Anastasio Jaguar

Anastasio Jaguar

Breve Biografía de ANASTASIO MÁRTIR AQUINO (1792-1833):

Único Prócer salvadoreño verdadero en siglo XIX. Nativo de Santiago Nonualco, La Paz. De raza nonualca pura. Se levantó en armas contra Estado salvadoreño mal gobernado por criollos y algunos serviles ladinos, descendientes, éstos, de aquéllos con mujeres mestizas de criollo o chapetón y amerindia; pues esclavitud inclemente contra: indígenas, negros, zambos y mulatos, era insoportable para el Prócer Aquino. Fue asesinado por el Estado salvadoreño en julio de 1833, —después calumniado hasta lo indecible, tratando de minusvalorar sus hazañas; así como hoy calumnian a Don Hugo Rafael Chávez Frías y, ayer, al aún vivo: Doctor Don Fidel Castro Ruz.

En honor a tan egregio ANASTASIO AQUINO, este blog se llama:

“A N A S T A S I O A Q U Í S Í”

lunes, 18 de abril de 2011

Reflexiones sobre Cándido

     REFLEXIONES SOBRE “CÁNDIDO” DE VOLTAIRE
                          Por Ramón F Chávez Cañas

Voltaire (1694-1778), escritor y destacado Filósofo francés inspirador de Enciclopedia Francesa y ésta, mecha encendida de Revolución Francesa. Sus escritos filosóficos son cáusticos e irónicos, sobre todo contra poderes católicos, protestantes y monárquicos europeos; por lo cual en más de una vez sufrió prisión en La Bastilla. Fue poeta y autor de obras teatrales. Edipo, escrito en prisión, fue su primer drama de gran éxito en estreno. Exiliado en Londres durante dos años, donde escribió dos libros en lengua inglesa. De regreso a Francia por su renovada buena relación cortesana, le permiten varias creaciones literarias; pero, al escribir sus Cartas Filosóficas contra iglesia católica y autoridades monárquicas, se marcha de París hacia el ducado norteño de Lorena, donde mantiene relaciones concupiscentes con la marquesa de Chateleu.

         Pese a su conducta antimonárquica y anticlerical, es elegido miembro de la Academia Francesa. Se hace amigo de Mme. Pompadour, célebre concubina de Luis XV, por lo cual pasa tranquilo durante varios años. Federico II de Prusia (El Grande), lo invita a Berlín, hospedándolo en el palacio Sanssouci, donde reside durante dos años; abandonando tal edén debido a frecuentes choques humorísticos contra la solemnidad del monarca prusiano, regresando a su Francia.  Era amigo casi íntimo de Catalina la Grande de Rusia. —Si hubiese habido internet en siglo XVIII, Voltaire no hubiese sido Filósofo genial, ni Catalina, zarina—. Esta reina rusa le otorgó pensión económica vitalicia.

         Contra el clero y filósofos, en especial contra David Hume, filósofo escocés, escribe su novela Cándido, partiendo de la teoría filosófica sofista: “Siendo Dios perfecto, no puede salir de sus manos una obra imperfecta; pues este mismo es el mejor de los mundos posibles”. Las espantosas y cómicas aventuras de Cándido, quien nunca pierde el optimismo, son ilustraciones hechas por Voltaire a la teoría mencionada; pues Cándido es cándido creyente en Pangloss, su filosófico maestro.

         Cándido es libro clásico del humorismo filosófico; sus aventuras nos apresan, obligándonos a seguirlas aun sin interés sobre la corriente filosófica idealista. Este joven personaje tiene enorme similitud con Don Quijote de Cervantes; pues es lectura buena y meditativa para toda edad y sexo, por cuya razón es gran clásico de la literatura universal.
                             *****OoO*****

         En un castillo alemán de Westfalia, propiedad de un barón de apellido impronunciable ni escribible en español, aparece el joven Cándido como pariente natural cercano del señor barón ( hijo bastardo de una hermana ya difunta del noblote alemán); pero, al ser descubierto aquél por este noblote, besando a la señorita baronesa llamada Cunegunda, hija del barón, de inmediato, a patadas y empellones, Cándido es expulsado del castillo por su tío: el barón; marchándose con su profundo amor truncado y con su inmensa admiración y gratitud por el ayo o preceptor de aquella realeza alemana de Westfalia: filósofo Pangloss quien, a escondidas, tras jardines de palacio, fornicaba con una de tantas criadas llamada Paulita.

         Ya en la vil calle, Cándido se topa con soldadesca de un rey búlgaro, quienes le propinaron sinnúmero de azotes por sinrazones bien detalladas en el libro; pues Cándido, con su candidez filosófica pura, no fue oído. Ayudado por un médico-cirujano quien le curó golpes y heridas, logró fugarse del campamento bélico búlgaro para toparse entre dos fuegos de ejércitos monárquicos distintos. Logró escapar de tantas balas cruzadas. Caminando a pie llegó hasta Holanda donde pidió limosna, habiendo sido amenazado por ello de recluirlo en algún orfelinato. Al ser preguntado Cándido, en una plaza pública por beato sacristán, sobre si el papa romano era Anti Cristo, aquél dudó; entonces, la mujer del interrogador en la plaza pública, fue y regresó de su casa, bañando a Cándido con agua caliente. Luego, en la misma Holanda, un negrero judío sionista lo semi esclavizó pagándole una miseria por salario. Intentó fugarse; pero, en el camino, buscando salirse de Ámsterdam, encontró un mendigo a quien le donó el escaso dinero portado; dicho mendigo callejero estaba pustuloso, tuerto, con único ojo opaco, nariz chata por efecto de microbios, dientes ennegrecidos y al toser escupía pedazos careados de muelas.

         Pero antes, la soldadesca búlgara había asaltado el castillo alemán de nombre in-escribible, asesinando al barón, a la baronesa obesa, a la baronesita Cunegunda y al hermano de ésta; asimismo, al filósofo Pangloss, a Paulita y al resto de realeza y servidumbre. —Detalles de este capítulo son tan terroríficos como son matanzas actuales en: Iraq, Afganistán, Palestina y Paquistán; matanzas éstas llevadas a cabo por gringos y sionistas.

         El mendigo a quien Cándido donó el dinerito recibido del judío anabaptista holandés llamado Jácome, era nada más ni nada menos: el filósofo Pangloss. El texto relata detallado el cómo Pangloss escapó de aquella carnicería dentro del castillo alemán de Westfalia. El ayo le detalló cómo Paulita lo había llenado de sífilis, quien a la vez había sido contagiada por un cura franciscano; a éste lo había contaminado cierta condesa viuda, vieja y devota; quien la había recibido de un capitán de caballería, el cual la absorbió de una cortesana contagiada por un paje; a este paje se la había pegado un jesuita, quien siendo novicio la adquirió de primera mano de uno de los compañeros de Cristóbal Colón. Cándido volvió con el pordiosero a casa del avaro judío anabaptista de nombre Jácome  quien, —por extraño que parezca—, pagó la curación del sifilítico filósofo. De inmediato lo incorporó como su tenedor de libros; llevándose, a ambos, hasta Lisboa en viaje de negocios, donde se toparon con furiosa tormenta, habiendo muerto la mitad de pasajeros al hundirse el barco; mas, esa misma fecha por la noche, un terremoto con tsunami asoló ¾ partes de la urbe portuguesa (1755). Por razones fanáticas religiosas, Cándido fue apaleado y Pangloss con Jácome, ahorcados. Todo ordenado por el obispo inquisidor mayor lisboeta. Con fuga novelesca, Cándido logró escapar hasta Cádiz, junto con Cunegunda, a quien por azar encontró en Lisboa; pues ésta era amante forzada de un banquero judío y del inquisidor mayor portugués a quienes, previo a la fuga hacia Cádiz, Cándido había dado muerte a puñaladas. Con fuga novelesca, —acompañados por una vieja aristócrata caída en desgracia  y quien hacía veces de guardiana de la baronesita alemana, y cuyos emolumentos pagaba el obispo inquisidor prorrateados con el banquero judío; pues ambos se turnaban los días semanales para fornicar con tan desventurada baronesita—, lograron embarcar con rumbo a Buenos Aires. En esta bella ciudad sudamericana, por natural belleza de Cunegunda tuvo serios problemas con virrey del Río de la Plata, llamado don Fernando de Leiva, Figueroa, Palo-meque, Álvarez, Silva, Benavides y Sotomayor; habiendo huido a caballo, con todo y criado llamado Cacambo, hasta una misión militar-religiosa gobernada por jesuitas. Mató a un cura-coronel jesuita —quien resultó ser hermano de su adorada Cunegunda—; pero no se puede entrar en detalles al respecto para no enmarañar más este relato resumido. Al huir de tal misión jesuita paraguaya, Cándido y Cacambo, su criado, por poco son desayuno, cena o almuerzo de indígenas caníbales Orejones, quienes gritaban  bailando felices porque  iban a comer carnes de jesuita; pues Cándido había huido vistiendo ropajes del cura asesinado. A ruegos de Cacambo, quien hablaba muy bien en guaraní, ambos se liberaron de ser defecados al día siguiente; y, después de marchar por selvas vírgenes, pantanos, riscos y quebradas, llegaron a El Dorado, donde arenas son oro puro, más diamantes y piedras preciosas eran usadas como argamasas y ladrillos para construir casas sencillas; además, esa gente no conocía robos ni asesinatos, por tanto: carecían de jueces, policías y cárceles.

         Durante varias semanas gozaron de aquella filosófica hospitalidad, hasta haber sido huéspedes de honor en palacio imperial. Obedeciendo al impulso interior indescriptible pero obligante, porque nadie está a gusto como Dios lo tiene, decidieron marcharse hasta Surinam y de allí embarcarse rumbo al Viejo Continente. Al partir de El Dorado, aquel democrático o filosófico rey les donó muchísimos quintales de oro puro en pepitas y arenas, más miles de piedras preciosas ya labradas por Madre Natura: diamantes, esmeraldas, rubíes, topacios, lapislázuli, etc. Para transportarse desde El Dorado  — ¿entre Bolivia y Perú?—,  hasta Surinam en costas atlánticas nórdicas de Sudamérica, el rey les proporcionó custodios no más allá de límites fronterizos del reinado; además, 40 guanacos, alpacas o carneros de oro para transportar, cada uno, 100 libras de aquella carísima carga con peso total de dos toneladas métricas. Al quedar solos Cándido y Cacambo ya en territorio venezolano de Nueva Granada, se encontraron con inmensos pantanos donde se ahogaron, con todo y carísima carga, 38 guanacos o carneros. Llegaron a Surinam sólo con dos animales sobrevivientes, más el tesoro adosado a sus cuerpos y bolsillos; pero allí es estafado por aduaneros, y un holandés capitán de barco quien le roba los dos carneros cargados con dos quintales de oro más gemas; pero antes, había enviado a Cacambo hasta Buenos Aires para rescatar a Cunegunda del secuestro lujurioso hecho de ella por el virrey español de siete apellidos.

         Cándido se embarca rumbo a Burdeos, Francia, llevando sólo mil diamantes ya tallados adheridos a su cuerpo y bolsillos. A medio Atlántico recupera un carnero de oro sobreviviente al naufragio del velero donde el ladrón holandés iba rumbo a Países Bajos. Cándido llegó a Burdeos. Ahí fue estafado por: curas, judíos, tinterillos y policías, —todos en contubernio al descubrir la todavía inmensa riqueza residual a la pérdida en camino desde El Dorado—. Deambulando a ciegas o a locas llegó a París, donde encontró corrupciones de: leyes, costumbres, religiones y modas, pareciendo aquella Ciudad Luz una sucursal de Sodoma o Gomorra. Varias semanas después se trasladó a Londres; pero no desembarcó al mirar, en vivo, decapitar con almádanas a un almirante naval inglés derrotado en alta mar por otro similar francés.  Atravesó mar Cantábrico hasta esquina noroeste española. Ya en el Atlántico, pasó frente a Lisboa con su río Tajo, tapándose los ojos. Con su nuevo criado, Martín, contratado en Surinam, atravesaron el Mediterráneo, y, a nivel del tacón de bota italiana, navegaron hacia el norte en el mar Adriático hasta llegar a Venecia, Reina del Adriático; pues esa era la ciudad donde Cacambo llevaría a liberada Cunegunda. No estaba ésta, sólo aquél; quien le manifestó a Cándido sobre cautiverio-esclavitud de su adorada baronesita comprada por incierto musulmán turco y que ella, la esclavita germánica, estaba irreconocible por prematura vejez, más otras dolencias tropicales.

         En Venecia: Cándido, Cacambo y Martín, —éste, nuevo criado contratado en Surinam, como ya se dijo, para sustituir a Cacambo, quien había partido hasta Buenos Aires al rescate de baronesita de apellido in-escribible en castellano—, se encontraron con la sifilítica Paulita prostituta, acompañada ésta de un tal fray Jenaro. Paulita narró sus desventuras al ejercer la profesión más antigua de la humanidad. También, en taberna-hospedaje-comedor de media estrella, durmieron, libaron y comieron con media docena de: reyes, zares, beyes, y monarcas destronados por sus propios pérfidos primogénitos,  hermanos, o milicos insurrectos; llegando Cándido al extremo de dar limosna a dos de aquellas ex encopetadas majestades. Visitaron a un soberbio sabelotodo veneciano con cargo político de Senador Procurante ¿ ?. Dicho Procurante, en su palacete o castillete los atendió a las mil maravillas; pero, a toda pregunta sobre obras de pintores famosos, o de escritores y filósofos universales encontrados por admirados  visitantes en salas y bibliotecas del palacete, tal pavo-real Procurante respondía cual ignorante erudito. Entre personajes contra los cuales despotricó, estaban: Rafael, Miguel Ángel, Da Vinci, Virgilio, Ovidio, Homero, Horacio, Cicerón, Séneca, Milton, Sócrates, Platón, Aristóteles y más.

         Al embarcar rumbo a Constantinopla, entre tantas docenas de ilotas remeros, descubrió al maestro Pangloss y al barón jesuita-coronel ex asesinado en Paraguay y hermanito de Cunegunda. Pagó alto rescate por aquella desgraciada mancuerna de remeros. Todos: Cándido, Martín, Cacambo, Pangloss y el barón jesuita-coronel, casi al instante desembarcaron en Constantinopla. Debieron devolver a la esclavitud, y no asesinar, al barón jesuita-coronel por oponerse, éste, al matrimonio de Cándido con la ya prematura escuálida baronesita germánica; pues tal barón degradado a última categoría infra humanoide, no aceptaba que un plebeyo llegase a ser su cuñado. Ya expulsado de aquel grupo filosófico optimista, el noblote esclavo retornó a galeras náuticas para seguir remando por no haber querido plebeyisarse.

         Se encaminaron a pie buscando a canosa y arrugada Cunegunda. La encontraron cuando lavaba ropa y secábala al Sol; también fregando platos y atizando fuegos en la cocina de su esclavizador: un rey otomano sin corona, quien apenas sobrevivía con 500 duros mensuales enviados por su primogénito, usurpador del trono. Cándido, sin frenos ya por su inmenso o infinito amor, con velocidad de cañonazo y ofreciéndole inmediato matrimonio para romper al instante tan oprobiosas cadenas, quiso estrechar en sus brazos a tan desventurada Dulcinea. Respuesta dada por Cunegunda fue ácida por negativa y soez. Con tambores destemplados o pólvora mojada, Cándido, Cacambo, Martín, Pangloss; más Paulita y fray Jenaro, —agregados éstos en Venecia, y la vieja aristocrática degradada, guardiana de Cunegunda cuando ésta era prisionera sexual del banquero judío y del obispo inquisidor portugués—, buscaron frondosa sombra a fin de deliberar sobre sus inmediatos futuros.

         Con muy poco dinero sobrante del inmenso tesoro obsequiado por monarca de El Dorado, Cándido compró, en suburbios agrícolas de Constantinopla, varias hectáreas de tierra fértil, donde aquel grupo filosófico frustrado por anti filosofía, se volvió tan eficaz hortelano. A diario tales cosechas eran llevadas al más próximo mercado verdulero de Constantinopla. Esta tarea era cumplida con óptima diligencia por sifilítica Paulita y la vieja desnalgada, ex guardiana de la tan desagradecida señorita baronesa Cunegunda. Durante tardes y noches de ocio, —pues trabajaban de domingo a domingo—, aquel grupo filosófico venido a menos en lo material; pero siempre encumbrados en cimas del optimismo, discutían a profundidad, —con respeto, aun disintiendo—, sobre altibajos pasados, y oscuros porvenires de la Humanidad, o  creación más despreciable del Jehová sionista o del Alá islámico.
                                  *****OoO*****

         Conclusiones filosóficas sencillas, aplicables a nuestro fácil o difícil entorno cotidiano; de manera especial en países donde aún hace su agosto el sistema neoliberal sionista ya agonizante, nos darán más fortaleza para igualar o superar a Cándido, a Pangloss y resto de aparentes desgraciados descritos en esta novelita concebida y escrita por Voltaire en término de 72hrs para desmentir, también, a clérigos cristeros europeos quienes, valiéndose de tanta congoja terrorífica desatada por furiosa tempestad, terremoto más tsunami destructivos, querían aterrorizar más a miles y miles de lisboetas desvalidos, al culparles de haberse ganado la ira divina por no cumplir con diezmos y primicias; ni acudir a misa al menos en domingo, ni confesarse para comulgar una vez cada mes; de cohabitar amancebados y de otras acusaciones anti cristeras causantes de hilaridad en nosotros, ahora, después de 255 almanaques de aquella catástrofe portuguesa: similar a la haitiana maldecida por un troglodita gringo apellidado Paterson; y a la chilena aún no maldecida por cristeros de una u otra secta.
                                          25 de mayo de 2010.- 

4 comentarios:

  1. Tan maravilloso librito de filosofía cotidiana y popular, la he leído más de 3 veces, y cada vez experimento diferente sabor con tan magníficas descripciones que Voltaire hizo de tantas conductas humanas disímiles en pleno siglo 18; conductas similares al 110% a inicios de este 21 al que, en siglo 19, el sociologo francés: Augusto Comte, llamó SIGLO DEL POSITIVISMO.

    Van corriendo 11 años del siglo positivo y neles pasteles. Comte, sepultado hace 150 años, debe estar vociferando desde su tumba; pues esta humanidad, por culpa principal de neoliberales sionistas, está convirtiendo este siglo 21 en SIGLO DEL NEGATIVISMO... ¡¡Qué ironías!!

    ResponderEliminar
  2. Aunque con diferente temática, este Cándido es similar al Juan Voljean de Víctor Hugo en "Los Miserables"; pues Voljean, un peón jornalero campesino francés en 30 años de edad, trabajaba sólo para mantener a su hermana viuda con siete menorcitos hambrientos.

    Cierto día, alegando bancarrota, el patrón despidió a toda la peonada. Acabados los pocos ahorros, Juan Voljean se desgarraba el alma al escuchar llantos por hambre de sus sobrinitos y profunda depresión de su hermana viuda.

    Frente a tan fatal desesperación, Voljean rompió un vidrio para robar varios panes. Casi de inmediato la policía francesa de principios del siglo XIX lo capturó. Fuen sentenciado a 19 años en prisión. Cumplió. Fue liberado con una cartilla de identidad amarilla, dada sólo a maliantes liberados.

    Ya en libertad, enfrentó mil y una dificultades a cual más injusta; pero, debido a su filosofía campesina y pura, al final del libro Juan Voljean nos deja cien lecciones de cómo un hombre pobre en sociedades injustas como la europea de entonces, puede salir con la cabeza en alto.

    ResponderEliminar
  3. Los Cándidos cándidos abundan en El Salvador, sobre todo en clases socioeconómicas deprimidas. A estos buenos salvadoreños el vulgo capitalistoide (capitalistas sólo de cerebro, nunca en dinero), les llaman "pasmados", "ilusos", "tontos", "majes", etc.; porque ellos, los capitalistoides, se las llevan de: animalas, vivos, listos, inteligentes, abusados, sagaces y más; pues, para estos tipejos guanacos, robar, contrabandear y estafar, son cosas tan naturales, porque al confesar cada semana tales pecadillos, el cura los absolverá, quedando listos para continuar sus fechorías.

    ResponderEliminar
  4. De Voltaire se narran sinfín de episodios a cuales más sabios. Por ser Voltaire famoso anticlercal, se le llegó a ofrecer hasta una mitra cardenalicia a cambio de su silencio perpetuo. Desde luego, dicha mitra fue rechazada y las ácidas críticas, aumentadas.

    Por ser este filósofo perseguido por la poderosa iglesia católica francesa de ese entonces, éste se trasladó a vivir a una aldea francesa muy cercana a la frontera con Suiza; pues, si la soldadesca de los luises, ---esclavos del papado---, llegasen a capturarlo o a asesinarlo, él, de inmediato huía hacia el país fabricante de los relojes más finos del mundo y ahora alcahuete con sus bancos de ladrones políticastros y narcotraficantes de todo el mundo.

    Por su enorme fama de anticlerical, ---no ateo---, rápido el obispo de aquella comarca se enteró sobre la agonía del genial filósofo. Sin pensarlo dos veces, el mentado jefe católico acudió a la residencia de Voltaire. Éste, con suma cortesía, en su lecho agónico recibió al religioso mayor, quien le habló así: "Señor Voltaire: Dios nuestro Señor me ha enviado para absolver todos sus pecados y así usted pueda morir en paz". Voltaire, mostrándose satisfecho dio enormes gracias a su interlocutor y, al final, le dijo: "Muy bien Reverendo Prelado, muy bien; sin embargo, para estar más seguro yo de que usted es enviado de Dios, por favor, muéstreme el documento firmado y sellado por Dios"... Demás está decir: el curita mayor dio la media vuelta y maldiciendo al filósofo enciclopedista. Con gran escándalo golpeó la puerta al salir del aposento.
    Chichipate Cañaverales.-

    ResponderEliminar