EL APRENDIZ DE BRUJO
Por Ramón F Chávez Cañas
De: “Historias Escondidas de Tecoluca”
Adela Campusano había sido condiscípula de doña Carmela Cañas de Chávez. Esto sucedió allá por 1924-29, en escuelita pública de niñas del remoto Pueblito, cuando sólo había educación primaria hasta segundo grado, por cuya razón mayoría de niñas se veía obligada a repetir tal grado hasta por enésima vez. Adela abandonó tal escuelita siendo aún quinceañera. Retornó a su lugar de origen: cantón Cayetana, jurisdicción municipal del mismo pobre municipio del Pueblito. —Este cantón está encaramado a media altura sobre colosal volcán Chinchontepec; casi al mismo nivel de soñada meseta llamada Pichincha, donde anudan aquellas dos tetas del coloso mencionado—. Quince años después, Adela vuelve al Pueblito con dos pequeños hijos suyos. Al parecer, derrotada en lides amorosas. Es acogida por su antigua compañera de aulas, quien la instaló en amplia habitación interior de su propio hogar. Doña Carmela estaba casada con don Ramón y procreando manadita de cinco lindos niñitos. Esta vez, Adela procedía del caserío El Pacún, localizado en márgenes sudoccidentales de nuestro caudaloso Río Bajo Lempa, siempre en jurisdicción del maravilloso Pueblito; pero en calurosa zona costera. En ese insalubre caserío, Adela había hecho vida marital con mediano terrateniente: don Claros Martínez. ¿Por qué se deshizo esa unión libre?... Sólo ellos y Dios lo saben. Niña Tomasita, hija de Adela, falleció a pocas semanas de su llegada, ¿por fiebre palúdica o de lombrices? Sólo quedó niño Francisco. Adela se mantuvo célibe para educar a su único hijo hasta convertirlo en telegrafista.
Doña Carmela le enseñó a elaborar leche poleada o manjar blanco. Con ese humilde oficio-negocio lechero, crió y educó al niño Francisco. El maestro-telegrafista de éste fue don Jesús Orantes Vela. Adela elaboraba esa leche poleada desde el amanecer. A 10:00am arribaba al mercadito municipal, donde era esperada por numerosa clientela. Dos o tres horas después, estaba de regreso con ollas vacías. En casa de doña Carmela y de don Ramón, ella vivió durante 12 ó más años, hasta cuando compró propia vivienda en barrio El Calvario, contiguo a residencia señorial de Nicolás Cañas Merino, uno de escasos principales lugareños.
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Es mismo Pueblito cuyo alcalde, don José León Flores, en 1912, cuando llegara de visita oficial el señor Presidente Constitucional de la república, Mártir Demócrata: Doctor Don Manuel Enrique Araujo, se negó a recibir ayuda ofrecida por tan digno mandatario, diciendo, en torpe discurso: “Señor Presidente: El Pueblito no necesita nada, pues todo lo tiene… Mejor nosotros podemos brindar alguna ayuda a los capitalinos”… sic. Fue aplaudido y felicitado por haber encontrado, —mentado Señor Presidente— al único municipio autosuficiente en lo ancho y largo del país.
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En una de tantas fechas, a eso del mediodía, Adela llegó de improviso y agitada a su temporal posada. Llamó a solas a don Ramón. Le dijo:
—Don Moncho: a mi puesto de leche poleada ha llegado un forastero. Después de beberse tres guacaladas del producto, de mi oreja derecha sacó un nuevo billete de a dos colones para cancelar el consumo… Éste es el billete, ¡mírelo, examínelo!
El buen hombre, esposo de doña Carmela, reexaminó aquella especie monetaria, remirándola con lupa. Le pareció correcta. La lechera, con máxima alegría y desmedido entusiasmo continuó:
—Además, a cipotes placeros les extrae monedas de a centavo de las propias narices. Yo quisiera traérselo: así usted lo examina y lo valora después de haber conversado con él… (¿…?)... El hombre anda descalzo. Usa pantalones manta-dril con camisa de nagüilla; sombrero es de palma desteñido y gastado; facciones de campesino indígena-izalqueño con aproximados 40 años de edad. Dice proceder de Sonsonate… ¿Se lo traigo, don Moncho?, pues usted, por ser el más inteligente del Pueblito, podrá descubrir si se trata de un impostor.
Don Moncho, tocado en su orgullo o amor propio, asintió. 05mins más tarde, doña Adela Campusano aparecía con aquel espécimen de pantalones acampanados (balunes), bigotes ralos, con tres tristes pelos en barbilla; además, dentadura amarilla y protuberante, como de vieja cotuza. Extraño hombrecillo destapó su cabeza. Con prolongada reverencia saludó a don Moncho. Patas peladas del desconocido parecían jengibres o nopales; estatura, a la par de esbelta y alta figura de don Moncho Chávez Henríquez, era enana. Éste, con cierta sonrisa de superioridad, contestó el saludo. Luego lo invitó a tomar asiento sobre rústica banqueta de corte y clavo, bajo frondoso naranjero variedad Chinandega, en cuya sombra, el adonis patrón descansaba sobre hamaca fina leyendo editoriales del Diario Latino, —periódico vespertino capitalino llegado al Pueblito hasta con dos días de retraso.
En esos precisos momentos, desde traspatio inmediato apareció cierta pata criandera. Tras de ella, una manada de doce patitos vestidos con suave vellosidad amarilla del patito recién nacido. Extraño campesino trató de apartar sus ojos para no mirar la manada; pero fue muy tarde. Casi de inmediato aquella docena de animalitos se desplomó cual fulminados por rayo invisible e inaudible; mientras, mamá pata graznaba aterrorizada y volvía presurosa hasta último rincón de profundo traspatio. En tanto, el hombre recién llegado se arrodillaba; por escuálidas mejillas corrían lágrimas vivas y, en sus labios, se adivinaba incierta oración tal vez no cristiana. Anfitrión, don Moncho, asombrado permanecía estático, sentado, medio erguido al centro de su suave hamaca. Profundo silencio reinó por varios segundos entre los tres personajes, (hijos de don Moncho, incluido a este narrador, y el de Adela, aún no regresaban de escuela primaria local). Luego, presunto causante de tragedia palmípeda quiso cancelar el precio de sacrificados animalitos. Para ello, tomó una hoja del cítrico convirtiéndola en billete verde de ¢5ºº; mas, el amo del hogar, aun sin salir del asombro, rechazó tal paga. Lechera Campusano, presurosa, abandonó tal reunión. Se dirigió al mercadito para comunicar la extraña nueva a doña Carmela, ex condiscípula y actual protectora. También informó sobre lo mismo a esposos Orantes-Chávez y a tres o cuatro vecinos más. Cuando ambos varones quedaron a solas, don Ramón, con más temor y menos curiosidad, habló así al presunto hechicero:
—Dígame, amigo: ¿de dónde procede usted y quién le ha dado esos maléficos poderes?... ¿Por qué, teniendo usted facultad de extraer dinero hasta de una simple hoja, anda descalzo y vestido con tanta modestia?... ¿Es, acaso usted, un hechicero maligno?
Tan insignificante hombrecillo, cabizbajo, estático, oía la retahíla de preguntas, sollozando y siempre gesticulando palabras ininteligibles. En este estado de cosas estaban cuando, desde mismo traspatio, empezó a oírse cacaraqueo enajenado de numerosas gallinas y gallos indios; vuelo no coordinado en palomares de castilla, y relinchar encabritado de tres corceles en caballeriza: relinchos y coces lanzados contra algo invisible, mientras crines se erizaban cuales cerdas del puerco-espín. Asimismo, chumelo de miel blanca colocado en alero interior del tejado desde hacía muchísimo tiempo para fines medicinales, comenzó a zumbar, para luego abandonar aquella morada. Frente a este inesperado desorden, el descalzo se expresó así:
— ¡No tema señor patrón! ¡No tema! Yo lo aseguro: estos fenómenos no son diabólicos… Retirémonos hacia acera externa; pero antes, cierre puertas interiores del traspatio, caballeriza, patio, sala principal y dormitorios. Ya en la calle, yo le explicaré porqué ha sucedido todo esto.
El patrón respondió:
— ¡Oiga amigo!: ¡no deseo saber nada más sobre estas papadas! ¡Le exijo abandonar de inmediato mi casa! ¡Llamaré al sacerdote Abraham Rodríguez para exorcismos necesarios!
Brujero, siempre llorando, disponíase a abandonar aquella morada cuando, desde vecindario inmediato y mercadito municipal, aparecieron 4 ó 5 vecinos más cercanos; asimismo, doña Carmela Cañas y Adela Campusano quienes, compungidos por frescas lágrimas del forastero, intercedieron por él. Todos se quedaron reunidos sobre acera exterior. Adela fue a cumplir con el abrir de puertas interiores. Al estar abiertas todas, la paz secular de aquella casa volvió a reinar: abejitas retornaron al querido cajón; corceles volvieron a mascar ayote picado, a dejarse bañar y peinar por José María Peñate (zacapín); palomas reanudaron su alegre cucurrucucú; gallinas ponedoras volvieron a nidales, y, concupiscentes gallos continuaron aparejándose con no ponedoras. Sólo aquella pata-madre seguía con lúgubre graznido; mientras, palmípedos congéneres secreteábanse moviendo cabezas y erizando copetes. Ya reunidos, el hombrecillo se expresó:
—Respetables patronos: me siento tan apenado a grado de no saber cómo empezar mis explicaciones… El patrón mayor es único testigo de lo sucedido hace algunos minutos… Verán: Yo sólo soy pobre alumno de brujería blanca. Mi maestro se encuentra en ciudad Nahuizalco… Mi mentor tiene gran poder. Yo no soy digno de lavarle los pies. Él me ha mandado, —prosiguió el aprendiz de brujo—, para hacer unas prácticas personales cuanto más lejos de sus grandes influencias espirituales. Por eso, señores míos, me encuentro en este bello y acogedor Pueblito. Tengo cuatro años de ser su alumno… Pasarán cuatro más sin yo poder llegarle siquiera a tobillos… El triste fenómeno recién pasado, ocurrió porque no pude controlar mi energía mental y me salió el tiro por la culata… Mientras el patrón mayor de esta casa observaba tan desagradable acontecimiento, yo, con la mente, estaba comunicándome con el profesor; sin embargo, por enorme distancia entre nos, él no captó bien mi consulta, tampoco yo. No obstante, he logrado dominar la situación. De ahora en adelante seré más parco en mis procedimientos.
Mientras raro aprendiz esto decía, doña Carmela se había retirado a cocinar para servir almuerzo a media docena de cipotes chorreados, incluyendo al niño Francisco Campusano y a este historiador. En tanto, madre de Francisco, vecinos y don Moncho, amo o patrón, permanecían estupefactos ante continuación del embrujador relato. Adela Campusano fue primera en preguntar:
—Escúcheme, por favor, señor aprendiz: ¿pudiese usted convertir hojas vegetales en billetes legítimos de más alta denominación?... ¿Pudiese usted transformar pedazos de hierro o plomo en oro de 24 quilates, o en diamantes naturales ya labrados?
— ¡No, no! Eso está reservado, por ahora, sólo a mi mentor… Yo sólo puedo llegar hasta ¢5ºº, sin pasar de ¢100ºº cada día o sea, veinte billetes de a cinco cada veinticuatro horas: lo necesario para subsistir un día y ayudar a más pobres encontrados en mi camino, mientras retorno a Nauizalco para rendir mi informe. Además, el maestro no me ha enviado a fabricar dinero; sólo a curar enfermos deshauseados. Yo les suplico me den oportunidad con algún enfermito crónico del vecindario, servidumbre o familia. También, como ya son 04:00pm, desearía me indicaran dónde puedo encontrar hospedaje decente y económico. Mañana volveré. Mientras tanto, vayan consiguiendo enfermitos y dando la buena nueva a personas particulares, pues sólo permaneceré aquí durante ocho días.
Adela apartó del grupo al don Ramón. Ya en privado, le sugirió dar posada al peregrino en rancho pajizo donde se almacenaba sal común extraída del estero Jaltepeque por Orantes-Chávez & Co. Éste aceptó la iniciativa de inquilina Campusano. Dirigió palabras al forastero:
—Oiga, amigo: en este aislado Pueblito no existen albergues adecuados, sólo sucio lupanar de un hombre mal apodado “primo-hermano”; mas, no es recomendable para personas decentes y pacíficas tal cual usted nos parece. Nosotros ofrecemos hospedarlo en extra patio, en rancho pajizo salinero. Si acepta, de inmediato ordenaré a Peñate colocarle hamaca y/o tijera de lona; al mismo tiempo, ordenaré aseo del área a ocupar. Por alimentación: no se preocupe; pues nuestro Dios nos la da con alguna relativa abundancia.
—Gracias, muchas gracias, señor patrón, — dijo el beneficiado con hospitalidad y continuó—: Esto lo haré saber a mi tutor para que él, cual gran gurú criollo, interceda por Usted ante el Altísimo.
Entre cinco y siete de esa tarde-noche, mientras Adela y sirvientes de doña Carmela preparaban y servían cenas, alumno del criollo gurú entretenía a niños con trucos de prestidigitador o magia blanca. Después de cenar, amo ordenó al peón Peñate llevar al huésped hasta su aposento. También ordenó señalarle el excusado de foso y chorro del agua potable servido por manguera disponible en caballeriza. Peñate aprovechó esa ocasión para consultar al extraño sobre su viejo problema alcohólico. El aprendiz, sacando veladoras y escapularios, debutó esa noche tendiendo bocabajo al zacapín sobre piso salitroso y húmedo de habitación pajiza. Lo roció con agua bendita y encendió 4 veladoras como cuando se vela un cadáver cristiano; le escupía espaldas con saliva hedionda a magalla de tabaco barato, le hacía rezar misterios del santo rosario; repasaba, de cabeza a pies, escapularios de virgen del Carmen. Al final, a eso de medianoche, lo hizo levantarse y salir desnudo o chiroto al extra patio. De inmediato lo bañó, por más de una hora, con agua fría de manguera. (Servicio de agua potable por cañería estaba recién inaugurado 1950-51). Presión del precioso líquido era similar a presión de pipas tanques anti motines. Brujo guardó mejunjes en mismas viejas alforjas de donde las había extraído. Santo remedio. Zacapín Peñate dejó alcoholismo por casi tres años.
Amaneció. Bajo copa de caraguero en flor, en linderos del extra traspatio con calle pública, estaba regular cantidad de pacientes crónicos desahuciados: leprosos (tiñosos), tísicos, prostáticos, mujeres con emboque de matriz, con mal de madre y hasta orates de uno u otro sexos, esperando pasar consulta con el, —de la noche a la mañana—, posible redentor. El patas de jengibre comenzó su faena a 06:00am. A 03:00pm, había despachado al último de aquellos humildes pacientes. Extenuado, se dispuso a masticar su desayuno-almuerzo servido por doña lechera Campusano. Ésta aprovechó la ocasión para volver al tema del alto dinero, de lingotes áureos y diamantes. El descalzo respondió:
—Oiga, doña Adela: usted pide algo imposible a efectuar por mi pobre persona; pero, pensándolo bien, yo puedo ir mañana mismo hasta la sede mi profesor para consultarle su inquietud; empero, es menester obtener aprobación necesaria de personas ayer reunidas aquí conmigo, en especial de don Ramón.
— ¡Don Ramón y don Jesús, sí; los demás, no!, —contradijo la fabricante-vendedora de manjar blanco.
Al día siguiente, fila de enfermitos era mayor. Tarea comenzó a 04:00am. Ese día, señora Campusano no elaboró su mercancía y se dedicó a servirle de auxiliar al curandero. Esa 3era noche, tal codiciosa mujer expuso el plan a los dos señores escogidos por ella. Al final de la sesión, el aprendiz dijo:
—Con mucho gusto. Antes de lo previsto, yo retornaré a Nahuizalco para exponer el plan a mi mentor; mas, mi tutor es hombre bastante desconfiado. Exigirá pruebas contundentes sobre el plan formulado por doña Adela… Tal prueba a ofrecerle, pienso, es llevarle cierta cantidad regular de dinero. Entre tres ustedes, creo, no podrían reunir esa cantidad. Yo sugiero, —terminó de hablar el patas de nopal—, comunicarnos con más personas pudientes, pues entre más galán es el galán, más se enamora la dama.
Tan rústica mímica del extraño, más pacífica humildad del mismo, y sobrenaturales acontecimientos sucedidos en 3 días anteriores, convencieron a aquel trío interlocutor; pero, se negaron a buscar más socios. Dicho trío decidió aportar ¢10,000ºº ($4,000ºº al cambio de entonces) para ablandar al, para ellos, desconocido brujo mayor. El brujo menor esbozó este plan:
—Para ablandar al gran gurú, además de ¢10,000ºº en mis bolsillos, será necesario oraciones continuas. Estas oraciones deberán ser hechas por una sola persona; desde luego, asistida por restantes durante cuarenta y ocho, setenta y dos, o más horas de mi próxima ausencia. Yo partiré mañana jueves. Viernes pediré audiencia. Sábado terminarán reuniones. Domingo es día de guardar. Lunes, en tren vespertino, a eso de 06:00pm, estaré de regreso con ansiada y debida autorización… ¡¡Guarden el secreto!!... ¡¡Ninguna Bulla!! —Continuó instruyéndoles aquel hombre dentadura de cotuza vieja—. Cuando mañana oigan silbido de partida del tren a 08:00am, acostarán bocabajo a don Jesús; le encenderán cuatro primeras veladoras, las cuales cambiarán tantas como cuantas veces sea necesario. Los tres rezarán santo rosario cada cuatro horas, durante todo el tiempo de mi ausencia. Creo: el lugar más adecuado por estar muy aislado, será el rancho de la sal común. No permitan a doña Carmela, ni a los niños; mucho menos al servicio doméstico, ni al zacapín, traspasar linderos del rancho pajizo. Don Jesús estará a sal y agua azucarada. ¡¡Ninguna comida sólida!! — Terminó diciendo el hechicero menor.
En efecto, dicho fuereño, evadiendo a nuevos pacientes de la madrugada siguiente, se despidió a 05:00am. Su destino de inmediato sería estación ferrocarrilera “Cañas” a 04kms ponientes del iluso Pueblito, para dirigirse hacia ciudad capital; luego, en otro tren de vieja compañía inglesa, hasta ciudad Sonsonate para proseguir, a pie, hasta Nahuizalco.
Cuando aquella enorme serpiente metálica lanzó primer grito de despedida, don Jesús, vistiendo sólo ropas menores, cayó de bruces en mismo lugar donde cayera, 04 noches antes, el zacapín Peñate. Cuando reptil traga leñas, petróleos y kilómetros, empezó a accionar gigantescas ruedas metálicas, señora Campusano encendía primeras veladoras, y don Moncho montaba guardia para mantener alejado a cualquier extraño a ceremonia ya iniciada. Al pasar el caballo de hierro fumador sobre peligroso por profundo puente “El Burro”, aquellos tres futuros Rockefeller iniciaban rezo del primer rosario. Porrones llenos de agua azucarada, más pomo con sal común, estaban al alcance de manos del penitente y futuro millonario. En ése y en días sucesivos, diferentes nuevos pacientes buscaban, sin encontrar, a su redentor. Al no encontrarlo, armaban escándalo macro audible, perturbando atención del penitente y edecanes. Pasó ese jueves, paso viernes, sábado y domingo; luego llegó lunes tan esperado, hasta parecerles un siglo de ausencia. Adela, más parecía sor superiora de convento medieval; don Moncho: torquemada de “santa” inquisición, regañando a media docena de sus menores hijos, y hasta a doña Carmela, su magnífica esposa; don Jesús, devorado por hambre: parecía personaje masculino en “La Piedad”, esculpida por Miguel Ángel Buonarroti.
Ese lunes, como casi siempre, tren IRCA1 de 05:00pm venía con dos horas de retraso. Cada uno de esos 120 minutos adicionales, hacía a don Moncho estar viendo su reloj suizo de bolsillo marca Girard Peregoux, segundo a segundo. Don Jesús, apoyado con tórax y abdomen sobre salitroso piso, lanzaba algunos tenues gemidos lastimeros. La mujer codiciosa Campusano, impaciente les invitaba a rezar algunos rosarios extra.
¡¡Pitó el tren!! ¡¡Albricias!!, exclamaron aquellos tres impacientes y continuaron con el rosario extra. A 09:00pm, postrer pasajero había atravesado empedradas callecitas oscuras del somnoliento Pueblito. Entonces, sacrificado don Jesús interrumpió su voluntario, pero codicioso suplicio; se dio ducha fría con la misma manguera; se puso ropa de calle, zapatos burros cuero de cerdo, cosidos y clavados. Aquellos tres personajes, después de algunos titubeos, acordaron acudir hasta casa de habitación de señora Juana Cañas Salinas, — quien se ganaba el pan fletando bofas maletas desde estación del tren hasta el Pueblito—. Ésta les manifestó no haber visto a alguien con características antropomórficas descritas. En seguida encaminaron su aparato locomotor hasta residencia de don Beto Guevara, —jefe de mentada estación ferrocarrilera—. Éste les dio respuesta parecida a la primera. Desconsolados volvieron a respectivas casas. Fatigados por tantos sacrificios mayores, los frustrados roncaron hasta 10:00hrs del día siguiente; pero con pesadillas decepcionantes al respecto. Por las dudas, durante dos semanas exactas, ambos hombres se turnaban para ir, mañana, mediodía y tarde, a esperar respectivos trenes de pasajeros. No acudieron a tribunales locales de justicia por vergüenza de haber sido estafados por un desconocido, tal vez iletrado campesino. Al final, par de hombres, principales timados, la emprendieron contra la mujer codiciosa, quien les indujera a quedar silbando en la loma. Al mismo tiempo, el trío timado, afrontó interminables reclamos de numerosos enfermos engañados por el advenedizo.
FIN
24 de abril en 1996
A las ambiciones por obtener dineros u otros bienes materiales no ganados con sudores corporales honestos, se les llama CODICIAS; y, de las CODICIAS derivan centenares o millares de males llamados "pecados capitales" por diversas religiones y sectas existentes en el mundo entero: desde budistas, confucionistas, shintoistas, hinduístas, taoístas, jehovaneros, cristeros y musulmanes, hasta más vulgares chamanes, budúes, espiritistas, rosacruceros y más; por lo cual esos siete pecados capitales del catecismo católico de Ripalda no ha descubierto que la tierra es redonda, mucho menos la orilla azul de la bacinica.
ResponderEliminar¿Quiénes, en El Salvador, ocupan primerísimos lugares en cuanto a CODICIA se refiere?.... Hasta niños de pecho (6 meses) lo saben a perfección; pero no lo gritan porque aún no han aprendido a hablar, pero lo balbucean con llantos y a veces con tremendas carcajadas, sobre todo cuando ven en tv o escuchan por radiodifusión o automotores parlantes a: pastores protestantes ---exceptuando a luteranos---, católicos aberrantes ---exceptuando a Rosa Chávez---, políticastros "cristeros" como: el rata parker, cirote cruzado cpdorrea en la peña, vaquerano acahuapa, dabuisón menor, ancianita caldera de escalona, ahues desganado, etc.
Chichipate Cañaverales.-
cristeros"
Resulta increíble y hasta divertido enterarse de cómo un estafador puede mimetizarse para alcanzar sus objetivos perversos. Cualquier estafador es superior al dios griego Proteo; pues este dios tenía facultades ilimitadas para presentarse a los humanos de la forma o figura que al tal dios le viniera en gana, así: arcángel o querubín; elefante o hipopótamo; sapo o bacilisco; hombre o mujer, etcétera.
ResponderEliminarTal aprendiz de brujo en esta historieta, si se hubiese presentado vistiendo gala elegante de cabeza a pies en un pueblito habitado al 99% por rústicos campesinos ignorantes y codiciosos, de inmediato hubiese sido sacado, a puras pedradas, del radio urbano; mas, como su inteligencia fina para timar a incautos y ambiciosos por dineros impropios, le ordenó camuflarse similar a pueblerinos tecoluqueños y aparentar ser brujo bueno, en un dos por tres encontró al trío de ambiciosos lugareños.
Al parecer, el dueto timado por este burdo izalqueño era de los principales patriarcas locales, ---no así la Campusado con quien se formulaba el trío---; pues, tan sólo con el hecho de que don Ramón leyese día a día el Diario Latino, da en que hablar; porque Diario Latino era el períodico vespertino leído sólo por gente intelectual de El Salvador; pues, "diablo dioy" y "perra trágica", aún siguen siendo leídos por burros cargados de malhabidos pistos.
ResponderEliminarEntonces, la mujer Campusano fue escogida por el estafador como cebo, contacto o enlace para así ser llevado a precencia de quienes podían aportar mayor cantidad de dinero pueblerino; pues, riquezas monetarias son infinitas como dioses antiguos y modernos; porque no es lo mismo un riquito pueblerino tecoluqués, que un rico-ladrón narcoarenarco, multimillonario sansalvadoreño; y, este sansalvadoreño se queda chiquitito a la par de su par narcotraficante mexicano: carlos salinas de gortari; y gortari es enano al enfrentarse con donald thriunph, rey de todos los narcos gringos y latinoamericanos.
estan vonitas estas historietas escondidas tecoluqueñas. Si hubiesen más istoriadores nonualcos tehuacanos, quienes tengan escondidos bastantes echos interezantes de leer, baldrilla la pena ser escribidos para iluztrasión y diberzión de todos nosotros.
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