Pao: El petate del muerto
Este adiós no maquilla un hasta luego
Este nunca no esconde un ojalá
Estas cenizas no juegan con fuego
Este ciego no mira para atrás
Este notario firma lo que escribo
Esta letra no la protestaré
Estas vísperas son las de después.
A este ruido tan huérfano de padre
No voy a permitir que taladre
Un corazón podrido de latir.
Joaquín Sabina
(Últimas palabras a mi padre en el cementerio, el día que se fue)
El momento no era conformado solo por el tiempo. Había en ese instante un encuentro con las cosas y su materia, un hálito de dulzura que venía de los recuerdos de objetos como bien podría ser una taza, una toalla o una carta jamás leída. Los hechos conjuntándose unos sobre otros no diferenciaban el pasado ni el futuro, no era un sueño donde se puede evadir el tiempo. Era el momento supremo, cuando el alma abandona el cuerpo. La velocidad con que ocurre es tan vertiginosa y basta que se siente en el ambiente una presión de vacío. Una fuerza centrífuga que se centra en los ojos hechos de luz y sombras. Es una eclosión de materia profunda en su último segundo, presagiando el vuelo hacia otro encuentro en un impacto inevitable. El yaciente inerme y pálido ha cerrado sus ojos y crispado sus manos. Los caminos se desandan sin él, las palabras van perdiendo sus habituales sonidos, su piel se desombra y va quedando mínimo en un desierto inmenso de silencios. Han venido hasta el, las últimas preguntas de nosotros, los que los rodeamos; no sabemos que lleva en sus costados. ¿A qué horas llegará al sol? ¿Qué edad usará para vivir en la eternidad? ¿Qué quiere que hagamos de su última camisa? Los más dolientes nos miramos… las palabras se adhieren a la nostalgia del último recuerdo de cuando sonreía. El alma va emergiendo poco a poco, como una oruga de luz saca la cabeza entre las sabanas, sus dientes brillan y expande un extraño olor a tomillo muy parecido a la canela. Cualquiera esperaría una irrupción de trompetas doradas, cánticos de ángeles entonando cantos gregorianos o un réquiem beethoviano ambientando el sublime instante de la ascensión del alma y la aparición del torrente de polvo entre los labios. Quién diría que esta escena había sido ensayada hace muchos años, los mismos protagonistas; el mismo argumento de la muerte arguyendo la precariedad celular y su desgaste. Claro que no basto el anhelo y la fe. Solo el privilegio de nacer fue ganancia, vasallos de un designio nunca se le permitió elegir el día y la hora. Condenado a la incertidumbre helo aquí, cumpliendo la voluntad de a saber quién. Es mejor el brillo de la razón que las elucubraciones nebulosas de la esperanza, el precio de ser mortal lacera la memoria de los afligidos y torna anti histórico el cadáver que nació. No es un viaje de fantasía, tampoco es el vuelo de un itinerante que olvidó su fantasma en el baño. Es un habitante del planeta que se va para siempre como cualquier otro de otro país, de otra religión, de otra raza. Pasaron más de setenta años para que suspendiera tu cara la sonrisa y la congoja, para darnos cuenta que un pedazo de hierro dure más que tu carne. Cómo es posible que los monumentos y las piedras queden intactas en su tránsito por el fuego. Que larga será la vida de una flor si la midiéramos por el peso del rocío sobre uno de sus pétalos, si el sigilo del gorrión suspendido en su pistilo la eternice sin que nadie le mida ese instante tan hermoso de la naturaleza. Así que en este viaje se vale ser una flor en la eternidad para que se impregne la galaxia de naderías. Soy tu espejo a solas en la oscuridad. Viendo lo indefenso de tu cuerpo no me queda más que llamar al ángel más grande que está hipando en una desvencijada gruta de peregrinos ex socialistas. Claro que no oír el rumor de la Quinta Sinfonía es fundamentalmente melancólico, más si aquella etérea visión de ver el football sin machetes y juego limpio expuso a riesgos domingueros tu orquesta oncena. Se valía dudar de tus rodillas dobladas sobre alfombra de tus arrepentimientos; pero tu sinceridad fortalecía tus debilidades frente a nosotros de vez en cuando acompasado por un tango o un bolero de Leo Marini. Hasta al último momento me enseñaste algo finito, te lo tenías bien escondido para asustarme con tu petate: ese silencio característico que tienes hoy que estás muerto, que no es ausencia de sonido, no más parece la prolongación del tiempo rosando tus pupilas oscuras mientras duermes. Morirse es dormir despacio diría yo, hoy te veo con los ojos cerrados. Circunspecto, tan callado que no hablas, tan inerme que no vas ni vienes, tan muerto en tu cadáver difícil de resucitarte, tan redondo en tu partida entre una mancha de sinfonías rodeando tus oídos clausurados. Presiento que después de este tiempo que llevas calzando ese cadáver exquisito, si te dieran elegir levantarte como a Lázaro, no lo harías; no sé por qué; pero heredé de tus necedades cierta terquedad, y estoy seguro de tu terquedad. También hablo de una antigua lucidez intelectual que alguna vez adornó tus herejías. Alguna recia desfachatez se cobró algún clavo, dudo que para el escarmiento; más bien diríamos que es para ilustrarnos a nosotros que vivir es una larga y espera poesía clásica en versos de pie quebrado. Hoy nos dejamos mutuamente, cada quien en su afán. Es mejor así, alejados de cualquier verdad es más fácil escapar de la tristeza, ni justos ni beduinos, sólo jactanciosos de una herencia estelar incapaz de despertar envidias. Del reino, la joya de una corona de huesos en tu frente que a falta de territorios conquistados, quedan los hermosos recuerdos indestructibles porque quedan bien adentro. Sé que respiras despacio y en secreto donde solo te ven las raíces del tiempo, un pájaro de fuego se ha posado en ese árbol inventado que ayer sembré en el laurel en tu nombre. Ya no respires, la hora se ha llegado y puede ser que alguna lágrima loca nos arruine el vino que reposa en el viejo odre escondido entre las piedras de un rio. Buen viaje Pao. Aunque no necesitas cumbos viejos para tu viaje, hay te dejo el “Marinero de Ulises en alba del tiempo perdido” para que no te aburras. (Y deje el poemario sobre el ataúd.)
Adiós Pao.
Wilfredo López.
Profunda Elejía Filosófica del doctor Wilfredo López, médico-cirujano, a la muerte de su padre: Elegía en prosa sublime que sólo una mentalidad sensitiva a cosas espirituales, ---no religiosas, sino filosóficas---, puede escribir con tan clara sencillez para demostrarnos cuán grande es el amor profesado al ahora difunto padre.
ResponderEliminarAl empezar y terminar de leer bellas palabras de pesar con remembranzas, de inmediato vinieron a mi mente olvidadiza aquel poema de Jorge Manrique (1440-79) en "Coplas a la muerte de su padre", cuya primera de múltiples estrofas dice: "Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando./ Cuán presto se va el placer, / cómo, a nuestro parecer/ cualquier tiempo pasado/ fue mejor.//.
Con esta prosa sentimental por profunda del Doctor Wilfredo López, nos queda bien simentado el concepto de que aquí, en El Salvador, hay cerebros con joyas literarias inéditas por falta de cultivos y estímulos a Ciencias en general y a Letras, en particular.
Doctor Ramón F Chávez Cañas.