HAZAÑAS “CIENTÍFICAS” DEL TÍO NICOLÁS
Del libro “Historias Escondidas de Tecoluca”
Escrito por Ramón F Chávez Cañas
A mediados de aquellos ya remotos años veinte (¿1924?) el honorable doctor Juan Crisóstomo Segovia, originario de aquel encantador municipio, había retornado al país. Venía de Universidad Sorbona, Francia, donde había obtenido pos grado, —ahora maestría—, en Parasitología; siendo ésta rama extensa de ciencias médicas; pues doctor Segovia se había doctorado en nuestra Escuela de Medicina de Universidad de El Salvador (¿1918?). Este eminente médico-investigador era nativo del cantón San Jacinto, caserío San Andrés Achotes, perteneciente a áreas rurales de aquel nuestro cien mil veces mencionado encantador lugar. Cantón localizado a dos leguas (8kms) al oriente de aquella comunidad urbana, más allá del Río Grande local. Este galeno tecoluquense es famoso, a nivel internacional, por haber descubierto, acá, en El Salvador, aquel peligroso parásito microscópico causante, en seres humanos, de temible “Enfermedad de Chagas”; enfermedad casi mortal a mediano o corto plazo cuando ataca, de manera principal, fibras musculares cardíacas. Dicho microscópico parásito fue bautizado, —por “Academia Francesa de Ciencias Médicas”, con nombre de Tripanosoma segoviensis, en honor a su descubridor; por tanto: el nombre del Doctor Juan Crisóstomo Segovia, figurará en “Índex Médico Mundial” hasta la consumación de siglos o milenios, amén. Figurará, junto al nombre del brasileño Doctor Osvaldo Cruz quien, en 1910 descubrió, allá en su natal Brasil, otra variedad del mismo parásito: Tripanosoma crucis; T crucis y T segoviensis se albergan y reproducen en aparato digestivo de cierto insecto llamado Vinchuca, o Chinche picuda; ésta, siendo hematófaga, al picar al ser humano para succionarle sangre, lo contamina con infestadas heces fecales de ella. El humano, al rascar área cutánea pruriginosa dañada por extraña picadura, introduce tal microbio al torrente circulatorio. Esta peligrosa chinche picuda habita en ranchos campesinos pajizos; en casas pueblerinas con paredes hechas de adobes o bahareques mal repellados, constituyéndose así en amenaza permanente para todo habitante pobre de nuestra América tropical. En últimas décadas, ciencia médica ha descubierto algunos medicamentos poco efectivos y bastante caros para tratar de curar este mal.
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Ya en nuestro país, científico Segovia se dio a tarea de conformar, a nivel nacional, brigadas juveniles y adultas para combatir proliferación de malvada chinche picuda. Primer lugar urbano, semi urbano y rural escogido por científico Segovia, fue su incomparable Pueblito natal, donde explicó detallado con palabras sencillas, magnitud de amenaza y forma cómo combatirla. Llegó, doctor Juan Crisóstomo, provisto de centenares o millares de lámparas manuales a pilas secas y de otra cantidad superior de gigantescos alfileres de acero inoxidable pues, tales alimañas, sólo pueden ser detectadas durante la noche, al salir de escondrijos para chupar sangre humana; al mismo tiempo, contaminar o infestar a pobres e inocentes víctimas. Lámparas servirían para alumbrar recovecos, hendiduras o guaridas; largos alfileres, para cazar a malditos insectos.
Joven Nicolasito, acompañado por sus también jóvenes filarmónicos y por toda la muchachada, acudió al palacio municipal pueblerino pues, tres días antes, el público todo había sido informado y convocado por medio de Bando o edicto firmado por señor don Nicolás Molina Garay, alcalde municipal. Se constituyeron diversos batallones, similares a cuando, nueve años después, fueron constituidos para cazar a desgraciada Coyota Teodora. Mi jovencito futuro tío fue nombrado jefe de brigada. Área asignada a esta brigada fueron: Barrio San José de Pasaquina y cantón La Mora, ambos conglomerados colindantes entre sí. Cada noche, entre siete y diez, casa por casa, aquel jovencito, futuro tío mío, y colaboradores, cazaban centenares de chinches; pero, el también futuro San Lorenzón, no estaba satisfecho porque, cada mañana, cantidad de personas picadas parecía aumentar. Fue entonces cuando consultó vetustos libros de medicina tropical propiedad de don Juan de la Cruz Chávez Rodríguez, ortopeda o sobador, ─quien varios años antes le había entablillado una clavícula rota al caerse del tren hechizo─. En esas lecturas y dibujos, Colachito encontró algo referente a vinchuca o Chinche picuda. Con tal referencia en cuanto al hábitat y conducta sexual del insecto, el hermanito de mi madre ideó cierta estratagema: pidió a colaboradores no quemar aquellas tanatadas de insectos, tal cual lo había ordenado el sabio Juan Crisóstomo; más bien, ordenó separarlos por sexos y dejarlos atarantados o medio vivos; depositarlos en sendos recipientes bocones de vidrio claro y transparente; luego, entregárselos a él, en persona, porque él, Nicolasito, haría algunos experimentos beneficiosos, tal vez, con tales especies. Fue obedecido.
Don Lino Parras, ya mencionado en innumerables veces, le dio prestados algunos botes bocones ad hoc; —en esos botes el señor Parras exhibía dulces y golosinas puestos en venta sobre mostradores de su farmacia llamada “Farmacia Nueva”—. Asimismo, este juvenil señorón proporcionó, al adolescente Cañas Merino: juego de lupas; dos set de morteros con respectivos accesorios; matraces, erlenmeyer, y varios tubos de ensayo; “baño de maría” y otros múltiples instrumentos químico-farmacéuticos más, ya en desuso, pues don Lino siempre estaba modernizando su recetario. A la mañana de ese otro día, tanatadas de insectos, medio vivos, separados por sexos, fueron llevadas a casa de doña Martina, madre del aspirante a científico. Ella, sorprendida y asqueada, casi sufre desmayo; pero, su hijo y colaboradores, después de frotarla con alcohol llamado “siete espíritus” y darle a beber traguitos de menta, lograron reanimarla. En todo caso, la mamá prohibió ocupar instalaciones residenciales de tan fresca mansión cantonal, habiéndoles remitido hasta distantes galeras de la caballeriza, donde, tal mozalbete (15años) heredero, junto con Chepe Coyunda y Victorón Bomba, inseparables, instalaron el “laboratorio” empírico. Disecaron, valiéndose de recién aparecida hoja de afeitar “yilet”, vientre de todas y cada una de aquellas alimañas. Con lupas y abierto anciano libro de medicina tropical escrito en francés, editado a mediados del siglo XIX(1848), identificaron órganos sexuales respectivos, separándolos con cuidado y aislándolos en sendos “erlenmeyer”; después, incendiaron resto de caparazones, habiéndose pronto marchado aquellos dos jovencitos colaboradores. Esta faena se repitió por casi dos semanas. En tanto, rapazuelo Colacho, en resto de cada día, al estar solo, encendía el mechero de Bunsen, colocaba agua destilada (agua lluvia) al interior de cada uno de tantos recipientes donde estaban órganos genitales hechos amorfa masa; vertía esos contenidos en cada mortero individualizado; con sumo cuidado agregaba: o acetonas, o aldehídos, o alcoholes, o ¡¿quién sabe qué?! Después, sometía aquel extraño menjunje a prolongado “baño de maría” (fuego lento). A cada instante olfateaba aquellos caldos. Así pasó durante cuatro semanas; mientras, resto de brigadas continuaba alumbrando y cazando miríadas de aquel insecto chupador de sangre. Cuando Nicolasito obtuvo el extracto imaginado, más deseado e ignorado hasta por doctos mundiales en aquellos tiempos, partió solitario hasta hacienda San Antonio los Garrobos, propiedad de su madre. Allí, en seis casas de colonos jornaleros, aplicó aquella sustancia orgánica obtenida por él en cuatro semanas de ardua labor. Tres o cuatro días más tarde regresó a su hogar cantonal. Retornó con amplia sonrisa de satisfacción. De inmediato convocó a todos los colaboradores juveniles y mayores. Les explicó el nuevo método a seguir para terminar por completo con mentadas sabandijas. Contestó preguntas y repreguntas. Algunos escépticos, por lo general hombres mayores de cuarenta años, dieron media vuelta y se alejaron, haciendo con índices hacia sus sienes, la señal de locura del imberbe investigador.
Al día siguiente, y durante cuatro días más, señor Molina Garay, alcalde, debió contratar diez carretas tiradas por bueyes para llevar, como abono orgánico hasta sus propiedades agrícolas, las toneladas de chinches picudas matadas a garrotazos, cuando ellas salían a borbotones llamadas por ¿”feromonas”? respectivas. Al mismo tiempo, el “científico primitivo” gritaba satisfecho: “¡Eureka!,… ¡Eureka!,… ¡¡lo he encontrado!!”
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Así, por casi cuarto de siglo, aquel bendito conglomerado rural y urbano, se vio liberado de esa peste mortal. Tal secreto descansa con el “NOBEL rústico” en cierta cripta del cementerio capitalino “Jardines del Recuerdo”; pues, siempre, al llegar auténticas autoridades sanitarias nacionales en incontables ocasiones a casa del sesudo pueblerino para interrogarlo al respecto, éste respondía con lenguaje cantinflesco. No era por egoísmo ni por mala fe. Era, porque ni él mismo sabía qué había descubierto. Así le pasó a Colón, a Pasteur, a Einstein, entre otros.
Veinticinco años después (1948-50) aquella maravillosa fórmula ¿feromónica? descubierta al azar por el ingenioso tío, perdió vigencia y actualidad en aquella divinizada comarca pues, con el advenimiento de: Aldrín, DDT, Gamesán y muchos más insecticidas anti-malarios, todos aquellos insectos: dañinos, útiles y no peligrosos, fueron combatidos hasta casi desaparecer por completo. Entre ellos, los más recordados son: pulgas de nigua, pulgas de perros y gatos, carangas, chichuisas, ladillas, piojos, casampulgas, jejenes, zancudos, telepates, iztacayotes, garrapatas, etcétera.
Al presente (1999), insecticidas químicos están obsoletos, porque son tóxicos residuales en plantas y animales. Ahora, salud pública, agricultura y veterinaria, siguen recomendando, desde hace más de diez años, sólo usar insecticidas biológicos, entre los cuales sobresalen la cochinilla y famosas sustancias llamadas f e r o m o n a s, descubiertas por mi rústico tío.
07 de noviembre de 1999
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C O N T I N U A R Á
usted si que tiene historias familiares de verdad memorables don RAFRACHACA...completamente envidiable!
ResponderEliminary sabe usted si el "siete espíritus" se podía beber?
Sí, el "siete espiritus" se podía beber, pero era conocido con otros nombre por los bolivarianos tecoluquenses: Santo, Mechazo, Lija, Ayúdame a vivir, Zangolote y más. A propósito: una hija mía casada con alemán y residente en Alemania, como regalo navideño me enviará, en estos próximos días, un alambique de cristal o de cobre, a mi elección, para que en él yo destile finos "siete espíritus" para mi cherada; pero, ella recomienda no hacer la bulla porque, si mi gran amigo MRAL, llegase a enterarse, de inmediato nos dejaría "viendo a chon", pues MRAL es nonualco analqueño y Premio Nobel en artes etílicas.
ResponderEliminarRafrachaca.
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ResponderEliminarcopiado RAFRACHACA, COPIADO!
Por vía telefónica, cierta amiga tecoluquense, casi contemporánea mía, me reclamó por estar mintiendo; pues Siguanaba, Cipitío y Satanás nunca han existido; y que yo estaba fomentando tantas supersticiones mitológicas, por lo cual yo podría ser castigado por Jehová, Jesucristo, la virgen María o por todos los santos, etcétera.
ResponderEliminarNo quise contradecirle, porque ella es más terca que mulas y más sabiohonda que el papa; no obstante, para mis adentros pensé así: Nuestros dioses mayas: Jaguar, Quetzalcohoalt, Tlaloc y más, para nosotros, nonualcos tehuacanos, son más sagrados que el ídolo "nada-poderoso" apodado jehová, creado y criado por Abraham con otros vivianes sionistas de hace aproximados 3 mil años, cuando con terrorismos, jehovaneros robaron la mal llamada "tierra prometida" ya habitada por cananeos, hititas, filisteos, medianitas y más.
Es cierto, aquellos espantos narrados con maestría por tío Nicolás, no existían ni existen; sin embargo, aquel niño, luego adolescente, joven, adulto, viejo y anciano llamado RAYMUNDO NICOLÁS CAÑAS MERINO con su parafernalia de aventurillas fantasiosas, como la perra detective, los aguiluchos come-niños, las campanas falsas, etcétera, sí, sí, existieron; y hubiesen quedado tragados por la Historia si mi humildito libro no los hubiesen rescatado.
Ramón F Chávez Cañas.
Ramón F Chávez Cañas-
Mario René Chávez Corvera, opina:
ResponderEliminarEsas "Historias Escondidas de Tecoluca" yo las empecé a leer hace 3 años y medio; pero, cuando llegué a los capítulos sobre hazañas de don Nicolás Cañas Merino, tío maternal de mi tío Moncho, o doctor Ramón F Chávez Cañas, autor de ese libro, dejé de leerlo, pues muchas flores le arroja al mentado Don Nicolás. Es cierto, don Nicolás existió y era uno de los pocos adinerados de Tecoluca; pero no era para tanto.
En cambio, Don José Ovidio Chávez Muñoz, mi honorable padre y hermano del tío Moncho, poco es mencionado en ese libro. Yo le reclamé al tío Moncho y él me dijo: "No hombre licenciado Chávez Corvera, tú me estás reclamando algo indebido. Es cierto: mi hermano Ovidio sale muy poco en estas historias; pero se debe a que Ovidio, tu padre, está mil veces mencionado en libro no editado al público, ni se editará; libro en tres tomos de 200 páginas cada uno, porque es la historia de todos los Chávez-Henríquez tecoluquenses, tronco de: los Chávez-Cañas; Chávez-Corvera; Chávez Orantes; Henríquez-Chávez, etcétera. Tal libro se llama 'M-E-M-O-R-I-A-S' y está a tu disposición, pero sólo para leerlo en mi biblioteca tantas como cuantas veces tu desees llegar a mi hogar con ese objetivo".
Yo recomiendo al tío Moncho ya no publicar más al don Nicolás, pues quienes ya lo leímos en el papel no lo haremos en este blog; porque falta la parte de la ingenierio genética de aguacates con mantequilla vacuna y huevos duros de gallina india; además, las hazañas posmortem de ese viejo y la hazañita cuando don NICO llevó al tío Moncho jovencito, a donde las prostitutas vicentinas para que éste perdiera allí los lirios de San José.