Anastasio Jaguar

Anastasio Jaguar

Breve Biografía de ANASTASIO MÁRTIR AQUINO (1792-1833):

Único Prócer salvadoreño verdadero en siglo XIX. Nativo de Santiago Nonualco, La Paz. De raza nonualca pura. Se levantó en armas contra Estado salvadoreño mal gobernado por criollos y algunos serviles ladinos, descendientes, éstos, de aquéllos con mujeres mestizas de criollo o chapetón y amerindia; pues esclavitud inclemente contra: indígenas, negros, zambos y mulatos, era insoportable para el Prócer Aquino. Fue asesinado por el Estado salvadoreño en julio de 1833, —después calumniado hasta lo indecible, tratando de minusvalorar sus hazañas; así como hoy calumnian a Don Hugo Rafael Chávez Frías y, ayer, al aún vivo: Doctor Don Fidel Castro Ruz.

En honor a tan egregio ANASTASIO AQUINO, este blog se llama:

“A N A S T A S I O A Q U Í S Í”

viernes, 10 de febrero de 2012

HOMICIDIOS POR HONOR


                    HOMICIDIOS POR HONOR
   Tomado del libro “Historias Escondidas  de Tecoluca”
                cuyo autor es Ramón F Chávez Cañas


Ocurrió el año 45 del XX, en aquel apartado Pueblito de nuestra pequeña y única república. Ocurrió a mediados de agosto, cuando Hirohito japonés se rindió después de aquellos dos inmediatos bombardeos atómicos ordenados por uno de tantos genocidas gringos apodado o apellidado Truman.

Don Federico Rodríguez era adulto robusto y sazón, sin llegar todavía a media centuria; hijo del último par de ceros del siglo XIX, por lo cual había nacido y crecido con “tranvía y vino tinto”, e iba madurando a la par de la centuria actual. Vivía con humildad, tal cual vive un “pobre a gusto”: ordeñando vacas y cultivando tierras propias de mediano agricultor pueblerino. Por no haber anticonceptivo de Química moderna, había engendrado la docena de hijos; todos de un fiel matrimonio con esposa abnegada. Era regio confidente para los más pobres de esos lugares; de manera especial para: iletrados y explotados jornaleros campesinos. Pícaros explotadores, ladrones y perversos agiotistas, temblaban cuando don Lico (Federico) se enteraba de zanganadas crudas de estas sanguijuelas torvas. Sin ser abogado, ni haber puesto un solo pie en algún recinto universitario, hacía escritos cabales denunciando a perversos hasta en cortes supremas; asimismo, acompañaba, — pagando de su propio peculio—, los viajes del ofendido hasta el tribunal respectivo, llegando, en algunos casos, hasta la ciudad capital. ¡En fin, era gran defensor de los Derechos Humanos a la antigua! De esta docena de engendros le nacieron cinco nenas. Una de las más bonitas se llamaba Rita Lina, quien a sus 17 abriles fue reina de festividades patronales pueblerinas locales; madrina a perpetuidad de futbolistas y de basquetbolistas; paseada en carrozas tiradas por semovientes casi en todos los días festivos; madrina de bautismo de un centenar o más de recién nacidos. Hacía poco había obtenido el título de oficinista en cierta academia o colegio de la ciudad cabecera departamental; mas, don Lico, nunca quiso buscarle trabajo en la localidad, mucho menos afuera de la comprensión municipal. Entonces, la señorita servía de secretaria-contadora en las cuentas de su padre. Era de cutis rosado fino, blanco, figura espigada y caderuda; con busto desafiando al volcán Chinchontepec. Montaba briosos corceles para pasearse por el poblado, despertando admiración desde viejos hasta jovenzuelos. Sus hermanos varones, mayores, se encontraban realizando estudios superiores en la ciudad cabecera o en la única universidad de la ciudad capital de aquellos tiempos diamantinos. Por compacta unidad de aquel grupo familiar y por severidad del cabeza de familia, Rita Lina era apreciada y respetada.
                                  *****
         Seis años atrás, desde el cantón más remoto del municipio, subió o bajó, hasta aquel tranquilo Pueblito, cierta viuda con cinco hijos buscando seguridad, pues el esposo e hijo mayor, por querellas sobre tierras, habían sido asesinados en apartado camino rural. Llegaron para quedarse a vivir en el poblado en misma calle o avenida, a 100mts distantes del hogar de Rita Lina. Dos de aquellos hijos mayores de esta señora viuda estaban establecidos en ciudad San Salvador, y, una hija mayor era postulante en indeterminada congregación religiosa católica; por tanto, sólo dos hembras y un varón eran acompañantes permanentes de la viuda mencionada. Este varón, de faz indígena con cabellera lacia y negra pareciendo cabeza de güisquil o güisayote, de mirada penetrante sin sostenerla con sus interlocutores (mirada de coyote); y de estatura algo inferior a la mediana, con robustez moderada, tenía un nombre tomado de almanaque: Pío Quinto o, Pioquinto, a secas. Llegó casi adolescente, por lo cual no pudo matricularse en escuelita pública de primaria. Al parecer, era iletrado virtual; pero no real, pues desde primeros años de su nueva vecindad este joven indígena empezó a descollar como uno de los primeros catrines, tanto en vestir como en montar; asimismo, en  transacciones comerciales de compra-venta de ganado mayor y  cereales. También era bastante afamado por ser empedernido mujeriego habiendo, el ingrato, dejado con los colochos hechos a innumerables señoritas campesinas de cantones aledaños. Este joven adulto Pioquinto se codeaba con autoridades locales (alcalde, juez de paz, sargento de GN., comandante local). No con autoridades culturales (maestros, secretarios, telegrafistas, etc.). Además, con principales “riquitos pueblerinos” afiliados al partido oficial Pro Patria, recién decaído junto con su testaferro: general Maximiliano Hernández Martínez del cual, don Lico, era férreo opositor; pues él, don Lico, era segundo coordinador general municipal en Partido Demócrata del Doctor Arturo Romero.

Así las cosas, desde el año 40 ó 42, Pioquintillo, —tal cual le llamaban los yoyos, porque a nivel pueblerino había creado gran ama de poseer mucho dinero—, se estaba carteando con Rita Lina. Esto, después de haber bailado con ella durante la celebración de la fiesta rosa de la misma. Pioquintillo sería mayor en cuatro años, cuando llegó a pedir la mano de la agraciada señorita. Llegó acompañado de algunos familiares y de otros amigotes de los antes mencionados, entre ellos el señor juez de paz local nombrado a “dedazo”, quien no era académico universitario, porque entonces tales funcionarios serían de cuarta o quinta categoría, escogidos por la superioridad corrupta, quien pedía el “plácet” del cacique pro militarista más encopetado de cada lugar, incluso de ciudad capital.

Con cierta renuencia don Federico accedió, fijándose dos distintas fechas para las bodas civil y religiosa, con lapso de 15 días entre ambas. Por supuesto, la civil sería primero, a celebrarse en casa de habitación paterna de la novia. Después de esa diligencia legal, Rita Lina quedaría siempre bajo la patria potestad. Asimismo, a pedimento materno, la futura desposada permanecería, durante ocho días, después de boda religiosa, bajo matriz potestad. Total: 22 días después de haber alcanzado el estado legal de señora. Todos estos compromisos fueron acordados y firmados por Pioquintillo y comitiva. Un hermano de don Lico fue el escribano. Recogió todas las firmas posibles al respecto. Tal documento serviría de base para analizar los desagradables momentos a sucederse en el porvenir casi inmediato.

Pasó raudo el tiempo estipulado. La ceremonia civil empezó a cumplirse. Elegante casa paterna de bellísima señorita Rita Lina estaba colmada por múltiples familiares, sobresaliendo los tíos, hermanos y primos de la jovencita quienes, vistiendo elegantes trajes enteros con olor a vitrina, disimulaban las armas de fuego portadas en su cintura. En seguida hizo su aparición Pioquintillo con el séquito constituido por su viuda madre, dos hermanos y el alcalde, quien efectuaría aquella ceremonia civil. Éste era acompañado por el secretario municipal. Dicho edil comenzó leyendo los artículos del Código Civil al respecto. Luego, imitando o superando a cualquier cura párroco orador, dijo la homilía civil adecuada. En seguida, pidió las firmas de los novios, para luego continuar recabando rúbricas de testigos legales del evento. Al término de estas diligencias, don Lico tomó la palabra para decir, con palabras fuertes, claras y vehementes, lo siguiente: “Señores autoridades civiles locales, familiares del novio, convidados especiales y familiares míos: aun cuando la ley no lo pide, tampoco lo prohíbe. Mi señora y yo, estamparemos nuestras firmas en ese, para nos, importante documento. Por tanto: pido al señor secretario municipal poner en mis manos ese libro de registros”. Ambos pícaros munícipes y el novio, con sorpresas y dudas, intercambiaron sus asustadizas miradas. Titubeante, el señor alcalde entregó el libro. Reinó silencio expectante. Don Lico tomó asiento en uno de los extremos libres de la mesa. De bolsas interiores de su saco extrajo su pluma fuente marca Esterbrook; sin separar el capuchón protector de ésta, la depositó sobre la mesa. El libro le había sido entregado abierto y señalado con cruces de grafito los lugares para firmar, lo cual el inteligente padre obvió. Cerró tal volumen. Empezó a contar folio por folio; al mismo tiempo, a comprobar firmeza del encuadernado, Cuando llegó al acta matrimonial de su interés, comprobó: tales folios no estaban enumerados. Al hacer moderada tracción sobre los mismos, éstos cedieron para quedar solos en dedos del anfitrión. De inmediato, dando dos fuertes y sonoros puñetazos sobre aquellas tablas, se irguió; llevó la mano derecha hacia su cintura izquierda mientras, con la otra, iracundo exhibía en alto las dos fojas falsas escritas y firmadas. Su derecha, empuñando pistola automática Browing de 9mms, fue apuntada en contra de los dos ediles y del, en esos momentos, pálido y tartamudo falso novio. Al ver este súbito gesto del ofendido patriarca, aquellos tres patrañeros intentaron ponerse en pie, llevando, ipso facto, las manos en señal de empuñar armas; pero los otros ofendidos parientes de Rita Lina, rodeándoles en medio círculo envolvente, con sus respectivas armas de fuego trataron de impedírselos. Don Benito, hermano de la madre a burlar, se apresuró tal cual rayo, para separar, del lado de Pioquinto, a Rita Lina; pues en término de cinco segundos los ánimos eran Volcán de Izalco de aquellos tiempos. Retirada la señorita, sólo quedaban sentados, en incómoda posición de levantarse, aquellos tres comprobados farsantes. Falso novio intentó echar mano a la cintura, luego, ambos dos” munícipes intentaron hacer lo mismo; pero, en milésimas de segundo, les llovió andanadas de plomo. El trío de malignos farsantes cayó de espaldas sobre sus respectivos asientos. No hubo tiros de gracia. Casi todos los familiares de la novia salieron huyendo por distintos rumbos; mientras la madre del novio gritaba inconsolable antes de desmayarse. Los dos hermanos de Pioquinto, encañonados, estaban manos arriba  aceptando humillados la imprudencia temeraria y criminal del occiso hermano. Los hermanos de Rita Lina desarmaron a los dos. Ya para entonces eran personas no gratas. Diez minutos más tarde se hicieron presentes las dos parejas de correyudos beneméritos guardias nacionales acompañando al juez de paz respectivo. A puertas cerradas se hizo el reconocimiento legal de los cadáveres. Los mal llamados “beneméritos” intentaron poner las pitas en pulgares de don Lico, hijos y sobrinos.

El vulgo curioso había abarrotado toda la cuadra frente a la casa fúnebre, haciendo variadas conjeturas e inventándose bolas de diferentes volúmenes.
        
          Don Ramón, un vecino inmediato de don Lico, al instante contactó, por vía telefónica, con tres notables abogados de la cabecera departamental. Media hora más tarde, aquellos togados estaban al interior de la casa funesta. Esposa de don Lico había recogido los falsos documentos y al instante los guardó en su mediana caja fuerte empotrada en gruesa pared de adobes. La conducta del juez de paz fue timorata, pero valiente. Con don Ramón y otros vecinos, impidieron poner pitas, mientras llegaban abogados defensores. Los jurisconsultos revisaron el libro y falsas hojas matrimoniales. Levantaron el acta respectiva. De inmediato devolvieron tal volumen al juez de paz. Los falsos folios fueron entregados a doña Horocia, madre de la señorita.  El juez ordenó levantar los cadáveres. Entregó en custodia a los cinco implicados. El doctor Julio Alfredo Samayoa padre los recibió en depósito, llevándolos consigo a residencia en cabecera departamental. En menos de 72hrs, —término de inquirir—, fueron puestos en libertad porque se alegó y comprobó defensa, no de la vida, sino del honor familiar. La señorita vistió hábitos de una congregación religiosa católica. El tiempo siguió su imparable curso.-
                                                   FIN
                                          18 de mayo en 1999.-

                                            

domingo, 5 de febrero de 2012

HEREJÍAS, 31ª ENTREGA


H   E   R   E   J   Í   A   S
   Por Ramón F Chávez Cañas
  Trigésima primera entrega

CCIV
El Juan Pablo segundo/ pidió perdón a todos
aquellos ofendidos/ hijos de Galilei.
¿Por qué no lo extendió/ a muertos por tal grey
de vil secta católica, / secta de los bëodos?

También debió pedir/ perdón con buenos modos
a pueblos aborígenes/ explotados por rey
quienes por terrorismo/ aceptaron tal ley
impuesta por España/ ya librada de moros.

El papa Benedicto, / sucesor del polaco,
debería decir/ cuánto aquél nunca dijo.
Él es un alemán: / démosle tiempo al tiempo.

Tesoros vaticanos/ tienen pasado opaco.
Todo aquello robado, / convertido en alijo,
debe ser desmontado/ de tan lujoso templo.

CCV
Hará unos treinta abriles, / un pastor protestante
con nombre y apellido/ en el idioma inglés
despotricaba orondo/ con poses de cortés
por mil televisoras/ haciéndose importante.

En lengua castellana/ había un arrogante
que en forma simultánea/ traducía la hez
salida del hocico/ de ese gringo al revés
predicando con énfasis/ de loco delirante.

En nuestro El Salvador,/  mucha gente fanática
estaba entusiasmada/ con el gringo de marras.
Mientras don “Yimi”/ hablaba la masa estaba estática.

Después de “predicar”/ “Yimi” se iba de farras.
Pocos años duró/ programación lunática,
pues con varias ninfómanas/ fue filmado en las barras.

CCVI
A selva guayanesa, / otro pastor norteño,
llevó a millar de gringos/ sin duda hipnotizados
ofreciéndoles gloria/ al volverles alados
y llevarles volando/ a/ un lugar de ensueño.

Con ese subterfugio/ de un imposible sueño
les ordenó suicidio/ colectivo a tarados.
Esos pobres gringuitos/ de seguro dopados
obedecieron ciegos/ con drogas del beleño1.

Lo mismo sucedió/ en el pueblito Waco,
—en Estado de Texas,/ tal vez poco recuerdo—.
Ahí piromaniacos2/ segaron muchas vidas.

En nombre de su dios/ hicieron tal atraco
cuando/ autoridad, / con un trabajo cuerdo
trató de investigar/ ceremonias suicidas.                

CCVII
  1. Cristo n