Anastasio Jaguar

Anastasio Jaguar

Breve Biografía de ANASTASIO MÁRTIR AQUINO (1792-1833):

Único Prócer salvadoreño verdadero en siglo XIX. Nativo de Santiago Nonualco, La Paz. De raza nonualca pura. Se levantó en armas contra Estado salvadoreño mal gobernado por criollos y algunos serviles ladinos, descendientes, éstos, de aquéllos con mujeres mestizas de criollo o chapetón y amerindia; pues esclavitud inclemente contra: indígenas, negros, zambos y mulatos, era insoportable para el Prócer Aquino. Fue asesinado por el Estado salvadoreño en julio de 1833, —después calumniado hasta lo indecible, tratando de minusvalorar sus hazañas; así como hoy calumnian a Don Hugo Rafael Chávez Frías y, ayer, al aún vivo: Doctor Don Fidel Castro Ruz.

En honor a tan egregio ANASTASIO AQUINO, este blog se llama:

“A N A S T A S I O A Q U Í S Í”

viernes, 2 de diciembre de 2011

HAZAÑAS CIENTÍFICAS... Continuación

HAZAÑAS CIENTÍFICAS DEL TÍO NICOLÁS
                      CONTINUACIÓN Y FINAL

Entre 1950-54, aquel perfumado Pueblito nuestro vivió época esplendorosa: juventud laboriosa y estudiosa estaba en apogeo. Jovencito José Ovidio Chávez Muñoz, era maestro ejemplar para todos aquellos agricultores y ganaderos primitivos. Otros jóvenes: Rubén Mario Murcia, Edmundo Garay, Rafael Marenco Portillo, Juan René Ortiz y Francisco Campos, entre otros, fueron telegrafistas o aprendices de lo mismo; pero de óptima categoría. Señoritos bachilleres: Jesús Mauro Orantes Chávez, Alfredo Alvarenga Hernández, Víctor Manuel Villalta Villegas—, con su hermana Merceditas—, y José Germán Alférez Ayala (antes niño Germita),… ¡¡eran principales estudiantes universitarios de esa época!! Al mismo tiempo, noveles contadores: Rigoberto Ortiz y Salvador Díaz Chanchanico. Seminaristas católicos: Salvador Castro Alvarado, Germán Alférez, José Rafael y Guillermo, ambos de apellido Roque,… ¡¡fueron castos jovencitos o adolescentes apóstoles del cristianismo local!! Bisoños obreros: Simón Franco hijo, Humberto Alférez Ayala, Carlos Chapala, Sergio Amaya Hernández, Marcial Aguilar y otros imposibles de mencionar por falta de papel y tinta, eran pura crema de esa juventud. Entre empleados públicos y privados laborando en: ciudad capital, ciudad San Vicente o en Virola, estaban: Santos Mejicanos, Efraín Estrada con su hermano Carlos “Veneno”, Damasco Salomón Portillo, Juan Miguel Parras y quinimil más quienes, usando tren IRCA, fueron infaltables concurrentes al lugar natal, en fines de semana y en fiestas nacionales de asueto largo..
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Párrafo aparte merecen aquellas jóvenes bellezas “tunicudas” de esa etapa: Amanda Murcia, sólo comparable con  Bella María  Elena  Cañas  Jiménez en décadas 10’s y 20’s; Alicia y Concepción Alvarenga Hernández, hermanas paternas de Amanda; Olinda Bonilla Martínez: alta, rubia, blanca, rosada y elegante, —hija de don Chus Bonilla, aquel señor quien no tenía miedo, sólo temor a la legendaria Coyota Teodora. Olinda Bonilla murió sepultada bajo escombros del mal llamado edificio Rubén Darío de San Salvador, ocasionados por el terremoto del diez de octubre en 1986—; hermanitas Corpeño: Tanchito, Julita y Abilia,… ¡bocados de cardenal!; hermanitas Durán: Rosa Elena y Julita,… ¡muñecas de figurín!; hermanitas Martínez,… Leonor y Josefina,… ¡superiores a Sofía Loren!; hermanitas Chávez Muñoz: Blanca Luz y Teresita,… ¡¡reinas permanentes de fiestas patronales con sus carreras de cintas ecuestres!!; cuatro hermanitas Parras: Carmencita, Laurita, Tinita y Elisita; todas, menos Laurita, dignas modelos para actual pintor y escultor colombiano: Fernando Botero; Merceditas Méndez Barahona,… ¡escultural criatura en miniatura!; tres hermanitas Torres de cantón  Esperanza,… ¡flores aromáticas silvestres! En fin, otros centenares de niñas adolescentes  entre doce y quince primaveras, de las cuales sólo reportaremos a: Miriam Henríquez Chávez, Rosa Alicia Romero, Concepción Hernández Bonilla; Emmita, Glorita, Argelita y Sarita, todas de apellido Cañas Salinas, y todas hijas del tío Nicolás con doña Graciela; Rosita María Ayala Macías, Blanquita Ayala Castro, Haydecita Chávez Cañas, Blanca Luz Roque, Ana María Guzmán Mijango, etcétera. También estaban centenares de guapas señoras, señoritas y adolescentes de clase social “mengalita”. (Éste, despectivo gentilicio que ladinos y criollos daban, en tiempos coloniales y pos coloniales inmediatos, a nuestras señoritas indígenas puras).
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Desde inicio de ese Año Santo (1950), presbítero don Abraham Rodríguez llegó a pastorear esa magnífica parroquia; llegó con todos los ímpetus de sus 35 ó 40 años de edad: revivió al alicaído Tehuacán FC; construyó, en céntricos terrenos parroquiales, dos canchas para practicar baloncesto, deporte hasta entonces desconocido en esa aletargada comunidad; reorganizó la “Guardia del Santísimo”, club de “Beatas” (biata es término idiomático despectivo de “beata”, pues el título de beato sólo lo da el Vaticano), “Caballeros de Cristo Rey”, “Terciarios Franciscanos” y más; pero, el cura Abraham Rodríguez no quiso cumplir con la orden emanada del palacio diocesano vicentino firmada por obispo “Tamagás”, excomulgando a quienes practicaran, en público o privado, el escandaloso popular baile cubano llamado m a m b o, porque la hermanita del párroco Rodríguez lo bailaba con maestría en fiestas exclusivas llevadas a cabo en residencia del señorito bachiller Chusito Orantes Chávez o, en mansión de señoritas Parras Martínez. La hermanita del presbítero se llamaba Josefina Rodríguez. Llegaba desde San Salvador, donde ella estudiaba, para dar clases sabatinas de Mambo  a toda aquella alegre e inocente muchachada. Chusito Orantes Chávez era el alumno más aventajado.

Al día siguiente, ya tarde, en inmensa piscina natural bordeada por: robles, balsameros, cedros, caimitos, aguacateros, conacastes, laureles, caobas y rosales, —localizada en hacienda Tehuacán Opico, propiedad de unos hermanos de apellido Angulo—, el pastor católico, imitando al famoso Tarzán del cine norteamericano, con su hermana Finita, emulando a la también famosa actriz Esther Williams (Escuela de sirenas), daban, en esas tardes domingueras, clases de natación y clavados; mientras, cisnes, gansos y pishishes, se deslizaban sobre aquellas mansas y azules aguas potables.

En esos tiempos, desde vecina ciudad Zacatecoluca (Virola) llegaba, con sobrada frecuencia, el joven agrónomo Manuel Mauricio Martínez “Bayer”, ahora 3M,  muchacho recién graduado en  “Escuela Agrícola Panamericana El Zamorano” de Honduras, localizada en ubérrimas llanuras centrales de ese hermano país. Martínez Bayer era amigo personal del señor cura; éste lo había invitado para entrenar y reforzar al equipo basquetbolístico local: “Cinco Estrellas”. Martínez Bayer también aprovechaba esas ocasiones para transmitir muchos de modernos conocimientos agrícolas y ganaderos, a rústicos pobladores dedicados a esas faenas. Entre esos no tan rústicos agricultores-ganaderos sobresalía don Raymundo Nicolás Cañas Merino, con sus 41 años de edad. Manuel Mauricio Martínez Bayer, deportista esbelto, alto, ágil y educado en cuanto al respeto hasta para el más humilde en lo económico e intelectual, les enseñó sobre: inseminación artificial;   diversas clases de injertos;  curvas de nivel en terrenos quebrados o desnivelados; barreras rompe-vientos, y muchas otras cosas más; al mismo tiempo, formó con ellos los primeros clubes campesinos llamados “Club 4 C”. Pero antes, desde 1948, un ingeniero agrónomo graduado en México e hijo meritísimo del heroico Pueblito, en seguida Doctor Honoris Causa de Universidad de El Salvador, estaba llegando al lugar de su advenimiento porque, además de estar ahí enterrado su ombligo, este ingeniero había sido destacado en “Estación Experimental Gubernamental de Santa Cruz Porrillo”, en mismo municipio de su cuna. Tal honorable ingeniero llamábase: don Manuel de Jesús Merino Quintanilla: hijo de señora Tránsito Merino, fiel servidora doméstica de familia Chávez-Henríquez. El padre fue don Esteban Quintanilla, modesto agricultor en pequeño, quien transmitió su rústica o natural sabiduría a casi todos sus hijos, en especial a don Santiaguito Morales Quintanilla y al ingeniero ya mencionado. El niño Manuel de Jesús Merino Quintanilla, en su humildad injusta de clase económica empobrecida, era compañero de juegos infantiles con Chelito Alfredo Chávez Muñoz, —éste, después, gran jayán alumno de Sapo Martín y colega de don Chico-culo. Tal Chelito, pronto llegó a ser el astro más brillante del balompié local. Fue nieto de doña Segunda, matriarca de familia Chávez-Henríquez—. Niño Merino Quintanilla, junto con otro menorcito del barrio San José de Pasaquina: Alejandro Villalta Villegas, fue adoptado por el sacerdote Luís Pastor Argueta, —el mismo quien bendijo armas y proyectiles contra  aquella desdichada Coyota Teodora—. Piadoso sacerdote Argueta envió, al ya joven bachiller Manuel de Jesús Merino Quintanilla,  a cierta universidad mexicana para efectuar estudios agronómicos. En gratitud, el ingeniero Merino Quintanilla adoptó como segundo apellido, el del verdadero cristiano presbítero, firmando, hasta el presente: Manuel de Jesús Merino ARGUETA. Don Chus Merino ARGUETA, padre del maíz híbrido salvadoreño, fue maestro del tío Nicolás en arte-ciencia de genética vegetal.
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Tal cuarentón, ya San Lorenzón, asimilaba todo nuevo conocimiento transmitido por jóvenes profesionales: Merino Argueta y Martínez Bayer; pero,… se quedaba con muchas dudas. Prefería rumiarlas y no repreguntar al respecto. ¿Cómo era imposible no poder mezclar genes animales con genes vegetales?... ¿Por qué no se había intentado incorporar ADN de aguacatero con ADN de vaca o de gallina, o de mata tomatera y viceversa?... Estas ideas fijas le bulleron por varios meses o años, hasta cuando aquellos dos excelentes profesionales agro-ganaderos terminaron labores en esas comunidades… En 1955, —un mes después de trágica muerte de don Chus Orantes Vela por accidente ecuestre—, rústico tío decidió poner en práctica sus, al parecer, descabelladas ideas.

Sobre recipientes blancos y limpios depositaba yemas de frescos y lozanos huevos de gallinas indias; luego, con lupa y pinzas adecuadas, exploraba durante largas horas las casi microscópicas partes de aquellos embriones; los aislaba para depositarlos en cajitas metálicas limpias de un medicamento tópico popular llamado: “canfoliptol”; en seguida,  guardaba en refrigerador a gas queroseno marca Electro-lux de su propiedad. También, cuando parían vacas de su hato, tomaba parte de placentas para someterlas a minucioso estudio primitivo, similar al de huevos; ese mismo procedimiento empleaba con testículos, “güevos” o criadillas de recién castrados toretes de sus corrales. Tía Graciela protestaba, porque el congelador del refrigerador casi no le dejaba espacio útil para congelar diversos alimentos de la familia que así lo requerían, pues docenas o centenas de cajitas de canfoliptol conteniendo tales raras especies biológicas para experimentos, ya sobrepasaban  medio millar. Al mismo tiempo, en terrenos aledaños a poza El Mango del Río Caliente, —terrenos recién comprados a Negro “Rafay Baramna”, (éste, violador de sus menores hijas), plantó 500 arbolitos  aguacateros  en media manzana de extensión. Todas las tardes, regadera en mano, se miraba al medio enano Pío Mejicanos, sobre todo en  meses secos o de verano, regando los todavía pequeños arbolitos; mientras,  tío Nico seguía destripando huevos frescos y aislando quién sabe qué de las chuquillosas placentas y criadillas.

A principios del invierno tropical (estación lluviosa) del año siguiente (1956) cuando lozanos aguacatecitos  estaban por cumplir  primer año de trasplante, el ingenioso tío, tozudo, asegurando estar en “ocho de luna” (punto de injertar), depositó entusiasmado en hielera enorme “Coleman”, aquellas congeladas cajitas de canfoliptol; las cubrió con gruesas capas de hielo en terrones traídas en tren desde única hielería establecida en ciudad San Vicente; encaramó la hielera ya preparada, sobre de aparejo colocado en lomo de manso burro, y revisó navajas injertadoras; partiendo de inmediato acompañado del medio enano, hasta huerto de tales aguacatecitos. Eran 05:00am de ese 27 de mayo en 1956. Todas aquellas cajitas estaban individualizadas en tres colores, de acuerdo a su contenido y a fechas respectivas del llenado. El Sancho Panza Mejicanos hacía preguntas sin sentido. Don Quijote local le daba algunas explicaciones someras, también sin sentido lógico para el moderno escudero. Por último, el fastidiado investigador le dijo:
Mira, Piíto: vos sólo limítate a obedecerme, porque ni yo mismo sé, a ciencia cierta,  qué cosa estamos haciendo. Vos me entregarás las cajitas de acuerdo al color y a la fecha grabada en ellas; pues para eso te he mandado a la escuela nocturna o, ¡¿no has aprendido a leer bien?! Enciende los tizones hasta cuando hagan llamas; coloca el trébede, luego la sartén, en seguida, pon los terrones de cera de chúmelo para derretirlos al máximo; también saca de  alforjas los rollos de pita encerada; mientras, yo haré incisuras en tallos de aguacatecitos. Además, vos sólo te limitarás a contestar, en señal de obediencia: Sí, Patrón.

¡Cabal!... A 03:00pm había terminado de injertar a los arbolitos. Injertó en forma alterna: unos con embrión de huevos de gallinas; otros, con extracto de placentas vacunas; los terceros, con células testiculares germinales de toretes. Criado Pío Mejicanos era encargado de ir sellando injertos con cera de chúmelo derretida, y asegurando impermeabilidad de los mismos, con pita de cohetero alrededor de árbol encerado. Cada ocho días,  durante tres o más meses, mi tío y Pío se encargaban de aflojar ataduras, evitando de ese modo la estrangulación de pequeños árboles. Cuatro meses después, aquellos extraños o raros injertos, estaban bien pegados. Tales impermeabilizantes fueron retirados, quedando sólo señales correspondientes a cada variedad del ADN animal injertado. Seis meses más tarde, al final de aquel invierno del trópico, arbolitos injertados con materia testicular de toretes, se habían secado por completo. No así los de gallina y placenta vacuna. Especies sobrevivientes fueron abonadas, desherbadas y protegidas de plagas durante siguientes tres o cuatro inviernos y veranos. Estos beneficios se efectuaban cada dos o tres meses. Así, al quinto año de porfía incierta, empezaron a florecer muchos de aquellos 300 árboles sobrevivientes; mas, sólo florecían aquellos injertados con embrión de pollo o polla. Los tratados con placenta vacuna, aún vivos, estaban raquíticos, con tono verde-mate o amarillento, no obstante haber recibido mismo tratamiento dado al resto. El viejo porfiado redobló  cuidados para desnutridos, esperando buena floración en el año siguiente.

Flores presentes empezaron a despedir extraño aroma, parecido al despedido por nidos gallineros del traspatio de casona patronal del barrio pueblerino El Calvario; muy pronto, misteriosas flores se transformaron en aguacatillos pimientas. Olor a corral gallinero disminuyó. Pasados tres meses, escasas figuras aguacaterinas eran soberbias, a pesar de tremenda merma  por haberse purgado muchas en pimienta, y derribo de gran cantidad por furia de tormentas huracanadas de aquel invierno copioso en vientos; no obstante, carga de tal cosecha, en cada árbol, era dispareja de una rama a otra: ramas alimentadas por sabia ascendente procedente de áreas injertadas en tronco con ADN de huevos de gallina india, mostraban frutos exuberantes; pero en mucha menor cantidad comparada con ramas restantes, en las cuales la carga frutícola era abundante en número, pero menor en cuanto al desarrollo de las mismas; total: sólo 10% de cada aguacatero mostraba frutos lozanos. Al llegar momento cosechero esperado, mi atolondrado tío, siempre en “ocho de luna”, dispuso recogerla para llevar sazonados frutos a casa de habitación y ahí esperar el momento de maduración. Ésta llegó cinco días después a frutos de menor desarrollo. Genetista primitivo, agujereado por innata curiosidad, exagerada, procedió, de inmediato, a abrir el primero; sin embargo, esto lo hizo en sigiloso por solitario lugar de residencia Cañas-Salinas, pues temía a burlas desatadas entre sus circundantes en caso saliera el tiro por la culata. Sacó automática navaja de bolsillo; con pulgar derecho accionó el botón para abrirla; de inmediato, con mano izquierda, asió uno de aquellos frutos escogidos por él para comprobar su tan extraña teoría; hundió, a repetición, la punta de la navaja hasta seccionar en seis partes casi iguales pulpa y cáscara verde oscura; mas, al abrir aquel, hasta entonces enigmático producto,  aquella enorme decepción del San Lorenzón fue de suyo indescriptible al encontrarse con “aguate común y corriente”; pues, al saborearlo, no tenía ninguna de teóricas características esperadas por él. Eso mismo se dio en dos docenas más de frutas rebanadas. Repartió, entre vecinos pobres y trabajadores suyos, todos aquellos frutos ya madurados; guardando en mismo lugar del tabanco, hermosos restantes aún sazones y sostenedores de últimas esperanzas al respecto. En seguida, se sirvió doble trago de coñac francés doce años; encendió aromático habano largo, yéndose a digerir, su inicial fracaso, a la hamaca más remota de aquellos inmensos y tranquilos corredores pueblerinos de su acogedora mansión; mientras, sus pequeños hijos: Dagoberto, Francis, Federico y Rinita, jugaban a vaqueros del lejano oeste, y a famosas muñecas flacas “barbee”, de manera respectiva. —Rinita Cañas Salinas, fue primera criatura en disfrutar de una o más barbee  en aquellas paradisíacas comprensiones—. 04 días más tarde, restantes aguacatotes estaban en su punto. Terco sobrino de Bella María Elena Cañas Jiménez  y de honorable familia Castillo-Cañas del terremoto en ciudad San Vicente, más temeroso al fracaso hizo mismas diligencias ya relatadas… ¡¡Su sorpresa fue grande!!... Al separar cáscara y pulpa de semillas, se encontró con lo esperado con dudas; pero inaudito:… ¡¡semillas eran auténticas yemas de huevos duros en consistencias, sabores, olores  y colores; pulpas eran blanca, amarfilinada y sabrosa clara de huevos duros recubierta por tres centímetros de auténtico aguate de color verde-amarelo!! San Lorenzón, sonriente y apresurado, fue a la cocina; pidió dos tortillas calientes de maíz raque; llevó consigo salero e infaltable bote de salsa inglesa. Sin decir nada a nadie, dispuso saborear aquel rico primer guacamol, producto de aquella primitiva ingeniería genética pueblerina. Para tener más valor, sobrado de entusiasmo al comunicar a familia, trabajadores y vecinos, mi pariente materno se enzaguanó dos tragos dobles de vodka ruso 90º “Proof”, e invitó a la mesa a: los suyos, trabajadores, y  vecinos inmediatos. Sólo Adela Campusanos, con su hijo Francisco,  telegrafista; y doñas: Julia Pimentel, Cruz Roque, Rosa Amalia Portillo, la “Vaso de Leche” y Julita Ayala, —ésta, madre del niño bachiller perdido y nunca encontrado desde 1952—, acudieron con respectivas proles. Don Buenaventura Alférez y familia declinaron invitación, porque temían otra broma de mal gusto tal cual sucedió, muchos años atrás, con aquella orquesta de animales y abejas agresivas. Los híbridos o  t r a n s g é n i c o s   frutos, fueron deglutidos en totalidad. Tan “inteligente” huérfano, hijo de don Nicolás Cañas Jiménez, no explicó, ni a vecinos, ni a trabajadores agrícolas, la procedencia de tan rico manjar; sólo doña Graciela, su esposa e hijas: Glorita y Argelita, se enteraron; pues Emmita ya vivía en Italia, casada con ingeniero apellidado Techint, — quien había venido al país para construir red de distribución eléctrica generada por recién inaugurada “Presa Cinco de Noviembre”, allá en mediano Río Lempa—. Sarita, cuarta hija, estaba ausente profesando carrera de monjita eucarística.

Con este espectacular triunfo obtenido, el mencionado tantas veces enemigo de espectros, se envalentonó más. Haciendo caso omiso del  “ocho de luna”, procedió a cortar todos los sazones aguacatotes pendientes de corta en aquel maravilloso huerto. Los puso a madurar sobre mismo fantástico tabanco donde había madurado aguacates anteriores; donde maduraba cosechas de diversos huertos frutales propios: zapotes, guineos, mangos, anonas, nísperos, zúnganos, zapotes bolos, matasanos, etc.; mas, cuando comensales estaban a la mesa por segunda vez, él propio, queriendo dar espectáculo singular, hizo llegar a Pío Mejicanos transportando, sobre carretilla de manos, los centenares de aguacatotes maduros, con objetivo de ser, él, el tipo de la película, quien sirviera guacamólico manjar. Habló, habló y habló por casi diez minutos, echándole flores a su paciente y larga ingeniosidad; en seguida, dispuso torrejear  primeros aguacatotes… ¡Qué barbaridad!... De inmediato se hizo sentir nauseabundo olor o tufo a huevos podridos; tufo extendido a todo el vecindario. ¡¡Bendito genetista “Párpados Gruesos”, por atolondramiento no había respetado el  ocho de luna!! Don Buenaventura llegó y lo espetó.
¡¡Mira, Colacho desgraciado!! ¡¡Mira infeliz!!: tú lo has hecho con doble propósito; tú bien sabes: Celsa, mi esposa, es alérgica a todo derivado ovíparo. Por eso lo has hecho, ¡malvado!... ¡¡Si no fuera porque don Moncho Chávez Henríquez, tu cuñado, es persona de mi aprecio y  respeto, ya te retaba a otro duelo mortal, gran puñetero!!

Aquellos alegres invitados abandonaron hogar Cañas-Salinas, haciendo variadas conjeturas; pero, todos agradecidos  alabando aquella espontánea invitación sincera. Ese mismo día, patrón de Pío Mejicanos ordenó a servidumbre de planta cavar profundas zanjas en terrenos futbolísticos para enterrar resto de aguacatotes. Ya en  silencio nocturno pueblerino, él encontró su verdad: ¡¡no había respetado el famoso “ocho de luna”!!

Con injertos de placentas vacunas no ocurrió lo mismo; pues, el “genetista” calvo tomó precauciones habidas y por haber para no incurrir en fracasos anteriores. ¡Cabal!... Obtuvo aguacates, dos años más tarde, cuya pulpa era rica y espesa mezcolanza de crema vacuna legítima, con pulpa genuina del tantas veces mencionado fruto, y  semilla vegetal natural.

Les sirvió otro deslumbrante banquete; pero ahora con auténtico guacamol de mantequilla bovina. Después, aquellos incontables, cremosos y aguacamolados frutos restantes, fueron repartidos en casas amigas y medio amigas del bendito tío; pues él no pretendía, jamás de los “jamases”, lucrarse en lo económico con semejante descubrimiento: sólo pretendía complacer al conglomerado; todavía más, ambicionando perfeccionar su reciente hazaña, decidió injertar, con mismos materiales genéticos animales, toda rama normal de los ya adultos aguacateros. Así lo hizo. Pasados seis meses más, aquellos árboles, después de haber languidecido en plena estación lluviosa, no obstante de mejores cuidados al respecto, terminaron por secarse en totalidad. Entonces, don Colacho comprendió el mensaje vegetal: “El glotón siempre se indigesta”.
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Desilusionado por ese inesperado fracaso; pero más desilusionado por paulatina e irreversible desintegración de su adorado grupo familiar, pues dos primeros jovencitos hijos: Dagoberto y Francis, recién habían marchado hacia el extranjero para completar imprescindible e impostergable educación formal, decidió olvidarse, por completo, de ese asunto, y ponerle más atención a sus: salineras del Jaltepeque; sembradíos de granos básicos; ganado bovino, caballar y porcino; porque, pensaba él, para terminar de criar y educar a entonces últimos dos nenes: Freddy y Rinita, era suficiente su ajetreo cotidiano, más renta obtenida con alquiler de sus mesoncitos.
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Pasados otros dos años (1975), Rinita y Freddy también habían volado hacia el extranjero. Argelita, ya casada con el Chele Ricardo Valle, estaba muy bien instalada en tierras de: Sandino, Darío, Cardenal, Mejía Godoy, Carlos Fonseca, Daniel Ortega, etc. Entonces, a ruego de vecinos, familiares y amigos, San Lorenzón reinició sus abandonados experimentos. En mismo terreno aledaño a poza El Mango, y en otra media manzana más, plantó doblado el número de arbolitos; recopiló material genético descrito atrás, incluyendo un nuevo: extractos placentarios de cabras. Con Nicolás Ratón y Nicolás Garrobo, —dos nuevos mayordomos, pues Pío Mejicanos había fallecido meses antes—, procedió, entusiasmado, a efectuar mismas maniobras injertables… ¡¡Exacto!!... Árboles respondieron a mil maravillas. En agosto de 1980 estaban en perfecta gallinácea, vacuna y caprina floración. En diciembre de ese mismo año, sazonaban. El cinco de enero del año siguiente (1981) se hizo primera corta; el diez del mismo mes, a 06:00pm, la mesa estaba sirviéndose con guacamolística cena. Amigos invitados y algunos familiares del Barba Azul moderno, charlaban con aperitivos en mano, esperando ser llamados a la mesa; rimeros de humeantes tortillas de maíz raque y saleros, se colocaban en respectivos lugares; Sol enerino ya se había despedido en occidental lontananza;  modernas lámparas de neón y mercurio, públicas y privadas, comenzaban a ganarle batalla a esa nueva noche… Entonces… Entonces… Sucedió algo esperado; pero no previsto para aquella fecha (enero 10 en 1981):… ¡ráfagas de metralla, explosiones de granadas, disparos de ak47, de Galil y más, con ruido también aterrador de gritos y carreras  subversivas, desvirgaron la paz secular del ahora bélico Pueblito. El manjar quedó servido; pues, quienes pudieron, llegaron a sus inmediatas residencias; mientras, el resto, se albergó bajo camas,  pesebres y dentro de graneros del Científico pueblerino. Esa fue la “Ofensiva Final”, lanzada por FMLN, para marcar inicio militar del cataclismo social vivido por salvadoreños durante 12 ó  más crueles años. Refugiados en casa calvareña-sanlorenzónica se alimentaron, durante cuatro días de tal ofensiva militar, con ricos aguacates hasta la saciedad mencionados.
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Cultivos “transgenéticos” quedaron abandonados, pues nadie, durante esos 12 años, se atrevió a visitarlos, porque caminos, veredas y guatales, habían sido minados por valientes insurgentes o por ejército gubernamental… En febrero de 1992, —varias semanas después de firmada la paz en  Castillo de Chapultepec, México—, el viejo Colacho, solitario, pues Nicolás Garrobo y Nicolás Ratón, lo habían abandonado para incorporarse a huestes guerrilleras; se presentó al paradisíaco terreno, habiéndose encontrado con mil esqueletos vegetales aún en pie, la mayoría. Dos lagrimones brotaron de cuencas oculares de aquel noble anciano. Llanto sentimental entrecortado brotaba de su garganta, similar a aquel llanto brotado de aquella adolescente garganta, cuando fue castigado por haber engañado, con campanas falsas, al ya lejanísimo  trío de viejas “biatas”. (Sólo El Vaticano puede declarar Beato o Beata a una persona humana. Vulgo pueblerino tecoluquense, a todo ser apegado a curas, con sabiduría les llamaba Biatos o Biatas                                       
                                                F  I  N                  
                                    13 de noviembre en 1999.-

5 comentarios:

  1. Es de admirar el cómo, hace 56 años, un rústico pueblerino tecoluquense, quien ni había completado la educación primaria oficial por sólo existir la escuelita pública hasta con 2ndo grado, pudo tener dos osadías científicas, según narra el poeta Chávez Cañas en estas dos prosas históricas llamadas "Hazañas Científicas del tío Nicolás"; pues hace un poco más de medio siglo, 1955, nadie en El Salvador, mucho menos en Tecoluca, hablaba de ingeniería genética humana, ni animal ni vegetal; pero, ¿cómo el mentado don Colacho tuvo tan genial chispazo después de haber escuchado atento a aquellos dos científicos no pueblerinos llegados al Pueblito: ingeniero Manuel de Jesús Merino Argueta y agrónomo Manuel Mauricio Martínez Bayer?

    Lo mismo sucedía en 1925, hace 86 años, cuando el imberbe Raymundo Nicolás Cañas Merino, sin qué ni para qué, ideó descuartizar a miles y miles de chinches picudas para, al final, descubrir la sustancia sexual llamada feromonas que, desde hace 30 ó menos años, se emplea como efectivo antiplaguicida; porque tantos venenos químicos caseros y agrícolas, son tóxicos residuales para todo lo viviente, incluyendo a vegetales.

    Este librito algo mentiroso parece ser primo hermano de CIEN AÑOS DE SOLEDAD, libro en el cual se narran historietas inversímiles de aquella famila formada por Aureliano Buendía y Úrsula Iguarán; libro escrito por Gabriel García Márquez, colombiano y que, en 1982, le hizo ganar, ---a García Márquez---, el Premio Nobel en Literatura.

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  2. Cuánto siento yo no haber nacido en un paraíso pueblerino como parece ser Tecoluca de El Salvador, según descripciones del prosiata y poeta Ramón F Chávez Cañas, originario de allá. Tuve la desdicha de haber nacido en el Bronx de Nueva York. Mis padres fueron portoriqueños, ya difuntos. Yo, a mis 59 otoñales años, continúo habitando en Nueva York; pero, al jubilarme a edad de 65, --según parece será por nuevas leyes en seguiridad social estadounidense--, quisiera volver a mi Viejo San Juan; o, por no tener parientes vivos en Puerto Rico, me atrevería a migrar hacia Tecoluca de El Salvador, junto con mi esposa; pues en esta jungla de hierro, cemento y maleantes de toda calaña, la vida de un otoñal es casi invivible.

    Nuestra condición de pensionados garantizará a Tecoluca el no ser nosotros, mi esposa y yo, cargas para el Municipio ni para el Estado salvadoreño; además, mis padres apellidados Lebrón, nos enseñaron a hablar y a escribir, casi a perfección, el idioma español; asimismo, a respetar con amor a nuestra especie racial latinoamericana. Ruégole a don Anastasio Aquisí me proporcione, en este blog, su dirección electrónica para profundizar en mi deseo de habitar junto con aquellos nonuialcos tehuacanos de Tecoluca, tan bien retratados por el poeta y prosista Chávez Cañas.

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  3. Gracias compatriota latinoamericano de Puerto Rico y apellidado Lebrón; pues Latinoamérica, desde ayer, al firmarse documentos en Caracas constituyentes de la COMUNIDAD ECONÓMICA LATINOAMERICANA Y DEL CARIBE --C-E-L-A-C--, ya es realidad más real que virtual. Pronto Puerto Rico será el Estado #34 de tal comunidad.

    Gracias, repito, por querer vivir en mi Tecoluca del alma, como lo es el Puerto Rico de Rafael Hernández con su canción "En mi Viejo San Juan". Tecoluca lo esperará con los brazos abiertos, pues allí todo ser humano es más visto con los ojos del corazón.

    Ramón F Chávez Cañas.

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  4. En salas sociales principales de residencia pueblerina en barrio el Calvario de Tecoluca, don Nicolás y doña Graciela tenían colgadas, en paredes, diversas fotografías antiguas de sus respectivos ascendientes y hasta retratos al oleo de mediados del siglo XIX; fotografías y retratos de familia Vasconcelos y de familia Cañas Jiménez, etc. La mayoría de personajes varones exhibían enormes barbas con bigotes inmensos ya canosos y cabezas calvas a lo máximo; asimismo, ropajes exhibiendo carísimos sombreros de fieltro o pelo; sacos y pantalones de legítimos casimires pakistaníes, con respectivos chalecos; leontinas de oro sosteniendo caros relojes suizos de bolsillo; botines de charol y camisas blancas con corbatas según modas de finales del siglo XIX y principios del XX (1890-1910)

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  5. No hay duda alguna: este San Lorenzón tecoluquense fue varón fuera de serie; pues tenía múltiples imaginaciones desde su edad parvularia, como cuando, según cuenta don Héctor Orlando Chávez Cañas, ---sobrino materno del don Nicolás---, éste señorón cazó, por casualidad, un robusto venado cola blanca con ramazón o cornamenta estupenda. Don Nico lo destazó y fue a vender la carne al mercado de Zacatecoluca o ciudad Virola. En un santiamén vendió hasta los huesos, menos la cornamenta.

    Enseguida, cada semana, destazaba un novillo de su hato y, colocando tal cornamenta sobre el toril de la carreta a semovientes, llegaba a ciudad Virola donde, en menos de media hora, liquidaba aquella carne fresca de venado hechizo, obteniendo fabulosas ganancias.

    Claro, esta treta la usó en tres o cuatro ocasiones durante dos meses; pues él, don Nicolás, temiendo ser descubierto por aquella clientela, no volvió al mercado dicho; pues, por más que él se desveló tratando de cazar otro auténtico venado, no logró su objetivo.
    Rafrachaca.

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