M I C A B A L L I T O NAVIDEÑO
Por Ramón F Chávez Cañas
Me lo trajo el Niño Dios
en mi octava navidad.
Ese día amaneció
mi infancia en felicidad.
Era un potro de tres años;
su alzada: casi una jaca.
Y mi Niño Dios de antaño
—que a todo niño adivina—,
lo canjeó dando una vaca,
a don Carlitos Molina.
Las espuelas y las riendas
con la silla de montar
papá comprolas en tiendas
de don Miguel del portal.
El Chele José Salinas
sus cuatro patas herró
y mi potro echaba chispas
por las calles, con terror.
Se mecía en el andar
y al galope se tendía.
Aquel mi potro sin par
está en la memoria mía.
Lo tuve hasta los diez años
bien maiceado y ayoteado;
mas, causome desengaños
cuando me coció el malvado.
Mi padre se puso alerta
y ese coz no le agradó.
Me compró una bicicleta
y a mi potro, lo vendió.
12 de noviembre de 1991
El Poeta, joven, adulto o viejo, siempre es un niño, como lo demuestra don Ramón en este profundo poema de versificación menor, pero espejo perfecto para conocer el alma del Poeta
ResponderEliminarfue ese caballito el potrio blanco llamado garcita? en el cabalgue desde tecoluca hasta las salinas la propiedad de tia carmela...saludes a todos que el nuevo ano nos de mas inteligencia para continuar pariendo nuestros pensamientos como lo hemos hecho hasta ahora o si se puede hacerlos llegar a mas de nuestro amigos blogueros desde el norte que no es nuestro sur un abrazo
ResponderEliminarCangrejo andante
No, Cangrejito Andante, no. El potrío blanco llamado Garcita, propiedad del Chelito Orlando, apareció 10 años más tarde, allá por 1954-56, cuando tu tío Orlando viajaba a las salineras y, el Chelito, también ocupaba al Garcita para fisiquiar entre tantas bellezas femeninas de tu Tecoluca.
ResponderEliminarMuy bello poema, y la descripcion es tan buena, tal asi que no cuesta imaginarse todos los detalles hasta en colores. Me alegra que conserve tan bellos recuerdos de infancia, etapa en la cual la persona es realmente feliz, autentica, y libre de miedos y prejuicios. Ojala todos recordemos nuestra niñez y revivamos al niño o niña que somos en el fondo del corazon, para obrar siempre con generosidad y buena voluntad.
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