LA MÁQUINA DE HACER BILLETES
Por Ramón F Chávez Cañas
De: “Historias escondidas de Tecoluca”
Era lluviosa madrugada septembrina en ¿1959?. La lluvia caía tenue. El encapotado firmamento estaba oscuro por los cuatro puntos cardinales. 03:00am. Chacho Chabelo, montando su manso caballo trotón, se hacía acompañar de tres peones arrieros para emprender la marcha hacia el tiangue de ciudad San Vicente. Arrearían dos docenas de animales cornudos con intención de estar, al amanecer de ese domingo, haciendo su ingreso por el rumbo sur de la ciudad vicentina, para bordear el hospital Santa Gertrudis; pasar frente a entrada principal del estadio Centenario y enfilar por las afueras del barrio El Santuario para llegar, evitando pasar por el Centro Histórico de la ciudad, hasta su destino final: el tiangue municipal vicentino, localizado al poniente del, y contiguo al cementerio general de tal ciudad.
Mientras tanto, allá en el sureño Pueblito, don Mamerto Chammico, —otro comerciante en ganado vacuno, socio mayor del Chacho Chabelo—, se quedaba en su camita para disfrutar su quinto sueñito arrullado por el leve cernido de la débil lluvia atemporalada de esa madrugada. Cuando fueron las 05:00am, mientras la orquesta sinfónica con sus melodiosos trinos arrullaba oídos de madrugadores desde numerosos árboles en patios y traspatios de las familias: Parras-Martínez, Espinosa-Aguilar, Molina-Ventura, Orantes-Chávez, y Chávez-Cañas; Mamerto Chammico bostezaba y se desperezaba, disponiéndose a tomar el baño para luego desayunarse; ponerse catrín con sus botas federicas y sus finos pantalones de tela caqui MacArthur dos cabos; con camisa presidente paz, con chumpa negra de legítimo cuero argentino y caro sombrero stetson, para después, cubriendo todo su cuerpo, incluyendo la cabeza, con capa de hule natural, a 06:00am tomar el autobús con rumbo al tiangue descrito. Por supuesto: iba “aperjumado” a la perfección con lavanda inglesa.
Don Mamerto Chammico, por ser socio mayor en aporte de capital económico, podía darse el lujo de amanecer durmiendo; mientras Chacho Chabelo, cubierto por otra capa similar, pero roída por el tiempo y uso, caminaba montado para dirigir el arreo supervisando a tres peatones empleados durante tres horas y doce kilómetros del recorrido helado; sin embargo, obtenía un hermoso premio no logrado por su asociado: en la marcha ascendente lenta hacia el norte, podía contemplar celajes del oriente y numerosas lucitas enquistadas, cuales diamantes genuinos, en serranías al otro lado del Mediano Lempa:—Berlín, Tecapán, Alegría, Santiago de María, etc. etc.—; también, a la altura del cantón San Diego, ya en municipio vicentino, podía acariciar con la vista la inmensa planicie costera con Océano Pacífico al fondo y, a su izquierda, el caudaloso Bajo Lempa. Desde luego: esa madrugada no contempló nada.
En cercanías del vicentino balneario Amapulapa, o cruce de vía férrea con Cuesta de Monteros, —lugar donde fue asesinado, en nombre de la ley, el heroico Anastasio Aquino o, El Indio Aquino—, el catrín oloroso encaramado en autobús América, sobrepasó raudo a los arrieros, quienes iban embadurnados de fango en sus extremidades inferiores, pues la carretera aún no era pavimentada. Tal catrín sólo sacó una mano para decirles adiós a sus enlodados trabajadores. Se bajó del autobús frente a catedral vicentina. De inmediato se dirigió, buscando guarecerse de pertinaz llovizna, a la fresquería de doña Mercedes Santana, donde sorbió sabroso fresco licuado: jocotes de corona. Mientras saboreaba tan delicioso néctar y admiraba el enjambre de colegialas del colegio Eucarístico dirigiéndose a catedral para oír misa oficiada por el obispo Tamagás, allá, en periferia citadina, Chabelo lidiaba con 24 reses rumbo al tiangue.
Siempre esperando que la llovizna amainara y con el parque central Antonio José Cañas (prócer) casi desierto, estaba don Mamerto embelesado contemplando la gigantesca torre-reloj de 04 carátulas con seis pisos o niveles, cuando apareció cierto joven hombre de similar edad a la de él (¿30 años?), portando al hombro un costal nuevo de yute o henequén. Dentro de él, algunos objetos algo voluminosos y livianos. De inmediato, el desconocido se dirigió al señor Chammico, diciéndole:
—Muy buenos días, señor caballero, ¿quiere darme la hora?
—Pero señor, ahí tiene al frente las inmensas agujas de la torre. ¡Compruebe allí la hora! —contestó el ganadero, quien siempre se la llevaba de listo.
—No caballero. Ese reloj está parado. Marca las tres de la madrugada o de la tarde, —replicó el desconocido.
—Falta un cuarto para las ocho, —dijo el mal humorado botudo mirando su reloj pulsera.
—Dígame, amigo: ¿dónde queda la terminal de autobuses con rumbo a ciudad San Miguel?
Así se inició una larga plática, al parecer interesante para el joven ganadero tecoluquense quien, por medio de gestos faciales y ademanes, se miraba entusiasmado. Ambos, ya alegres camaradas, formando pareja abandonaron la fresquería. Guareciéndose de pertinaz llovizna caminaron bajo techos de portales exteriores y aleros de casas hasta llegar al hospedaje Pensión Vicentina, donde el desconocido tomó en alquiler la habitación más aislada. Don Leoncio Amaya, propietario, les atendió con suma amabilidad. Ya a solas, el extraño se expresó:
—Mire, don Mamerto: la maquinita traída por mí en este costal, es una maravilla. Yo la compré en Barranquilla, Colombia. Allá en Santa Ana, mi ciudad natal, le hice arreglos convenientes para poder imprimir impecables billetes de a cien colones salvadoreños.
—Entonces, ¿por qué usted anda por estas lejanas dimensiones sin tener alguna necesidad?
—Vea, —replicó el extraño—, hace tres noches, saliendo del Teatro Nacional santaneco junto con mi novia y después de haber visto a Pedro Infante en “Nosotros Los Pobres”, unos patanes se atrevieron a tocarle las nalgas a mi prometida. Me indigné y arremetí con los puños en contra de los tres abusivos; pero, por desventaja numérica, no pude cobrármelas. Luego de dejar a mi novia en casa de sus padres, me encaminé a la mía. Sustrayendo a hurtadillas la Colt 45 de mi padre, me dirigí en búsqueda de los rufianes. ¡Cabal!, —continuó narrándole el desconocido—, les encontré en una cervecería aledaña a la catedral de aquella ciudad. Al instante me reconocieron. Uno de ellos, el más fornido, se levantó de inmediato con idea de agredirme; pero yo, tratando de mantener serenidad, caminé en retroceso buscando el callejón paralelo a la parte no terminada de la iglesia. Ahí, a medio callejón, esperé la agresión. El malandrín andaba enchumpado, con chumpa de cuero negro similar a la portada por usted. No recuerdo las palabras insultantes dirigidas a mí. Sólo recuerdo haberle visto brillar, en su mano derecha, un objeto metálico y, de inmediato, chasqueé la pistola Colt 45. A 10mtrs distantes, le acerté el único plomazo disparado. Creo habérselo colocado en el pecho porque el maleante voló 03mtrs hacia atrás para luego caer exánime. Como autómata, antes de llegar los cómplices quedados en la cervecería, me retiré con todas las fuerzas dadas por mis piernas. Fui a dormir a la cima del cerro Tecana. Al día siguiente me enteré de quién se trataba: era el hijo mayor de un prominente “prudista”; ahijado del coronel José María Lemus. La SIC1 del coronel criminal, Chele Medrano, me persigue. No tuve más remedio: sólo empacar esta mi querida maquinita y salir de huidas tratando de alcanzar, en menor tiempo, las fronteras con Honduras-Nicaragua, pues el viejo Anastasio Somoza García no tragaba ni a Osorio ni a Lemus ni a Medrano; tampoco el actual Somoza Debaile. Esta máquina podría trabajar en Nicaragua; no obstante, debería cambiársele todo el sistema de impresión, de manera especial los colores. He creído, —terminó diciendo el forastero—, mejor venderla aquí, pues también necesito dinero para alcanzar mi destino. Por la urgencia mía la venderé hasta en ¢10,000ºº.
—Pero ¢10,000ºº (US $4,000ºº de aquel entonces) es mucho dinero para este pobrecito comerciante en ganado, —replicó aquél y continúo—: póngase en un precio más bonito para poder hacerle una oferta formal; pero antes, hágame una demostración de lo afirmado.
El presunto santaneco ya había extraído del costal y colocado sobre la mesita rústica de la habitación, un artefacto de lámina galvanizada casi cortada a perfección, soldada y remachada. Asimismo, varios recipientes de vidrio conteniendo diferentes tonos espesos de sustancias coloreadas y aceitosas, más tres resmas de papel blanco finísimo con dimensiones similares a las del papel moneda salvadoreño. Hizo varias extrañas mezclas, luego untó algunas placas metálicas similares a linotipos. Enseguida colocó la primera resma al interior del aparato. Accionó una manivela. De inmediato salió, por una fisura frontal, un impecable billete de ¢100ºº.
—Vaya— le dijo—a cambiarlos a donde usted desee.
Don Mamerto, con ojos desorbitados, examinó la impecable especie. Pronto, tan feliz cual macho cabrío embriagado por ingesta de bayas de café arábigo allá en Abisinia, partió de inmediato hasta el almacén de don Benedicto Saca, donde mercó un par de calcetines baratos, recibiendo ¢99ºº como cambio. No muy bien convencido, pidió más demostraciones, volviendo a cambiar los nítidos billetes de a cien, en diferentes establecimientos comerciales, entre los cuales estaban: ferretería El Chichimeco, zapatería Tonsa y el puesto de doña Mercedes Serrano de Alférez en mercado municipal. Convencido de la veracidad, el ganadero ofreció ¢5,000ºº por tal artefacto; sin embargo, después de algunos regateos, el negocio se consolidó en ¢7,000ºº. Como no tuviese esa cantidad en el bolsillo, Chammico se dirigió hasta el tiangue (10:00am); pero el Chacho sólo había vendido cuatro reses, con su equivalente a ¢2,000ºº. El catrín sombrerudo echó manos de esa cantidad. Sin dar alguna explicación al respecto, partió raudo de regreso hasta el hospedaje ya mencionado.
—Mire señor: por el temporal las ventas en el tiangue están muy malas, —dijo el futuro millonario al desconocido y prosiguió—: yo puedo ir hasta mi cercano Pueblito para traer el resto; pero prométame, bajo palabra de honor, no salir a ofrecer este negocio a nadie más. Tenga, como señal de trato, estos ¢2,000ºº. Dentro de dos o tres horas estaré de regreso con el resto del dinero.
El desconocido aceptó la proposición poniendo también su condición: no hacer bulla, por su desgracia como prófugo de la justicia. El futuro Rockefeler partió, tal cual alma llevada por el diablo, hasta su Pueblito natal, contratando para tal efecto el taxi más a la mano. No regateó, como era su costumbre, la tarifa del taxista. Durante 30mins aproximados del trayecto, mientras el taxista hacía malabarismos para sortear baches y lodazales, el futuro potentado bajaba a las once mil vírgenes y a todas las ánimas benditas del purgatorio. Al final, se apercolló de San Lorenzo Abad y mártir (patrono del Pueblito) a quien, con la mente, le habló así: “Mirá San Lorencito: vos nunca has desamparado a ninguno de tus fieles; vos sos muy milagroso. Te pido, por caridad, me ayudés a conseguir, al nomás llegar, las cinco mil maracandacas restantes. Yo, en cambio, te prometo una lujosa carroza cuando llegue el día de tu víspera. Una carroza mejor que las fabricadas para ti por el Chivo Pacas, por encargo de ‘biata’ Carlota y del cura Echeverría. Carroza bien iluminada y bien `aperjumada´. ¡Palabra que sí!”
Reflexionando sobre lo prometido al santo y haciendo cálculos de los diez meses y medio faltantes para llegar al otro nueve de agosto, día de la víspera, estaba, cuando el automotor hizo su ingreso por la calle larga y empedrada al norte del Pueblito y a alturas del taller de herrería del Chele José Salinas; de la cantina y rocola de Simona Gálvez; del lupanar, disfrazado con títulos escritos con horrores ortográficos : “barbería y hojalatería” de un tal rufián más conocido por el apodo de “Primo-hermano”. En estos momentos, el futuro potentado volvió a su realidad, ordenando al contratado taxista llevarlo, en forma sucesiva, hacia varias direcciones. Se entrevistó con su cuñada, doña Amalia Chávez de Morales; mas ésta, sólo pudo ofrecerle otros ¢2,000ºº; pero con la condición de su activa participación en la ganga. Ambos, doña Amalia y Chammico se fueron, siempre en el taxi, hasta barrio El Calvario para exponer a don Nicolás Cañas Merino, el negocio del siglo, para de esa manera obtener ¢3,000ºº restantes. Cañas Merino fue interesado por palabras de doña Amalia, su ahijada de bodas. Don Nicolás también pidió participar, de manera proporcional a lo invertido, en el magno negocio. Don Mamerto no permitió ser acompañado hasta San Vicente, por los dos nuevos socios, debido a su palabra empeñada de no hacer bulla, dejándoles esperando en aquel Pueblito recostado sobre faldas sudorientales del coloso volcán Chinchontepec, y arrullado por frescas brisas provenientes desde cercana Mar del Sur u Océano Pacífico. En el viaje de retorno a ciudad del hospedaje, sin sentir brincos por mala carretera y mala amortiguación del viejo taxi, volvió, Chammico, siempre con la mente, a comunicarse con el santo: “¡Gracias santío patrono!, ¡mil veces gracias!; pero ahora necesito un milagrito más: no permitás que ese santaneco haya ido, o vaya a ir, con el negocito a otra parte”.
A 01:00pm, don Mamerto estaba de regreso en la pensión vicentina; pero, don Leoncio le entregó un sobre lacrado dejado por el forastero. Al abrirlo, aquél se enteró de la partida hacia Cojutepeque del tal comerciante. La nota decía así: “Don Mamerto: no pude esperarlo más por las obvias razones conocidas y porque el cuartel de Policía Nacional local está frente a frente de esta pensión; lo esperaré hasta 04:00pm en hotel París de Cojutepeque; si usted llega después de esa hora ya no habrá ningún trato. Yo le dejaré, en manos de doña Rebeca, dueña de dicho hotel, sus ¢2,000ºº, pues mi máquina vale mucho más”.
Don Mamerto Chanmico se desconcertó. Su color moreno oscuro se perdió para transformarse en morado aberenjenado. Sólo le blanqueaban los ojos y la fina dentadura, la cual rechinaba de manera continua; pero en esos precisos momentos llegaba, desde el tiangue, el Chacho Chabelo con la totalidad del dinero obtenido por la venta del resto del ganado. Al instante, el aspirante a nuevo rico ordenó a Chabelo volver hasta el Pueblito para entregar a doña Amalia Chávez de Morales y a don Nicolás Cañas Merino, las respectivas aportaciones. Contrató al microbús rápido “Romero Express” para viaje directo hasta ciudad Cojutepeque. Durante esa otra media hora de marcha, pero sobre carretera asfaltada, el casi frustrado nuevo oligarca volvió a conversar con el santo patrono: “No permitas que esa gallinita de los huevitos de oro se vaya de mis manos; si lo permitís, vos también te fregás, porque no tendrás tu carroza chiva, ni tu alborada como nunca se te ha dado”.
En efecto, el extraño le aguardaba en el mencionado hotel. Después de haber recontado y reexaminado con lupa, uno a uno, cada billete pagado, le entregó la máquina con todos sus accesorios y con un manual mimeografiado donde se explicaba a detalle el manejo de tal artefacto. Le cobró ¢500ºº más por otras dos resmas de papel adicional. Mamerto Chammico volvió a encaramarse en Romero Express, ordenando a don Daniel, —propietario de la rápida con línea San Salvador-San Vicente y viceversa—, ser transportado hasta su Pueblito; —Pueblito que, en dorada Era precolombina, había sido capital del reino Nonualco; conocido por todos los historiadores criollos, como Tehuacán de las Granadas—. De regreso, Daniel Romero trató de entablar conversación con él, pero éste le suplicó dejarlo dormir, pues la noche anterior se había desvelado con una su hijita enferma. Chammico había mentido. Romero aceptó la mentira. Mamerto volvió a entablar conversación mental con el mismísimo santo: “¡Ahora sí, San Lorencito! Ahora sí te creo muy milagroso. Cumpliré al pie de la letra con mis promesas. Al fin y al cabo faltan casi once meses para tu fiesta; en todo ese largo lapso yo habré multiplicado mi fortuna. Primero compraré la hacienda Santa Amalia, pues los Molina Cañas la venden en ¢200,000ºº, pero con la papa en mano podrán dejar en menos. En seguida compraré la hacienda El Jiote, porque don Rubén Sánchez Clímaco la está rematando a causa de los problemas tenidos con sus hijos, en especial con: Cuto David, Rubencito y Rosa María. Al mismo tiempo, le mercaré los dos aviones al mister Kleinton, pagándole por adelantado, para que me enseñe a pilotearlos, para así poder yo, en persona, fumigar mis futuras algodoneras. También le tiraré una cantada a Coralia Molina Alférez, ¡quién quita quiera venderme las haciendas Los Tigüilotes y La Bolsa! Si de aquí a la fecha de tu festividad, —terminó de hablarle con la mente al santo—, estoy ajustado en lo económico por tanta compra, vos te podés esperar hasta el año siguiente ¿verdad San Lorencito?”
A 05:00pm, cuando el cielo había escampado y Febo se quería despedir por el poniente, don Mamerto se bajaba del vehículo expreso, pagando ¢300ºº cobrados por medio día de trabajo del hombre con su automotor; pero doña Amalia y don Nicolás, casi al instante se hicieron presentes para reclamar la falta de palabra del ambicioso Mamerto. Ambos, casi al unísono le dijeron:
— ¡Caramba, Mamerto, nunca pensamos que tú fueses así! ¡Nunca imaginamos tu desmedida ambición sin importar tu palabra empeñada! ¡¡Grosero!! ¡Qué te haga buen provecho!
Mamerto Chammico, con sonrisita algo nerviosa; pero más triunfalista, les contestó:
— ¡Este mundo es de los más vivos! ¡Yo no les debo nada a ustedes, pues con Chacho Chabelo les envié sus respectivos dineros! ¡Si por las pocas horas que yo tuve ese pisto en mis manos debo pagar algún interés, háganmelo saber y santas pascuas!
Al instante de haberse marchado ambos reclamantes, Chammico se dirigió a doña Morena, su esposa, en los términos siguientes:
—Morenita: váyase, junto con las dos niñitas, a casa de su padre. Lleve suficientes biberones y pañales para la tiernita, porque no sé cuantas horas estaré ocupado durante esta noche. Cuando termine este trabajito, yo llegaré a recogerlas.
— ¿De qué se trata Mamerto? —preguntó la ingenua señora ignorante al respecto.
—Es una agradable sorpresa; pero no puedo adelantarle más porque entonces ya no sería sorpresa —, respondió el esposo con una sonrisa de cusuco a flor de comisuras orales.
En efecto, doña Morena tomó en sus brazos a la lactante y a la otra pequeña la tomó de una manita. Con el bolso de ropa, incluyendo los biberones con sus respectivas pachas, terciado al hombro, emprendió, a eso de 06:00pm, el camino de 50mtrs hasta casa de don Ramón, su padre.
Ya a solas, Chammico se dirigió hasta el expendio de aguardiente de Benedicto Mira y/o Juana Bonilla, donde compró un litro de licor envasado para celebrar a solas la inminencia del rotundo triunfo. También compró suficiente gas keroseno y cuatro camisas para repuestos de la lámpara Cóleman que le alumbraría en tan delicada operación monetaria. De regreso a casa, aseguró con dobles trancas internas puertas y ventanas exteriores; luego fue a instalarse en la habitación más recóndita de la casa. Quitó los dobles amarres al costal de henequén. Con un temblor fino en ambas manos se dispuso a extraer la extraña mágica máquina; asimismo, los implementos para su manejo. Leyó y releyó el instructivo; pero por el temblor fino de ambas manos, poca concentración creyó tener. Dispuso tomar el primer trago de aguardiente. Al instante las orejas volviéronse calientes. Por arte de embrujo, los temblores desaparecieron y calma interior pareció reinar en él. Siguió al pie de la letra las instrucciones dadas por el burdo manual. Al estar seguro de no fallar, colocó la primera resma del papel blanco finísimo, consistente en 500 pliegos con dimensiones exactas al papel moneda salvadoreño; 500 pliegos que, de acuerdo a cálculos hechos de antemano por él, representarían la no despreciable suma de ¢50,000ºº. Más los otros mil pliegos comprados al forastero allá en hotel París por la suma de ¢500ºº adicionales, le harían una cantidad triplicada; pero tenía un nuevo futuro problema, pensaba: ¿Cómo haría él para adquirir más materias primas (tintas, planchas, papel especial, etc.) cuando la dotación comprada por ¢7,000ºº se agotara? ¡Bueno!, — reflexionaba para sus adentros—: ¡realicemos lo presente, después ya veremos qué más hacer!
¡Manos a la obra! Accionó la manivela. Veloz se dirigió hasta la hendidura frontal del artefacto para recibir su primer flamante billete; pero, por la tal hendidura frontal sólo apareció una pequeña resma de ocho a diez papeles aceitados y anegados con una mezcolanza de tintas matizadas, similares o mejores a cuadros de impresionistas franceses del siglo pasado (XIX). Atribuyó este primer fracaso a su nula experiencia al respecto. Para no malgastar el resto del precioso papel, a prisa se dirigió a la tienda del falso chinito Andrés Avelino Hernández, donde compró varios pliegos de papel bond base veinte. Con un corta plumas muy bien afilado, se dispuso a cortar dicho papel en dimensiones ya narradas. Esta faena le consumió dos horas más. A eso de 10:00pm, volvió a la carga, pero con papel hechizo. Cuando fueron 03:00am del día siguiente, ya medio borracho, sacó del cuarto de las herramientas una almádana pesada de 6kgrs. Bajo un torrencial aguacero, con rayos, centellas y truenos, se dirigió, cargando en hombros la máquina con sus accesorios, al centro del traspatio. Allí, solitario, prorrumpió en melancólico llanto, emprendiendo enseguida la destrucción, a puro almadanazo limpio, del infernal codicioso artefacto. Siempre medio borracho, pero responsable, a eso de 04:00hrs, cuando gallos empezaban conciertos de tenores; cuando contraltos sensontles se aprestaban para cantar en segunda; cuando sopranos amarillas chiltotes, con clarinetistas clarineros, junto con destempladas bullangueras guacalchías; cuando palomas alas blancas y palomas chaparreras, unidas a mansos torogoces, afinaban sus flautas y violoncelos; cuando burros, cerdos, vacas y bueyes, ponían en tiempo sus contrabajos y sus tubas para saludar al nuevo día entonando el himno de la alegría, don Mamerto tocaba las puertas del suegro para recoger a su preciosa familia. El suegro estaba disgustado por esa extraña conducta del yerno; mas, al abrirle la puerta, empuñando en su diestra el arma corta .38 de seis pulgadas, y al alumbrarlo con su lámpara de cinco pilas, la súbita estupefacción del suegro rompió el límite al contemplar a don Mamerto lleno de pinturas extrañas, tanto en sus ropas como en su cara; no digamos en sus manos y antebrazos. El suegro lo espetó así:
—¡¡Caramba carajito!! ¿Qué marranadas son éstas? ¿Qué te está pasando, papo? ¡Más bien pareces el diablo en las loterías de cartones!
Chammico, cruzando el índice derecho sobre sus labios, parecía pedirle silencio. El suegro le comprendió al instante.
Medio borracho como estaba, obedeció a su suegro. Sin que nadie despertara, éste lo condujo hasta el baño; le proporcionó mascón de alambre fino y paste vegetal sin uso; asimismo, abundante jabón detergente para un aseo personal enérgico. Se fue, el suegro, hasta casa del yerno para procurarle ropa limpia. Éste le suplicó guardar el secreto a Morenita y acompañarlo, antes del alba, para ir, hasta la quebrada El Burro, a terminar de destruir y a sepultar bajo nueve cuartas, la infernal máquina.
Así se hizo. A 07:00am del día lunes, estaba Chammico, medio bolo goma, recogiendo a sus tres preciosas mujercitas, y bromeando con su suegro, tal cual si nada hubiese pasado.
1-SIC = Sección de Investigaciones Criminales.
FIN
15 de agosto en 1995
Codicia es uno de siete pecados capitales, ya conocido y condenado desde tiempos de Zaratustra; éste, filósofo religioso persa 600 años mayor que Jesucristo; por tanto: el cristianismo no ha descubierto la orilla azul de la bacinica.
ResponderEliminarEn esta jocosa historieta escondida de Tecoluca, claro se pinta hasta donde puede llegar la codicia de un mediano comerciante tecoluquense por hacerse multimillonario de la noche a la mañana; sin sospechar siquiera tratarse de una burda trampa del fingido santaneco.
Este señor Chammico tecoluqueño, es el prototipo del guanaco pelado quien, por miles o millones, son capitalistas sin capital; pues están esperando un golpe de suerte dado en la lotería nacional aun sin comprar medio vigésimo; o, esperar una ganga inesperada como la llegada al señor Mamerto Chammico quien, al final del cuento, él, Chammico, fue la ganga para el maleante santaneco.
ResponderEliminarLa codicia y avaricia quedan bien demostradas cuando chammico le ofrece al santo el cielo y la tierra a cambio del milagrito económico al hacer negocio con el santaneco; al mismo tiempo, sale a relucir de cuerpo entero el vicio avariento de don mamerto cuando, haciendo cuentas de cuánto gastará en comprar innumerables haciendas y aviones agrícolas o algodoneros, relega al san lorenzo al último lugar, después de haber estado este santo en el primero con su carrosa chiva y su alborada inigualable.
ResponderEliminarYo conocí en persona a Don Mamerto Chammico, ---recién fallecido a 90 otoños de edad---; era caballero de cortesías refinadas, amante del trabajo honesto, esposo y padre ejemplar de 3 hembritas y 2 varoncitos... Por su tez morena oscura ---sin ser mulato africanoide--- y dentadura blanquísima, racistas pelagatos tecolucoides lo calumniaban a sus espaldas con chistes de mal gusto; pues él, don Mamerto, con Doña Morenita su esposa, ---muerta un año antes que él, julio de 2010---, ocupaban primeros lugares en el tinglado social, cultural, laboral y económico de Tecoluca.
ResponderEliminarPara desgracia de Don Mamerto y Doña Morenita, la guerra civil salvadoreña ---1972-92---, recrudecida desde enero 10 en 1981, significó duro golpe en sus actividades agrícolas-ganaderas; pues los guerrilleros fincaron sus campamentos bélicos en propiedades de Don Mamerto Chammico y de don Isabel de Jesús Salinas Vasconcelos, localizadas adyacentes al mártir cantón La Cayetana; donde soldadesca genocida al servicio de oligarcas, entrenada y equipada por sionistas gringos o enemigos número uno de la Humanidad, trababan recios combates y robaban ganado, destruían algodoneras y cañaverales de don Mamerto y de su concuño: Isabel de Jesús Salinas Vasconcelos.
ResponderEliminarPor tan poderosas y desgraciadas razones, ambos concuños con sus respectivas esposas, abandonaron sus residencias del Pueblito, trasladándose a vivir en AMSS (Soyapango y San Jacinto); luego después, Salinas Vasconcelos y Chammico vendieron sus respectivas propiedades agrícolas íngrimas; pues la soldadesca ladrona había saqueado todo lo saqueable de aquellas hacienditas: tractores, sembradoras, arados, bueyes, vacas, caballos; y, hasta desmantelaron tejados, enladrillados, maderamen y paredes de aquellas vergélicas propiedades agroganaderas, desmembradas del antiguo latifundio Hacienda Tehuacán Opico... En marzo de este 2011, Don Mamerto Chammico rindió tributo a Madre Tierra; en cambio, su concuño: Don Isabel de Jesús Salinas Vasconcelos, alias: Sultán de Santa Cruz Porrillo, a sus 93 años está más fresco que una lechuga.
Demás estaba narrar: al día siguiente, después de haber sepultado la máquina de hacer billetes, ---martes---, suegro y yerno tomaron tren IRCA hasta San Salvador; luego, en buses TUDO 201, arribaron a ciudad Santa Ana. Allí, durante consecutivos tres días (72hrs), preguntaron por el occiso de la Colt 45 y por la cervecería aledaña a catedral santaneca; buscaron por: bares, cinematógrafos, parques, mercados, casinos, billares y más, al estafador de marras, sin algún resultado positivo; pues nadie sabía nada sobre tal occiso, ni sobre existencia de dicha cervecería; habiendo regresado a Tecoluca con la pólvora mojada o cajas destempladas.
ResponderEliminarRamón F Chávez Cañas.