“NACIMIENTOS” DE ABUELA SEGUNDA
Por Ramón F Chávez Cañas
Casa matriarcal de familia Chávez-Henríquez tecoluquense, —se ha dicho más de una vez en otras Memorias mías—, ocupaba posición cimera frente a placita central o mercadito pueblerino: tres cuadras de portales centrales formaban letra U mayúscula, envolviendo a iglesia parroquial católica. Templo católico compartía, con placita o mercadito, —ahora parquecito—, 3/4 de manzana principal. Contiguo a residencia parroquial estaba mansión de doña María Teresa Chávez Molina de Alférez†, señorona más acomodada, en lo económico, del inmenso municipio y pequeño Pueblito. Esto se ha repetido hasta cansar, en un libro de este escritor: “HISTORIAS ESCONDIDAS DE TECOLUCA”.
Pues bien: en nueva casona Chávez-Henríquez, —construida entre 1906-07, pues antes de esos años, desde 1888, dicho matrimonio había vivido en la casa donde este relator nació—, en cada Navidad se montaba monumental Nacimiento. Muchos lo comparaban con mejores nacimientos de ciudades “muy grandes”: San Vicente y Zacatecoluca (Virola); ambas cabeceras departamentales bien próximas a ciudad Tecoluca, ciudades veinte veces superiores en todo al agro-ganadero Pueblito, menos en Nacimientos del Niño Jesús armados por Doña Segunda Henríquez Angelino v de Chávez†: viuda de Don Francisco Chávez Rivas desde 1917; año cuando ferrocarril IRCA† estaba llegando con “punta riel” a media vía entre pueblito Tecoluca y ciudad San Vicente.
“Nacimientos” de Doña Segunda, desde 1942-44, —época de mis primeros recuerdos; pero altares del Niño Dios venían desde muchísimos años atrás y suspendidos, desde año 45, porque Doña Segunda había fallecido en diciembre 31 del 44—, ocupaban, año tras año, tercera parte del salón principal. Salón de esquina con acceso a calles por tres altas puertas de doble hoja cada una. Dos tercios restantes del salón (10x6=60mts2) quedaban reservados para atender a visitantes: adultos, niños, hombres, mujeres, ricos, pobres, bonitos, feos, mendigos, etcétera. En 30mts2 (5x6=30mts2 del total de 90, se construía misterio inicial del cristianismo. Divino Personaje principal de este misterio había sido traído, desde España, por doña Antonia Henríquez Angelino de Argueta† cuando, 1922, regresaba de Roma después de haber asistido a funerales de Benedicto XV, y a entronización de Pío XI. Doña Antonia fue hermana menor de Doña Segunda. A aquélla le apodaban “La Andalona” de familia Henríquez-Angelino. Ésta conocía, mejor que a sus propias palmas a: México, Centroamérica, Colombia, Venezuela y el Caribe; pues era inteligente comerciante en telas, joyas genuinas y oropeles. —Al parecer, ellas y ellos descendían de judíos Henríquez españoles, expulsados de España por rey Carlos III del siglo XVIII (1767).
Peregrinar de judíos sefarditas apellidados Henríquez, unos, y Galindo, otros, iniciado en puerto Palos del Mediterráneo español en 1770, les llevó hasta La Habana; pero en este puerto colonial cubano, gobernadores peninsulares en Perla de las Antillas, con cristianísimo desprecio les ordenaron desplazarse hasta Capitanía General de Guatemala. Atravesando lago Izabal, subiendo encrespados riscos en diversas sierras y cordilleras guatemaltecas, llegaron a la ahora Antigua Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, asentada en celestial valle Ponchoy. Capitán General de Guatemala tampoco quiso asilarlos. Les remitió hasta un puerto del Pacífico chapín (¿Ocós, Champerico o San José?). Ahí embarcaron rumbo al sur hasta puerto Corinto nicaragüense. Se establecieron en ciudad León de Nicaragua, por ser ésta, ciudad habitada por españoles humildes, sin poderío político-militar para poder rechazar a esos enemigos raciales y religiosos. Durante 50-60 años procrearon dos o tres generaciones nicaragüenses, perdidas de vistas por falta de documentos confiables. En 1825 emigraron hasta ciudad San Vicente, El Salvador, Centroamérica. Genealogía de Henríquez Angelino, luego de Chávez Henríquez, ameritará escribir largo capítulo sobre esos apellidos.
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Divino Personaje principal del Nacimiento, Doña Antonia lo había comprado en Barcelona, España, sólo para donarlo a su hermana mayor. Era, Niño Dios, un niñodiosón con talla de 60cms. Detalles generales no es menester describirlos, pues era típica imagen de la ya harta raza aria. Matriarca Henríquez v de Chávez se vio a palitos; pues necesitó ir hasta ciudad Ilobasco a ordenar hornear pareja de santos (María y José) más otra de cuadrúpedos de tamaño relativo a 60cms descritos; así: virgen medía 1.80mts, san José: 1.90mts; burro y buey, de hocico a tronco de cola, casi llegaban a 2.25mts cada uno. Artesanos alfareros ilobasquenses debieron elaborar, cuarteando, todas las piezas para poder ensamblarlas en el lugar tecoluquense del divino advenimiento cristero. Pesebre, también de tamaño natural exagerado, fue fabricado en madera de cedro por jovencito aprendiz de carpintería: Julito Asisclo Chávez Muñoz†, primer nieto vivo de tal matriarca en esas fechas. Resto del Nacimiento siempre se armaba con miniaturas por todos conocidas.
No faltaba pareja de inquisidores militares: hijos espirituales de Torquemada, o guardias nacionales “beneméritos”, llevando a reos bien socados de pulgares haciéndole bendito al trasero; tampoco piedra de moler nixtamal con molendera y respectivo comal; trapiche a semovientes con inseparables peroles; indios de tierras altas hondureñas o guatemaltecas con cacaxtle a espaldas cargando deliciosas granadillas frutales; boyeros empuñando arados o dirigiendo carretas cargadas de cereales o dulce de atado; dos aserradores manuales usando descomunal sierra aserrando gruesas trozas de conacaste o cedro: un aserrador encaramado sobre la troza y el otro, recibiendo sobre cabeza y narices, abundante serrín al estar abajo del nivel terrenal co-maniobrando tan enorme sierra; lavanderas haciendo lo suyo en fingidos arroyos límpidos; tosco trencito de madera comprado en penitenciaría vicentina (fatídico Sótano) cruzando famoso puente El Burro de Tecoluca; tampoco faltaban: bailadores, orquestas, toritos pintos, aves palmípedas sobre espejos simulando lagos; borrachos escandalosos montando a caballo o fondeados sobre aceras y portales. En fin, varias decenas más figurando vida cotidiana de aquella fantástica comarca. Muchas de estas representaciones tenían vivo movimiento. Para conseguir tal efecto, varios bribonzuelos se introducían debajo tarimas para dar requerido accionar a: sierras, pilanderas procesadoras de arroz en granza por fuerza humana transmitida a través de un mazo también de madera dura; a cabezas nevadas de viejitos temblorosos (de uno u otro sexo), a tres monitos sabios del famoso “ver, oír y callar”, etcétera.
Todo el piso del Nacimiento lo constituía alfombras de costales de henequén o brines de yute engomados con algas verdes cultivadas a propósito en esos días de estación no lluviosa, simulando inmenso gramal o pradera ganadera. Perfecta iluminación nocturna la aportaban seis lámparas de carburo colocadas en lugares estratégicos, y cambiadas por otras similares cuando aquéllas empezaban a perder potencia, pues aún no había energía eléctrica pública. Las dos restantes puertas de acceso permanecían abiertas hasta 10:00pm; pero, en propia Noche Buena, cerraban hasta cuando últimos visitantes se habían despedido, a eso de 03:00hrs de aquella madrugada del 25.
Durante las noches, desde 15 hasta 31 de diciembre, inmenso salón del Nacimiento se abría a 06:00pm esperando visitas; en especial a Pastorela correspondiente a cada una de esas fechas. Cada barrio o aledaño cantón, conformaba propia e inigualable pastorela; mas, nunca faltaba “sagrada familia” de carne y hueso, con séquito de reyes magos, pastores y ángeles. Sólo el recién nacido era de palo o de barro, pues nadie daba prestado al niñito, también de carne y hueso, por temor a “hielos del niño” que bajaban temperatura ambiente hasta 10ºC con fuertes ráfagas de vientos “nortes”; o, a escasos bochinches posibles, cuando embriagados múltiples santos José, incontables reyes magos, sinfín de pastores y ángeles, más otros alegres acompañantes, envalentonados por espíritu del dios Baco, pudiesen liarse a machetazos, pedradas, garrotazos, sopapos, etcétera.
En propia Noche Buena, Doña Segunda viuda, y doñitas Chávez-Henríquez: Arcadia Adolfina, María Josefa y Juana Francisca del Carmen, con señoritas nietas de la anfitriona: Amalia, Segundita y Margarita, más dos nueras de la misma Doñas: Carmela y Elvira, —además de incontables sillas para sentar a “turistas” del precioso vecindario—, estaban preparadas con tamañas ollas de arcilla o aluminio llenas de café puro, chocolate criollo, horchata de legítimas semillas de morro sazonadas con nuez-moscada o “mes moscada”; ensaladas de diferentes frutas; caragadas espesas de dulces caraos cargadas con hielo; humeante atole shuco elaborado con maíz negrito algo fermentado, agregándole frijoles monos salcochados “parados” o en “bala” y aderezado con espeso “alguaishte” de semillas de ayote (calabaza) y más. Todas estas bebidas líquidas, servidas en nuevos y bien raspados guacalitos de morro, o en cuchumbos de jícaras, débanle a familia Chávez-Henríquez, importancia más allá de fronteritas pueblerinas o municipales. Había, también, marquesote aterciopelado; quesadillas de queso en tusa; frijoles negros parados y chile súper picante para atole shuco; guineos majonchos horneados con polvo dulce de panela encima; batidos de molienda, ayotes en miel; tamales con carne de cuche: dulces o salados; y mil delicias imposibles de recordar. Jamás faltaron sin cuenta garrafones conteniendo aguardiente nacional a base de caña azucarera; ni “boquitas” para el mismo trago. Tal bocadillo primitivo permitía tragar alcohol etílico de 45ºC, ó 90proff, sin fruncir mucho la cara. Boquitas más frecuentes estaban confeccionadas con: trocitos de caña azucarera variedad seda, mangos y jocotes tiernos, jícamas descascaradas, mimbre del más ácido, y otras variedades de frutas propias de temporada. Centenares de cocos se ponían a disposición pública sólo para retirarles tapita redonda de carne vegetal antes de beber olímpico néctar, sin pajillas, pues éstas no se conocían allí. Uno o dos peones agrícolas de tan recordada casa grande (destruida por terremoto de enero 13 en 2001), con sendos machetes hacían dos cumbos del natural envase para así acceder a milagrosa carne vegetal blanca, o al sabroso “moco” precursor de aquélla.
Colgada de una viga, en dirección exacta a cúspide del cucurucho terminal del ranchito pajizo a manera de portal natal, serena estaba la Estrella de Belén, iluminada durante las noches de visita pública por tal vez centenares de foquillos, alimentados éstos por una pila de automotores recargable al día siguiente. Estrella de Belén con cinco picos, tenía diámetro de 100cms. No se veían, ni falta hacían: venados machos polares arrastrando trineos en los cuales montaban ancianos y obesos santas Claus anglosajones o escandinavos; ni franceses papás Noel; tampoco pinos engalanados con nieves simuladas; mucho menos entonación de villancicos en idiomas trabalenguas. Sólo el Nacimiento puro, traído desde Iberia e impuesto a nosotros por medio de terrorismos religiosos, en franco desprecio agresivo contra nuestras deidades mayas.
Mientras parsimoniosas adulteces con juventudes femeninas desfilaban lentas contemplando, extasiadas, al Niño friolento por estar casi desnudo en el pesebre; al par de cuadrúpedos brindándole sus alientos pulmonares o “juelgos”, y a la pareja humana, —cinco figuras de tamaño normal algo exagerado, repetimos—; en esquinas de portales exteriores de aquellos benditos caserones pueblerinos, construidos con adobes, maderas y tejas en transcurso de tres siglos anteriores; más callecitas empedradas con cunetas al centro para aguas lluvias, docena y media de nietecitos y nietecitas, más una o dos bis-nietecitas de tan Honorable anciana viuda, se deleitaban, —vigilados de cerca por: Ignacio Roque, Fernando Villegas, José Peñate u otros, (todos peones agropecuarios al servicio permanente de tan magnánima viuda e hijos)—, reventaban pólvora de mediana y pequeña potencia (morteros, ametralladoras, cohetillos, estrellitas, buscaniguas, volcancitos, chispas del diablo, luces de bengala, silbadores, fulminantes…). Mientras, bajo portales interiores en patio-jardín principal de aquella mansión pueblerina ya medio descrita, sexteto de “biatas” católicas, encabezadas o comandadas por anciana señorita Soledad Henríquez Angelino, hermana mayor de la Doña anfitriona, estaba integrado por: doña Carlota Belloso v de Fernández; señoritas de 4ta edad: Rafaelita Espinosa y Cecilia Ayala Bustamante; doña María Teresa Chávez de Alférez y doña Onofre Durán de Roque; todas, camándula en mano, rezando a repetición aquellos, para ellas, Misterios Gozosos del Santísimo Rosario. En tanto, en casa de esquina opuesta al Nacimiento: hermoso caserón o palacete rural propiedad del Poeta Juan Pablo Espinosa y biata Rafaelita, ya mencionada, varones de aquella memorable vecindad brindaban con licores finos a la salud del Niño Dios. Ellos eran: don Carlos y don Ramón, hijos de la Matriarca viuda; don Jesús Orantes Vela, yerno de la misma; don Carlos Federico Molina II, padrino matrimonial de don Ramón con doña Carmela Cañas, y, jovencito bachiller José Gilberto Parras, único tecoluquense estudiando Medicina en nuestra UES.
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Similar festejo se ofrecía, cada 14 de mayo, a Nuestra Señora de los Desamparados. Nunca logramos saber cuál fue el origen o herencia al respecto, de nuestra abuela paterna. Parece ser: Doña Arcadia Angelino de Henríquez (mexicana), madre de Doña Segunda y nuestra bisabuela paterna, tuvo problemas serios durante embarazo de la después recién nacida niña Segundita (1863-64), al haberse hinchado (edemas) hasta de la cara, sin llegar a coma eclámptico. Frente a esta desesperada situación, médicos salvadoreños y del mundo entero, estaban desarmados. Entonces, no quedó otro camino lógico: sólo invocar a Madre de Dios llamándola Nuestra Señora de los Desamparados.
05de abril de 2007