Anastasio Jaguar

Anastasio Jaguar

Breve Biografía de ANASTASIO MÁRTIR AQUINO (1792-1833):

Único Prócer salvadoreño verdadero en siglo XIX. Nativo de Santiago Nonualco, La Paz. De raza nonualca pura. Se levantó en armas contra Estado salvadoreño mal gobernado por criollos y algunos serviles ladinos, descendientes, éstos, de aquéllos con mujeres mestizas de criollo o chapetón y amerindia; pues esclavitud inclemente contra: indígenas, negros, zambos y mulatos, era insoportable para el Prócer Aquino. Fue asesinado por el Estado salvadoreño en julio de 1833, —después calumniado hasta lo indecible, tratando de minusvalorar sus hazañas; así como hoy calumnian a Don Hugo Rafael Chávez Frías y, ayer, al aún vivo: Doctor Don Fidel Castro Ruz.

En honor a tan egregio ANASTASIO AQUINO, este blog se llama:

“A N A S T A S I O A Q U Í S Í”

jueves, 10 de marzo de 2011

Verdaderos trajes típicos salvadoreños


     VERDADEROS TRAJES TÍPICOS SALVADOREÑOS
                           Por Ramón F Chávez Cañas

No hay registro histórico fidedigno al respecto, debido, sin duda, a poca o nula importancia dada a vestimentas humildes de nuestros ancestros: pipiles, pocomames, izalcos, nonualcos y lencas, principales etnias aborígenes, —subdivisiones de mayas—, habitantes en 21,000km2 constituyentes del actual El Salvador; porque en tiempos coloniales San Salvador sólo fue Alcaldía Mayor, similar a Sonsonate, San Miguel, San Vicente y, por último, Santa Ana. Nada está registrado en anales oficiales respecto a vestimentas masculinas y femeninas de nuestros humillados tatarabuelos: ladinos o mestizos de mujeres mayas con sifilíticos soldados españoles en uniones libres y rarísimas legales. Tales mestizos ladinos se avergonzaban de sus inmediatos abuelos pipiles o nonualcos y, por ende, despreciaban todo cuanto oliera a, o pareciera cultura indígena pura. Desde ese punto de vista razonable se puede explicar el por qué ladinos, re-ladinos, criollos, re-criollos salvadoreños hasta ahora, han estado difundiendo y hasta exportando a lejanas tierras en tarjetas postales y en otros suvenires de espejismos, imágenes fantasiosas con lujosos vestidos ¿”autóctonos”?, en especial del sexo femenino al maquillar y fotografiar a señoritas ladinas quienes jamás han pisado cafetales, ni algodoneras, ni lavado de ropa en ríos con mascones sobre bateas ordinarias, ni moler nixtamal sobre lajas sui géneris con piedra de moler respectiva, ni otras faenas  nada campesinas ni agrícolas.

Desde enero de 1932, hasta mayo de 1944, nuestra tigra de palo (de acuerdo con Roque Dalton), —cuya cara visible era la de un chafarote-testaferro apellidado Hernández Martínez—, a fuerza de metralla diezmó poblaciones indígenas del Occidente salvadoreño; de manera especial en comunidades rurales de: Sonsonate, Ahuachapán y sur-poniente de la Libertad. Tal etnocidio se calcula en 30 000 calaveras durante primer año del genocida Hernández Martínez. Leyes mordazas o medios de comunicación masiva propiedad de tigra sarnosa, no permitieron ni permiten saber cuántos hijos del dios Tlaloc abonaron cafetales hasta aquel esplendoroso 09 de mayo de 1944, fecha cuando oligarcas dieron patada en trasero a Hernández Martínez, esclavo mayor; pues no fue la huelga de brazos caídos quien lo tumbó, lo tumbó el asesinato, perpetrado por un policía nacional, contra del joven José Alcaine Wright, ciudadano estadounidense.

Quienes escaparon a genocidio ordenado por latifundistas, bendecido por clero católico y efectuado por soldadesca analfabeta bajo órdenes de militares subalternos de Hernández Martínez, siendo el más “conspicuo” en negativo, cierto general de apellido Calderón, apodado “Chaquetilla”. Entonces, nuestra indefensa indiada sólo tuvo dos caminos simultáneos: cambiar de inmediato la milenaria manera de vestir, y apresurados aprender idioma español porque, cuando esbirros al mando de Chaquetilla y otros similares, miraban mantas curtidas transformadas en camisas, sencillos driles hechos pantalones u oían conversaciones en náhuatl, de inmediato hacían sonar sus rifles Máuser, o fusiles marca “Siete”; —éstos, mucho más largos que sus portadores ladinos envenenados de mentes, a quienes casi arrastraban tales fusiles, ya para entonces piezas de museo—. Similar fenómeno pero con menores asesinatos sucedió con: niñas, adolescentes femeninas, señoritas, señoras, hasta ancianitas de raza maya, sub-raza pipil y otras.
        
       Por tan repugnante genocidio después del 15 de septiembre de 1821, fecha de falsa independencia centroamericana, tal genocidio negado o minimizado o tergiversado por historiadores oficiales, generaciones posteriores a 1932, —casi octogenarias las primeras—, desconocemos verdaderas vestimentas humildes de aquellos descalzos e iletrados ciudadanos indígenas salvadoreños, acusados de comunistas a fin de justificar tan injustificable barbarie terrorista. Se les llamó comunistas porque ese era el sambenito de moda. 200 años atrás hubiesen sido quemados al acusarles de herejes. Ahora, nuestros inditos e inditas, por efectos devastadores de fuertes bombardeos publicitarios en comerciales consumistas o neoliberales, más silencios de historiantes oficiosos e ignorantes de verdadera Historia, tales inditos-mestizos no tienen ni vaga idea del vestir ni del hablar hasta antes de 1932; pues sus trajes de costura moderna, en 90% son USA2: finos zapatos: Niké, Puma o Adidas; pantalones vaquero: Levy, Búfalo, Pierre Cardín o Renzo Facchetti; camisitas: Lacoste, Polo, Pingüino o Versacce; teléfono móvil de última generación, aunque vivan bajo puentes o portales públicos y sólo coman una vez cada 24hrs; además, gustos musicales degenerados son oídos o cantados en jerigonzas que nunca entenderán. Dicen: Vicente Fernández, Tigres del Norte, Ricardo Arjona, Palacagüinas, Hermanos Mejía Godoy y más, son fósiles antediluvianos.

Por ser Guatemala, hermana mayor centroamericana, quien aun habiendo sufrido tremendo genocidio (1982-83) similar o superior al efectuado por aquellos tres hermanos Chávez, —militares españoles extremeños, entre 1529-31, en Esquipulas y quebrada de Ocotepeque, donde el teniente Juan de Chávez cayó abatido debido a certero flechazo lanzado por Cacique Lempira—; tremendo etnocidio moderno ordenado por un gran tal apellidado Ríos Montt. Sin embargo, Guatemala continúa presentando al mundo actual su gran variedad de trajes típicos regionales, sencillos y vistosos; muy diferentes entre cachiqueles, zutuhiles, lacandones y más, tanto en varones como en hembritas.        
Podemos deducir: nuestros antepasados inmediatos, hasta 1932, vistieron de manera similar a guatemaltecos: con huipiles, refajos, enaguas, camisas y pantalones; caites, zapatos femeninos tacón bajo, sombreros no de lana cuales sombreros chapines, escapularios y sinfín de menores atuendos; Asimismo, hablaron lenguas vernáculas similares a vivos dialectos mayas chapines.
                                         16 de noviembre de 2009.-   

martes, 8 de marzo de 2011

Trajes femeninos típicos de El Salvador

         TRAJES FEMENINOS TÍPICOS DE EL SALVADOR
                          Por Ramón F Chávez Cañas
     En nuestras escuelitas primarias pueblerinas y quizás hasta en capitalinas, se describía a inditas de variadas etnias pobladoras del territorio salvadoreño, como: chapudas, morenas, camananzudas, con bustos y pezones más erectos que volcán Izalco o teta oriental del Chinchontepec; asimismo, de cabeza a pies vistiendo multicolores trajes a cuales más lujosos: tapado o mantilla no cristera, sino de múltiples tonos encendidos e irisados, desde cuero cabelludo frontal hasta debajo de cinturas; argollas áureas u oropélicas; cabellera occipital cubierta por mantilla ya citada; collares o soguillas bastante bien elaborados con diferentes semillas o nácar de pequeños moluscos; blusas o camisas escandalosas por colores brillantes en diversas escalas coloreadas desde azul índigo hasta rojo carmesí dado por cochinillas, pasando por variados amarillos sacados de árboles  llamados de Mora o Chichipate; largas faldas hasta tobillos de mismos materiales y colores ya descritos. Todas adornadas con europeos encajes bordados en tela “holán” o popelina, algunos tejidos de América no Central; calzado: alpargatas, chancletas o pantuflas sin ni siquiera tacón mediano.
     Similar traje vestían nuestros varones indígenas sin parecer gallos prepotentes ni pavos reales afeminados, pues tales vestidos masculinos eran de blanca manta dril, mangas largas en camisas y, en pantalones, ruedos amplios hasta cerca de tobillos u ojos de pies; con sombreros de palma costeña blanco-crema, más escapulario católico en café oscuro, sin faltar filosos machetes al practicar danzas folclóricas con su pareja femenina; más caites cuero crudo de venado a manera de calzado, dando a nuestros auténticos varones imágenes estereotipadas de salvajismo; imagen difundida por esclavizadores criollos y chapetones posteriores a caricatura de quimérica independencia del yugo ibérico.
     Tal idea fantasiosa de nuestras hembritas nonualcas, en Tecoluca, permaneció para este relator reflexivo hasta sus 15 años de edad; sin embargo, aún continúa en cerebros patrioteros e ignorantes fanáticos del Pulgarcito o “Vulgarcito” americano.
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     En 1953, —plena pre-adolescencia del autor de esta Reflexión—, por gran deseo de comprobar tantos relatos oficiales de maestros en primaria y secundaria, más presentaciones en veladas estudiantiles nocturnas y hasta diurnas al respecto sobre trajes cotidianos de nuestras niñas, señoritas y señoras indígenas nonualcas cortando café en fincas del Chinchontepec, aceptó cordial invitación de propietarios y administradores de finca Dolores, finca ubicada en 3eras estribaciones del volcán recién mencionado, perteneciente al municipio Virola o Zacatecoluca, departamento la Paz; pues este relator medio incrédulo, debería comprobar cuánto había visto y oído en escuelita de Tecoluca e instituto nacional vicentino, con sus respectivas veladas.
     Después de 22 días o más de estar observando cuadrillas y cuadrillas en tropeles humanos llegados a finca Dolores desde departamentos: Chalatenango, Cabañas, Morazán y los tres inmediatos a tal finca (la Paz, San Vicente, Cuscatlán), llegó a dolorosa y vergonzante conclusión: ¡¡Mentiras!! ¡Mentiras de patrioteros descendientes de reverendos narizones independentistas en 1821! Actuales narizoncitos o Pinochitos querían vender estampas estereotipadas de países independizados siguiendo parámetros establecidos por Ilustración Europea, Revolución Francesa en siglo XVIII o liberación italiana del imperialismo austríaco y del papado a mediados del siglo XIX de esta maldita o bendita Era cristiana. ¿Cuál fue, entonces, la realidad? Niñas, señoritas, señoras, —viejas y jóvenes éstas—, lucían de cabeza a pies: melenas sueltas cenicientas debido a  polvaredas levantadas por fuertes vientos de octubre azotando en noviembre y diciembre sobre cafetos cargados de rubíes; algunas cabelleras estaban medio brillosas al ser lubricadas con manteca de cuche, poco o nada peinadas, si acaso sostenidas en moños con pitas finas de henequén, tiritas usadas de algodón o peinetas de carey; orejas: sólo con agujeros en cada lóbulo, ni oropeles o fantasías colgantes se miraban; caras: bellas por naturaleza y juventud de mayorías, sin asomo de mínimos cosméticos; cuellos: adornados hasta con cuatro collares negros de puro lodo sudoroso; pies y tobillos: medias o calcetas del mismo lodo, sirviendo al mismo tiempo para evitar inminentes picadas de mosquitos hematófagos propulsores de malaria, dengue y fiebre amarilla; ropas: nagüillas o sarazas de bajo precio, desteñidas y bastante gastadas por excesivo uso; calzado: ausente en 80%. Resto de féminas calzaban destaconadas charrascas plásticas de dos delgadas correas laterales hasta fundirse en una a nivel de entronque del gordo con el siguiente dedo; tales charrascas eran conocidas con genérico de  “yinas”.
     
     Además, salones-dormitorios comunes con pisos de tabloncillos vegetales aserrados, sirviendo cuales camastrones universales de un solo nivel; dormitorios rústicos sin paredes exteriores ni división interior alguna, sólo techo de tejas con horcones hamaqueros varios; sin retretes o escusados de fosa, mucho menos aguas claras para baño personal, ni potables: éstas indispensables en consumo humano. Dicha carencia obligaba a bajar y subir larga cuesta hasta cierto manantial de roca localizado a 2kms en 2ndas estribaciones sureñas del chinchudo coloso.

     En cuanto al bastimento o alimentación, en desayuno, almuerzo y cena: monótono frijol negro parado con par de chengas charas en cada uno de tres tiempos, más puñado de sal común marina o de cocina. Muchas veces tales frijoles en peroles presentaban cucarachas y hasta ratoncitos muertos mezclados con caldo del cereal. A 05:00am, todos los cortadores formaban largas filas en espera de sus chengas charas con frijoles en bala; el almuerzo les era llevado en carretas de semovientes hasta diversos tablones o hectáreas del cafetal; la cena, de 05:00pm en adelante, era servida en forma similar al desayuno. Los esclavos pesadores arreglaban las básculas a manera de robar más de 5-lbs de cada cien cortadas. A 09:00pm, imperaba silencio nocturnal sólo interrumpido por ronquidos guturales y rectales, con fétidos aromas consiguientes por estos últimos ronquidos mencionados. 

     Cantos de: “Ya coloradió, ya se maduró todo el cafetal… o, Jayaque me gusta a mí por sus montes encumbrados o, Chalatenango tierra bendecida, nidito tibio del jardín de Cuscatlán… o, Soy carbonero que vengo de las cumbres del volcán”, etcétera, estaban ausentes de laringes, porque tales notas nunca habían golpeado aquellos tímpanos debido al alto porcentaje de analfabetismo real por ausencia de escolaridad adulta e infantil. Por mismas razones Alfredo Espino, poeta oficial, con su “Nido”, “Los ojos de los bueyes”, “Los pericos pasan”, “Las manos de mi madre”, “Cañal en flor” y más, no habían anidado en cortezas cerebrales de tantas niñas, mozuelas y adultas pipiles salvadoreñas. Inocentes miradas de tantas generaciones pasadas y presentes de hombres y mujeres, con inenarrable nudo en garganta le hacen recordar a este narrador, versos de Espino en “Los Ojos de los Bueyes”, los cuales rezan así: “Les he visto tan tristes que me cuesta pensar/ cómo siendo tan tristes nunca pueden llorar.// Y siempre son así: ya sea que la tarde/ les bese con sus besos de suaves arreboles/  o que la noche clara les mire con sus soles/ o que la fronda negra con su sombra les guarde.// Una vez, en la senda de una gruta florida/ yo vi a un buey solitario que miraba los suelos/ con insistencia larga como si en sus anhelos/ fuera buscando, ansioso, la libertad perdida”///.

     Congoja aún le da a este relator haber comparado y todavía comparar ojos de rumiantes castrados con negros ojos de nuestros jóvenes, adultos y viejos bueyes humanos nonualcos.
                02 de noviembre de 2009.-