Premédica). Pero antes,
—en clase inaugural de ese ciclo lectivo— invitó a señoritas bachilleres a
abandonar el aula al nomás terminar cada clase, pues a continuación no habría
tal palabrerío anglosajón; sino sólo chascarrillos colorados o de doble sentido
contados por él o por jóvenes varones. Después, castas señoritas, —en especial Adelita Esperanza Bolaños, quien se
parecía a Virgen de Fátima de aquella gruta en Cerro Las Pavas de Cojutepeque—,
salían disparadas alejándose lo más rápido posible de aquella mini sesión
chabacana a iniciarse. Mencionado médico salía a puerta del pasillo a
cerciorarse de no presencia cercana de señoritas expulsadas. Ya a solas, adusto
profesor se convertía en jovial camarada, pidiéndoles a 03 ó 04 alumnos por
turnos, en cada sesión, subir a tarima de cátedra para poner a consideración del pleno, chistes o
chascarrillos colorados. Resto de audiencia, por votación a mano alzada
designaba primer lugar. Profesor, a manera de premio, entregaba cartuchos de
caramelos cuyo valor era de ¢0,05. En
seguida, él completaba restantes minutos de tan extraordinaria sesión, narrando
chistes similares con gracia uniforme.
A
tercera semana de clases, turno llegó al bachiller Guillermo Aristondo Magaña a quien, “Cura”
Barillas2 había bautizado con feo apodo: “Curusú”, por haberle
hallado parecido a monstruo amazónico en película del mismo nombre. Este muchacho,
a primera vista, tenía párpados dormilones sin estar enfermo de ptosis. Cuando
“Curusú” estaba sobre entarimado, frente a frente con el profesor de inglés,
éste le preguntó: “¿Cómo se llama Usted,
jovencito?”. Aquél, en el acto, respondió: “Guillermo Aristondo Magaña, para servir a Dios y a Usted”. El
profesor, con leve e inefable sonrisa, volvió a decirle: “De ahora en adelante ya no te llamarás así”. Hubo silencio
expectante, se podía oír vuelos de moscas,
mientras ingenuo bachiller apanequense de Ahuachapán, le preguntó: “Entonces, doctor, ¿cómo me llamaré?”.
En forma automática, con seguridad, aquel profesor de inglés respondió: “De ahora en adelante, tú te llamarás Gallo tomando agua. — ¡já, já, já, já…!—,
fue tremenda carcajada larga escapada de aquellas 35 varoniles jóvenes laringes.
Todavía estarían carcajeándose si no se hubiese presentado, 03minutos después
de iniciada aquella resonante mofa, el Circunspecto Jefe del Departamento de
Fisiología: Doctor Don Fabio Castillo Figueroa, quien bajó a toda prisa desde 2ª planta del edificio
Rotonda, donde estaba su Despacho, atraído por súbito escándalo provocado por
el “ticher”. Con espigada estatura de 1,95mts, con impecable presencia de pies
a cabeza, este Doctor
Castillo Figueroa, sin decir primera
palabra, de inmediato provocó reverente silencio. Castillo Figueroa, Jefe en
el Departamento de Fisiología, con voz pausada de serenidad, dirigió al
profesor de inglés estas siguientes frases: “¿Por
qué ha permitido, Doctor Posada, que
estos recién llegados muchachos le armen tal escándalo?”. Aquel moreno claro
y risueño maestro de lengua extranjera anglosajona, palideció algo conturbado;
pero, volviendo en sí, medio tartamudo, respondió: “Pierda cuidado, Doctor
Castillo Figueroa, esto no
volverá a suceder, lo garantizo”. Jefe
de Fisiología, pilar fundamental del magnífico funcionamiento de toda esa
Facultad de Medicina en Universidad de
El Salvador durante 15 ó 20 años en aquellas gloriosas décadas, moviendo cabeza
en señal de complacido, viró 180º con dirección a su despacho.
Doctor José Miguel Posada†, —así se llamaba
este excelente profesional médico-oftalmólogo, maestro lingüístico, juvenil
amigo de aquella sencilla y picaresca muchachada—, prometió continuar igual con
jocosidad del cuarto de hora; pero con las condiciones siguientes, dijo:
—“De
ahora en adelante, procuren narrar chistes o chascarrillos de moderada
intensidad. Si hubiese algún cuento colorado digno de llamar a hilaridad
exagerada, debe ser celebrado con silenciosas carcajadas… (¿…?)... ¡Muy
sencillo, jovencitos! Cada uno debe tener a
mano pañuelo limpio para ponérselo
de inmediato hasta Istmo de las Fauces (galillo), cuando el caso lo amerite”.
Así
se hacía. Terminó año lectivo sin que severo Doctor
Castillo Figueroa volviese a
bajar para halarles el aire; mientras tanto, sobrenombre Gallo tomando agua, perdura hasta el presente.
19 de febrero en 2007.-
1—ANACONDA PARADA = Jocoso apodo del
bachiller costarricense Isidro Perera Rojas por medir más de dos mtrs de largo
2—CURA BARILLAS = Br Carlos Barillas
Valdivieso
Yo, Ramón Francisco Chávez Cañas, autor directo por haber vivido y escrito después este jocoso episodio titulado EL PROFESOR DE INGLÉS, ocurrido en mayo-junio de 1958, aún me siento impresionado por aquella presencia imponente del Gran Gurú Universitario de El Salvador: Señor Doctor Don FABIO CASTILLO FIGUEROA quien, con una sola mirada filosófica, silenció a aquellas tres docenas de imberbes bachilleres jayanes, quienes celebrábamos el nuevo apodo que el doctor José Miguel Posada, profesor nuestro del idioma inglés en Premédica, le puso al bachiller Guillermo Aristondo Magaña quien, dicho sea de paso, fue alumno ejemplar; y, ahora es digno ex alumno de FABIO CASTILLO FIGUEROA y de JORGE BUSTAMANTE.
ResponderEliminarRamón F Chávez Cañas.-
El Señor Doctor Don JOSÉ MIGUEL POSADA, oftalmólogo de renombre en Centro América, ya difunto, no podía ocultar su regocijo juvenil pretérito al dedicar 15mins valiosos para él y gozar de lo lindo escuchando y/o narrando quinimil cuentos coloreados en todos los tonos del arcoíris idomático castellano; pero lo más divertido eran los tres premios a primeros lugares: premios consistentes en tres bolsitas con caramelos, cuyo coste individual eran cinco centavos de colón... Palabras soeces, aun en chascarrillos más colorados, no eran pronunciadas.
ResponderEliminarqué tremendo! como se ha perdido todo lo bueno en nuestro país!...yo creo que a lo sumo en una o dos décadas decadentes más, habremos o "nos habremos" perdido irremediablemente por siempre!!!
EliminarMRAL