Donde piedras y caminos se juntan
Wilfredo López
La puerta del diablo. Foto tomada el 12 de marzo 2011.
La pertenencia del hombre a lo simple y cercano se acentúa aun mas en la vejez cuando nos vamos despidiendo de proyectos, y más nos vamos acercando a la tierra de nuestra infancia, y no a la tierra en general, sino a aquel pedazo de tierra en que transcurrió nuestra niñez, en que tuvimos nuestros juegos y nuestra magia de la irrecuperable niñez. Y entonces recordamos un árbol, la cara de un amigo, un perro, un camino polvoriento en la siesta de verano con su rumor de cigarras, un arroyito. Cosas así. No grandes cosas sino pequeñas y modestísimas cosas, pero que en el ser humano adquieren increíble magnitud, sobre todo cuando el hombre que va a morir solo puede defenderse con el recuerdo, tan angustiosamente incompleto, tan transparente, y poco carnal, de aquel árbol o de aquel canto de cigarras de la infancia; que no solo están separadas por los abismos del tiempo sino por vastos territorios. Estuve en este lugar por primera vez y para siempre donde las piedras y los caminos se juntan. Al final terminé leyendo este poema, entre la lejanía y los cantos de las cigarras.
No existía algo, no existía nada;
El resplandeciente cielo no existía;
Ni la inmensa bóveda celeste se extendía en lo alto.
¿Qué cubría todo? ¿Qué lo cobijaba? ¿Qué lo ocultaba?
¿Era el abismo insondable de las aguas?
No existía la muerte; pero nada había inmortal,
No existían límites entre el día y la noche
Solo el uno respiraba inanimado y por si
¿Quién conoce el secreto? ¿Quién lo ha revelado?
¿De dónde, de donde ha surgido esta multiforme creación?
Pero la realidad es necia y dura y tuvimos que descender. Allí estaba la otra música con sus danzantes. Los asesinos, los diputados y el presidente. Por las calles el hambre bordeando a los niños y las putas. Era de noche otra vez. Bebimos hasta casi el amanecer. Y terminé leyendo otro poema antes de vomitar.
Bípedo implume de mí
Como se llena hereje la carne en mi costado. Paraíso de sogas
Si lograra al menos una rosa exterior y abrir la puerta de las ovejas:
Lo múltiple en lo absoluto
Lo eterno sin tiempo
Un lado único tan gigante.
Nota del editor: El Poeta, Prosista y Pintor: Don Wilfredo López, también es Doctor en Medicina Humana de El Salvador…
Tan simple profundidad con claridad de esta prosa seguida del poema, me hace recordar a subrealistas franceses entre 1880-1920: poetas, pintores y prosistas. Se pecibe, sin querer queriendo, cuán inmenso era el pensamiento del poeta-prosista López al tener frente a sus retinas aquella inmensidad, algo diminuta, contemplada por él desde cimas en Planes de Renderos o Puerta del Diablo; diminuta inmensidad oriental constituida por dos enormes cabezas del majestuoso volcán Chinchontepec en lontanaza y, al pie del coloso, el casi invisible Valle de Jiboa, más costeña sabana paracentral con el no tan pacífico Océano del Sur confundiendose con cielos veraniegos del trópico salvadoreño.
ResponderEliminarAl leer párrafos y estrofas, de manera automática el lector se transporta hasta aquel alto paraje de diabólica hermosura; sobre todo ante la muda presencia del Cerro Las Pavas y del nacimiento navideño constituido por miles y miles de techitos soyapanecos y del San Salvador proletario. ¡Lástima grande no haber podido apreciar la fotografía adjunta, lo cual nos hubiese dado un complemento formidable para expresar mejor nuestras emociones!
"Desde aquí veo el mar/ tan azul, tan dormido/ que si no fuese un mar/ bien sería otro cielo"//
Al iniciar la lectura de lo escrito por el doctor López, de inmediato vino a mi mente los dos versos anteriores de Alfredo Espino.
"Cumbres, divinas cumbres/ excelsos miradores/
qué pequeños los hombres/ no llegan los rumores./Esa cumbre es el reino/ del pájaro y la nube//...